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EEUU veta el asilo en la frontera sur. ¿Por qué Biden no para de imitar a Trump?
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EEUU veta el asilo en la frontera sur. ¿Por qué Biden no para de imitar a Trump?

El esperado anuncio de este martes sobre la crisis migratoria es el último ejemplo de los múltiples hilos de continuidad entre la administración de Joe Biden y la de Donald Trump

Foto: La Guardia Nacional de Texas repara un muro de alambre en la frontera con México. (Reuters/Paul Ratje)
La Guardia Nacional de Texas repara un muro de alambre en la frontera con México. (Reuters/Paul Ratje)

Ningún político está hecho solo de luces o de sombras. Una obviedad de la que a veces nos olvidamos cuando hablamos de Donald Trump: el político estadounidense que más falsedades ha proferido desde que existen registros, el primer presidente que intentó sabotear la transición pacífica de poder, el primer exmandatario convicto de la historia, etcétera, etcétera. Porque Trump también tiene luces; incluso luces brillantes. Solo hay que ver algunas de las políticas de su sucesor y supuesta antítesis, Joe Biden. Porque son casi idénticas a las de Donald Trump.

El presidente Joe Biden ha firmado hoy un decreto migratorio que parece sacado de la agenda de Trump. Con la idea de restringir los flujos migratorios irregulares en la frontera sur, Biden ordenará que se pueda cerrar temporalmente la frontera si se superan las 2.500 detenciones diarias, lo que dejaría a la mayoría de inmigrantes indocumentados sin el derecho a pedir asilo en EEUU. La orden ejecutiva de Biden, que firmará junto a alcaldes de ciudades del sur de Texas, es muy similar a la que aprobó Donald Trump en 2018 y que fue suspendida por un tribunal federal, ya que quebrantaba las leyes de asilo. Es posible que le pase lo mismo a Biden.

Una persona crítica con las restricciones migratorias puede argumentar que esta no es precisamente una “luz” de Donald Trump, una persona que ha vendido estas políticas con exageraciones racistas que tachan de peligrosos criminales a quienes, en la inmensa mayoría de los casos, simplemente vienen a buscarse el sustento. Pero más allá de la retórica y las consideraciones que pueda hacer cada uno, si tu adversario político te imita y mantiene muchas de las políticas que tú mismo sacaste a flote de la nada, es un punto a tu favor. Lo mismo ha sucedido con otras medidas trumpistas inicialmente denostadas, pero, al final, prolongadas o imitadas por Biden.

Otro ejemplo es la estrategia hacia China. Pocos sectores de la élite estadounidense estuvieron más mortificados con el ascenso de Trump que los guardianes de la política exterior y de defensa, muchos de los cuales, en 2016, anunciaron solemnemente que, pese a ser republicanos de toda la vida, votarían por Hillary Clinton. No podían tolerar que un personaje estrafalario, sin experiencia alguna en la gestión pública, mucho menos en la diplomática, tomase las riendas de la primera potencia del mundo con promesas como la de cuestionar el compromiso sagrado de la Alianza Atlántica o dar un giro hacia vetustas posiciones aislacionistas.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Jonathan Ernst)

En 2019, el diplomático Robert D. Blackwill, a medio mandato de Trump, ya reconocía que el presidente había tenido visión al menos para una cosa: centrar los esfuerzos del poder estadounidense en China. El país que para la Administración Obama había sido un “socio estratégico”, para la Administración Trump se convirtió en un “competidor estratégico”. Había llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre y de empezar a forzar a China a rendir cuentas por el aparente robo de propiedad intelectual, la manipulación de la divisa y los subsidios y otros calculados trucos proteccionistas.

Iniciar una escalada arancelaria con uno de tus mayores socios comerciales en pleno siglo XXI fue percibido como una vuelta atrás a los tiempos mercantilistas, y una medida contraproducente. Así lo describió, en su día, Joe Biden. “Trump no entiende los conceptos básicos”, dijo el entonces rumoreado candidato presidencial. “Él cree que los aranceles los paga China. Cualquier estudiante de primero de economía te podría decir que es el pueblo estadounidense el que paga los aranceles”, agregó. Biden fue más allá y prometió que, si era elegido presidente, quitaría las tarifas.

Seis años después, sin embargo, en lugar de haber reducido esos aranceles a los niveles originales de principios de 2018, o de haber encauzado por derroteros más tranquilos la rivalidad con China, Biden ha preservado las políticas que en su día criticó. Hace tres semanas, el presidente demócrata añadió otro paquete de aranceles a 18.000 millones de dólares en productos de industrias estratégicas, entre ellos los coches eléctricos, los microchips y las baterías avanzadas.

Como apunta ABC News citando a Katherine Tai, Representante de Comercio de EEUU, una de las razones por las que Biden y su equipo continúan empujando en la dirección iniciada por Trump es el reconocimiento de que China, efectivamente, incurre en prácticas desleales. Y los aranceles serían un instrumento para compensarlas. Biden ha tratado de justificar este continuismo diciendo que las suyas son más “inteligentes”, sofisticadas y estratégicas que las de Donald Trump.

La escalada arancelaria solo es el síntoma de un vuelco más profundo que también verbalizó por primera vez, al menos de una manera significativa, Donald Trump: un vuelco hacia posiciones económicas nacionalistas. Cuando Trump anunció su campaña en 2016 con su promesa aparentemente quimérica de reindustrializar EEUU y de adoptar una estrategia más transaccional, Barack Obama todavía negociaba un tratado de comercio con varios países de Asia-Pacífico. La globalización seguía estando, técnicamente, en boga. Trump quebraría ese paradigma.

La naturaleza quimérica de revitalizar los parcialmente fenecidos tejidos industriales de Estados Unidos sigue ahí: no se pueden revertir en menos de un lustro más de tres décadas de exportación de empleos y economías a escala. Pero lo que sí se puede decir es que la Administración Biden también se ha acogido a una filosofía económica más introspectiva y más centrada no en los grandes flujos de capital, sino en las necesidades laborales de los trabajadores y de las clases medias.

Foto: Fotografía combinada que muestra al expresidente de EEUU Donald Trump y al actual presidente, Joe Biden. (Reuters/Brendan McDermid)

El consejero de Seguridad Nacional de EEUU y uno de los hombres fuertes del gabinete de Biden, Jake Sullivan, delineó la filosofía estratégica de la administración poniendo el acento en las clases medias nacionales y reconociendo que fue un error deslocalizar a otros países algunas industrias estratégicas. Como han apuntado diversos analistas, se trata de un “America First” pero con algo de mano izquierda.

Hay muchos otros hilos de continuidad entre Trump y Biden. Los Acuerdos de Abraham están entre los más llamativos. Una vez en la Casa Blanca, Biden también apostó por seguir trabajando en la normalización de relaciones entre Israel y sus vecinos árabes iniciada por la Administración Trump, dejando de lado los intereses de los palestinos. Con Biden, como con Trump, los dignatarios estadounidenses e israelíes engancharon sus brazos con los de sus contrapartes de Bahrein, Egipto, Marruecos y Emiratos Árabes Unidos. Hasta que los atentados de Hamás enfriaron el proceso.

Todas y cada una de estas muestras de continuidad tienen muchos matices, y por cada política que Biden ha construido sobre la de su antecesor hay un número de cosas que ha hecho distinto, o incluso al revés, que Donald Trump. Pero, con las presidenciales a cinco meses, muchos votantes estadounidenses se hacen una pregunta: si la originalidad de estas políticas reside en el presidente, y Joe Biden ha ido a rebufo, ¿por qué no comprar el producto original en lugar de la marca blanca?

Ningún político está hecho solo de luces o de sombras. Una obviedad de la que a veces nos olvidamos cuando hablamos de Donald Trump: el político estadounidense que más falsedades ha proferido desde que existen registros, el primer presidente que intentó sabotear la transición pacífica de poder, el primer exmandatario convicto de la historia, etcétera, etcétera. Porque Trump también tiene luces; incluso luces brillantes. Solo hay que ver algunas de las políticas de su sucesor y supuesta antítesis, Joe Biden. Porque son casi idénticas a las de Donald Trump.

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