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Al último país sin ultraderecha de Europa le quedan los días contados
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El fin de la excepción

Al último país sin ultraderecha de Europa le quedan los días contados

Irlanda será la excepción en la ola de extrema derecha que azotará en las europeas de junio, pero la inmigración y la crisis de vivienda están propulsándolo

Foto: Una rotesta contra la política migratoria del gobierno en Dublin, Irlanda. (Reuters/Damien Eagers)
Una rotesta contra la política migratoria del gobierno en Dublin, Irlanda. (Reuters/Damien Eagers)
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El libro La Canción del Profeta, de Paul Lynch, plantea una Irlanda en un futuro cercano en la que un partido de extrema derecha toma el poder. La novela ganó el prestigioso Premio Booker el año pasado. La buena prosa del autor hace que esta posibilidad parezca escalofriantemente real. Pero, de momento, se queda solo en eso, en una realidad que solo un buen escritor puede crear.

Ante las perspectivas de la ola de extrema derecha que podría inundar Europa en las elecciones de junio, la República de Irlanda se presenta como una excepción. Mientras que los tres partidos más grandes del parlamento de Dublín —que incluyen a los gobernantes Fianna Fáil y Fine Gael, así como a la oposición del Sinn Féin— parecen seguros de conseguir, al menos, tres escaños cada uno de los 14 asignados en el nuevo hemiciclo de la UE, se da prácticamente por imposible que la ultraderecha consiga algún asiento. Ahora bien, eso no significa que el Tigre Celta sea completamente inmune a la marea.

Los llamados “Independientes y Otros” han ido ganando terreno en las últimas semanas ante el descontento del electorado con los partidos gobernantes. Las encuestas más recientes los sitúa incluso por delante de todas las demás formaciones. Con todo, se trata de un grupo bastante heterogéneo y fragmentado, y tal y como funciona el complejo sistema de votación irlandés —de representación proporcional por medio del Voto Único Transferible— el apoyo combinado no se traducirá en representación.

La inmigración y la importante crisis de la vivienda —en la última década los alquileres se han duplicado y los jóvenes que viven con sus padres han pasado del 27% al 40%— han dado impulso a los radicales que, si bien tienen complejo conseguir eurodiputados, pueden dar mucho de qué hablar en las elecciones locales que también se celebran el 4 de junio y en las próximas generales, que podrían adelantarse a finales de año.

Foto: Protesta contra la inmigración y la crisis de la vivienda en Dublín. (Reuters/Damien Eagers)
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Con todo, la extrema derecha no necesita ganar escaños para considerar que sus esfuerzos han sido un éxito, porque ya han conseguido forzar a los partidos tradicionales a endurecer sus políticas, situando a la inmigración como el asunto que más preocupa al electorado en estos momentos.

En las últimas semanas, representantes electos de los conservadores del Fianna Fáil y Fine Gael, que gobiernan en coalición junto a los Verdes, se han desmarcado de la dirección. El propio portavoz de Justicia de la oposición de izquierdas del Sinn Féin, Pa Daly, llegó incluso a decir en el Dáil que “los estados nacionales pueden y deben gestionar sus fronteras y no creemos en una política de fronteras abiertas”.

El que fuera brazo político del ya extinguido IRA –que ha hecho historia en Belfast liderando por primera vez desde la partición de la isla hace 103 años el ejecutivo de la provincia británica de Irlanda del Norte— irrumpió con fuerza en las elecciones de 2020 de la República de Irlanda amenazando el bipartidismo que había dominado el último siglo.

La clave de la popularidad de los nacionalistas de izquierda estuvo en saber canalizar el descontento del electorado y, ante todo, conseguir el apoyo de los más jóvenes. Los mismos que ven los vínculos de los inicios de la formación con los terroristas como algo ya del pasado y se sienten ahora atraídos por su amplio programa de vivienda pública.

Sin embargo, las filas de Mary Lou McDonald están ahora perdiendo fuerza en los sondeos. “Aunque quieren cortejar a la clase media, la base del Sinn Féin está en zonas rurales y de clase trabajadora. Este electorado es el que más se preocupa por la inmigración, pero la política del Sinn Féin en esta materia ha sido en gran medida progresista. Ahora se está moviendo más hacia la derecha en algunos aspectos, pero el resultado parece confuso para elementos de su base. Como resultado, algunos votantes se están desencantando con el partido”, asegura a El Confidencial Barry Cannon, de la Maynooth University.

Más del 40% de los partidarios de los republicanos se muestran ahora a favor de políticas de inmigración más duras. Un giro hacia la derecha en esta cuestión pone a la formación en riesgo de perder votantes progresistas más jóvenes. “Aunque las encuestas todavía sugieren que el Sinn Féin sigue siendo el más popular entre estos votantes”, aclara el experto.

Pese a que Irlanda ha sido el país que más inmigrantes ha enviado durante el último siglo al resto del mundo, se enfrenta ahora a una crisis ante la que los partidos tradicionales son incapaces de dar una respuesta eficaz y humanitaria al aluvión de recién llegados. La república de cinco millones de habitantes acoge desde el año pasado a 75.000 ucranianos y cerca de 25.000 refugiados de otros países. El pasado mes de noviembre, el acuchillamiento de una niña y una profesora por un enfermo mental de origen argelino encolerizó a grupos de ultraderecha que agitaron las redes, incendiaron autobuses y vehículos policiales e intentaron asaltar algunos de los centros y hoteles donde se alojaban los solicitantes de asilo.

Foto: Un cartel da la bienvenida a los conductores a Belfast Harbour Estate en Belfast. (EFE/Liam Mcburney)

Por otra parte, tras el polémico Plan Ruanda aprobado por el Gobierno británico —que prevé mandar al país africano a los solicitantes de asilo llegados por rutas irregulares— muchos inmigrantes llegados al Reino Unido por estas vías están cruzando ahora a la República de Irlanda a fin de evitar ser deportados. La controversia está causando grandes tensiones diplomáticas entre Londres y Dublín.

La extrema derecha también ha logrado sacar tajada de la crisis de la vivienda. El número de personas sin hogar ha aumentado dramáticamente en los últimos años. En 2023, más de 11.000 personas se encontraban en 'alojamientos sociales de situación de emergencia', entre ellas muchas familias y niños.

A finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, Irlanda vio una rápida expansión de la construcción privada a medida que los bancos estaban ansiosos por otorgar enormes préstamos, un hito del período de auge del Tigre Celta. Entre 1996 y 2006, hubo un aumento del 177% en la construcción. Sin embargo, la posterior crisis financiera y el período de austeridad que la siguió hicieron que numerosos proyectos quedaran sin terminar.

La población ha estado creciendo de manera constante, ejerciendo una mayor presión sobre el mercado inmobiliario. Esta demanda se ha visto impulsada aún más por la inmigración, la urbanización y la creciente necesidad de alojamiento en alquiler. Irlanda ha experimentado una de las mayores crisis de vivienda en Europa en los últimos 13 años. El sector privado tiene un número importante de alquileres a corto plazo, lo que significa que la oferta es limitada y los precios están disparados. Respecto a la compra, el precio medio de una casa en Irlanda ha aumentado más de un 200% desde 2000. Y los salarios no han subido de manera paralela.

Como explicaba en un análisis reciente Michael Byrne, profesor del University College Dublín especializado en economía política urbana, en lugar de propuestas políticas específicas sobre la vivienda, los partidos de extrema derecha se centran en fomentar la indignación señalando casos —reales o no— que involucran a inmigrantes, extranjeros y refugiados. “Lo que importa para estos movimientos no es qué tipo de política de vivienda existe (de hecho, no tienen políticas de vivienda), sino enmarcar el problema en una competencia de 'nosotros contra ellos' y movilizar una visión etno-nacionalista y exclusiva de la ciudadanía social”, apunta el experto.

Asimismo, el auge de la derecha radical se basa en el catolicismo conservador. Irlanda ha acaparado en los últimos años gran atención en toda Europa por los dos referéndums que transformaron su imagen de reaccionaria a progresista: la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2015 —fue el primer país del mundo en hacerlo— y la eliminación de una prohibición constitucional del aborto en 2018.

En cada caso, alrededor de un tercio de los votantes apoyó el statu quo conservador. Y esta parte del electorado que se sentía huérfana, ya que prácticamente todos los partidos existentes son socialmente liberales, ha encontrado ahora refugio en las nuevas fuerzas políticas. Uno de los más populares en este espectro, según encuestas, es Aontú, que se presenta como de centroizquierda en economía y socialmente conservadores. Combinación perfecta para la marea.

Foto: Andrew Hassard, de 43 años. (C. M.)

En cualquier caso, los intentos de la extrema derecha para avivar una guerra cultural al estilo estadounidense en torno al contenido LGBTQ+ en las bibliotecas han sido rechazados rotundamente por los irlandeses. El Ayuntamiento de Dublín ha llegado incluso a aprobar una moción que protege a las bibliotecas de los manifestantes. “La posición de la extrema derecha en la política irlandesa es en realidad muy débil. Hacen más ruido que otra cosa”, asegura a este diario Dick Roche, exministro irlandés para asuntos europeos con Fianna Fáil y experto en encuestas. “Pero los partidos y candidatos que se identifican como de extrema derecha sí podrían tener un impacto cuando sus votos se distribuyan según el complejo sistema de representación proporcional de voto único transferible”, apunta.

La forma en que se distribuyan los votos entre estos candidatos determinará quién (después de que los principales partidos hayan obtenido nueve o diez escaños en el Parlamento de la UE) gane el resto de asientos. En definitiva, todo apunta a que Irlanda no tendrá ningún eurodiputado de extrema derecha en el pleno de la UE. En cualquier caso, según Roché, “cualquiera que sea el resultado del 7 de junio, lo que ocurra en las elecciones generales irlandesas, que probablemente se celebren antes de fin de año, es un escenario incierto”.

El libro La Canción del Profeta, de Paul Lynch, plantea una Irlanda en un futuro cercano en la que un partido de extrema derecha toma el poder. La novela ganó el prestigioso Premio Booker el año pasado. La buena prosa del autor hace que esta posibilidad parezca escalofriantemente real. Pero, de momento, se queda solo en eso, en una realidad que solo un buen escritor puede crear.

Ante las perspectivas de la ola de extrema derecha que podría inundar Europa en las elecciones de junio, la República de Irlanda se presenta como una excepción. Mientras que los tres partidos más grandes del parlamento de Dublín —que incluyen a los gobernantes Fianna Fáil y Fine Gael, así como a la oposición del Sinn Féin— parecen seguros de conseguir, al menos, tres escaños cada uno de los 14 asignados en el nuevo hemiciclo de la UE, se da prácticamente por imposible que la ultraderecha consiga algún asiento. Ahora bien, eso no significa que el Tigre Celta sea completamente inmune a la marea.

Los llamados “Independientes y Otros” han ido ganando terreno en las últimas semanas ante el descontento del electorado con los partidos gobernantes. Las encuestas más recientes los sitúa incluso por delante de todas las demás formaciones. Con todo, se trata de un grupo bastante heterogéneo y fragmentado, y tal y como funciona el complejo sistema de votación irlandés —de representación proporcional por medio del Voto Único Transferible— el apoyo combinado no se traducirá en representación.

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