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Sheinbaum y el dilema de ganar demasiado: ¿puede México volver a la "dictadura perfecta"?
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México se tiñe de rojo

Sheinbaum y el dilema de ganar demasiado: ¿puede México volver a la "dictadura perfecta"?

El PRI dominó las instituciones mexicanas con mano de hierro durante seis décadas. Ahora, la oposición y parte de los politólogos del país ven paralelismos con el pasado en el caso de Morena

Foto: Partidarios de Morena celebran el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones mexicanas. (Europa Press/Zuma Press/Carlos Tischler)
Partidarios de Morena celebran el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones mexicanas. (Europa Press/Zuma Press/Carlos Tischler)

En 1991, cuando apenas contaba 30 años de edad, Claudia Sheinbaum participó en una protesta de estudiantes mexicanos en EEUU contra el entonces presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari, del todavía hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había gobernado ininterrumpidamente durante más de seis décadas. “México es la dictadura perfecta”, rezaba una pancarta alzada por un compañero de acuerdo con una fotografía que la misma Sheinbaum difundió el año pasado.

En aquel entonces, haciéndose eco del célebre dicho de Mario Vargas Llosa que decoraba la pancarta, muchos mexicanos y analistas consideraban al reinado del PRI como un régimen autoritario disfrazado de democracia. Esa formación dominó las instituciones con mano de hierro, especialmente en los setenta y en los ochenta. Ahora, décadas después, la oposición y parte de los politólogos del país ven paralelismos con el pasado.

La victoria de Sheinbaum y del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) fundado en 2014 por el todavía presidente, Andrés Manuel López Obrador, la figura política clave de los últimos 25 años en México, ha sido abrumadora. La científica y exalcaldesa de la capital, de 61 años, recogió cerca del 60% de los votos y superó por 30 puntos a su rival, Xóchitl Gálvez, abanderada de la coalición opositora. Esta estaba formada por el PRI, ahora en franca decadencia; por el conservador Partido Acción Nacional (PAN), que logró acabar con la hegemonía priista en el año 2000, tras lo que muchos consideran en México como una “transición democrática”; y por el progresista Partido de la Revolución Democrática (PRD), la antigua formación de López Obrador.

Esa alianza ha sido duramente derrotada y expulsada a los márgenes de la política por Morena y sus partidos satélite. Además de barrer en las presidenciales, la coalición oficialista ha ganado los gobiernos de siete estados y ahora controla 24 de las 32 regiones del país, lo que le otorga un poder territorial inmenso.

Foto: Claudia Sheinbaum, celebrando los resultados. (Reuters/Raquel Cunha)

La verdadera dimensión de la victoria de Morena se muestra, en cualquier caso, en el Congreso. Los resultados preliminares le dan a la alianza oficialista una mayoría de dos tercios en las dos cámaras del legislativo. Un panorama similar al que tuvo el PRI durante su hegemonía, si se conjugan las cifras con las de las presidenciales y estatales, aunque el antaño partido dominante gobernó en todos los Estados hasta 1990.

Una mayoría de dos tercios le da al ‘obradorismo’ el poder de cambiar la constitución, algo que hasta ahora no había logrado el presidente. Eso había impedido algunas de sus reformas más ambiciosas y polémicas, como una reforma de la Justicia y de los organismos de control.

“Ha habido un ataque directo a la sociedad”, comenta a El Confidencial Arturo González, de la consultora mexicana González de Araujo. “Lo que ha buscado López Obrador es la mayor concentración en la figura presidencial, algo que no es nuevo y viene desde el corporativismo de los años 70 del Gobierno en México”, añade el analista.

El presidente ha cargado en numerosas ocasiones contra los organismos autónomos de control, situando, al mismo tiempo, a personas a Morena en cargos importantes dentro de esas mismas instituciones, como el Instituto Nacional Electoral (INE) que organiza los comicios. Su argumento es que son órganos corruptos, que responden a la élite del país y no a los intereses del pueblo.

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, junto a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum. (Reuters/Henry Romero)

Esa batería de reformas constitucionales pendientes es resumida por López Obrador en su ‘Plan C’, sobre el que se refirió este lunes, apenas unas horas después de la apabullante victoria de Sheinbaum y de su partido. El presidente dijo que va a hablar sobre ese tema con su sucesora en los próximos días, refiriéndose expresamente a la reforma a la Justicia, una de sus mayores ambiciones y uno de los puntos que más preocupa a sus críticos por las posibles afectaciones a la división de poderes.

Se tiene que abordar el tema de la reforma al Poder Judicial, porque no es posible mantener un Poder Judicial que no esté al servicio del pueblo, de la sociedad, que esté al servicio, como es de dominio público, de una minoría y, a veces, de la delincuencia organizada y de la delincuencia de cuello blanco. Tiene que haber un Poder Judicial que represente a los mexicanos, incorruptible, pero eso hay que verlo, platicarlo con la virtual presidenta electa, ver qué opinión tiene y también los legisladores sobre el caso”, señaló este lunes durante su conferencia mañanera.

La propuesta de López Obrador es clara: que los magistrados de los órganos superiores del Poder Judicial sean elegidos por medio de un proceso electoral abierto a toda la población, algo que levanta no pocas suspicacias. “Yo propongo la elección, que el pueblo elija a los jueces, a los magistrados y a los ministros. Es ahí donde se puede llegar a un acuerdo, se puede matizar sobre los requisitos, pero que, al final, sean elecciones libres y directas en las que el pueblo decida”, acotó López Obrador este lunes.

El analista González critica la idea, aunque admite problemas en la Justicia. “La idea de mantener la democracia es que esas instituciones sigan siendo independientes, porque ahora, como se puede ver, ha habido un ataque directo al poder judicial, acusándolo de corrupción y demás. No es porque no existan (los problemas), sino porque, al final, la división de poderes es algo que se debe mantener”, asegura.

Categórico es también el historiador socialdemócrata José Antonio Crespo. “El actual Gobierno intentó imponer leyes anticonstitucionales, eliminó el Instituto de Evaluación Educativa, sometió la Comisión de Derechos Humanos, que ahora juega para el Ejecutivo, quita presupuesto al INE y mete gente suya. Propone, además, eliminar el Instituto de Transparencia y leyes de 1960, cuando el PRI era partido monopólico, persigue críticos y genera odio entre la población”, asegura el analista.

Está por ver cuál es la decisión que toma Sheinbaum con el Plan C. Como candidata, la científica se ha plegado de forma casi total al proyecto y programa de López Obrador, disintiendo apenas en una defensa de las energías limpias, en contraste con la predilección del presidente por las fósiles. Que López Obrador dijera en su conferencia matutina que tenía que hablar con Sheinbaum del Plan C puede significar un mero formalismo o que hay alguna discrepancia con el proyecto.

Foto: Claudia Sheinbaum, el 29 de mayo. (REUTERS / Raquel Cunha)

En cualquier caso, apuntan algunos analistas, el nuevo Congreso, con la previsible mayoría de dos tercios, iniciará su andadura el próximo 1 de septiembre y López Obrador no dejará su cargo hasta el 1 de octubre, disfrutando 31 días de ese congreso favorable con sus facultades legislativas activadas. Si hubiese realmente discrepancias, algunos creen que podría intentar aprobar las reformas en ese periodo.

Tendría probablemente el apoyo de su formación, porque su control del aparato de Morena, por ahora, es total, pero la política no entiende de líderes salientes, por muy relevantes que sean, y las disidencias no son descartables. Que se lo digan a Álvaro Uribe, Rafael Correa o Evo Morales, jefes de monumentales movimientos políticos divididos a los pocos meses de su salida del poder.

Algunos, como el historiador Enrique Krauze, creen la estructura de Morena dificulta esa posibilidad. “Durante la época del PRI el poder tenía dos pilares: el presidente y el partido. El presidente era muy poderoso, pero siempre tenía que contar con el partido. El presidente no era dueño del partido. A los seis años, había un nuevo presidente. López Obrador es dueño de Morena. Nadie discute, se hace lo que él dice. Yo diría que la concentración del poder en López Obrador ha sido en muchos sentidos mayor que la de los presidentes del PRI”, dijo recientemente al diario argentino La Nación.

A esos lineamientos se han adherido los centenares de políticos que se han pasado, en los últimos años, de los partidos tradicionales a Morena y que conforman ahora buena parte de su cúpula, ocupando algunas de las candidaturas más relevantes. El último caso, a apenas cuatro días de las elecciones, fue el de Alejandra del Moral, ni más ni menos que excandidata al Gobierno del Estado de México por el PRI. “Son tiempos de anclarnos en nuestros ideales, en nuestros principios, y decir ‘así somos’. No son tiempos de hipocresía”, señaló López Obrador, dando la bienvenida a la muy relevante figura política que acababa de pasarse a Morena, que, para algunos, es ya un partido tan ‘atrapalotodo’ como fue en su día el PRI.

En 1991, cuando apenas contaba 30 años de edad, Claudia Sheinbaum participó en una protesta de estudiantes mexicanos en EEUU contra el entonces presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari, del todavía hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había gobernado ininterrumpidamente durante más de seis décadas. “México es la dictadura perfecta”, rezaba una pancarta alzada por un compañero de acuerdo con una fotografía que la misma Sheinbaum difundió el año pasado.

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