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Todo lo que no sabías del final de la Unión Soviética y que ayuda a entender Rusia
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Entrevista con Vladislav Zubok

Todo lo que no sabías del final de la Unión Soviética y que ayuda a entender Rusia

El Confidencial habla con el célebre historiador sobre Gorbachov, Borís Yeltsin, Vladímir Putin, la invasión de Ucrania y sobre por qué las cosas podrían haber salido de otra forma en esa parte del mundo

Foto: Foto: Getty/Daniel Berehulak.
Foto: Getty/Daniel Berehulak.
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La primera frase de Collapse: The Fall of the Soviet Union (Yale University Press, 2021), una detallada crónica de la implosión a cámara lenta del imperio soviético, es el comentario que hace un hombre de a pie en agosto de 1991: “Por fin se han librado de él, de esa cotorra”. El hombre se refiere a Mijaíl Gorbachov, retenido por el KGB en su mansión de Crimea mientras los tanques ruedan por el centro de Moscú.

Aunque la historia del final de la URSS se ha contado muchas veces, siempre contiene más capas y sorpresas de lo que uno se imagina. Algunas de estas sorpresas están en este libro de Vladislav Zubok (Moscú, 1958), profesor de historia internacional de London School of Economics y presidente de su Programa de Estudios de la Guerra Fría. Pese a la abundancia de datos, citas y referencias, Collapse se lee casi como una tragicomedia. La accidentada épica de un héroe que sale a buscar su Vellocino de Oro, el “socialismo democrático”, y es vencido por todos los ogros y titanes que se encuentra por el camino.

El Confidencial ha hablado con Zubok de Gorbachov, de Borís Yeltsin, de Vladímir Putin, de la invasión de Ucrania y de por qué las cosas podrían haber salido de otra forma en esa parte del mundo. La entrevista ha sido ligeramente editada para mayor claridad.

placeholder Vladislav Zubok. (Cedida)
Vladislav Zubok. (Cedida)

PREGUNTA: En su libro argumenta que, en realidad, el principal impulso independentista que acabó destruyendo la URSS vino de la propia Federación Rusa: los demócratas rusos de Borís Yeltsin, cansados de gestionar un costoso imperio, habrían puesto las bases para la desintegración. Se trata de una idea muy contraintuitiva, sobre todo ahora, en plena época de revanchismo imperialista ruso en Ucrania.

RESPUESTA: Es complicado de entender para la gente de fuera... Y para la de dentro. Cuando el imperio se hunde, damos por hecho que lo hace porque las minorías no rusas se rebelan y destruyen el imperio. Las personas valientes de los bálticos, de Ucrania, de Georgia, de Asia Central, etc. Pero, a pesar de que estos elementos existieron, sobre todo en los bálticos, y con episodios de violencia en Georgia, Armenia y Azerbaiyán, la gran corriente que acabó deshaciendo el Estado soviético emanó de la Federación Rusa. Se puede entender mirando el mapa: la Federación Rusa, un territorio inmenso, era como un trasatlántico que avanzaba acompañado de barcos más pequeños, las otras repúblicas, de las cuales, por supuesto, la más grande era Ucrania. Si Rusia quería independizarse, ¿qué pasaría con el resto, con la Unión Soviética?

Entre 1988 y 1989, los bálticos se dan cuenta de que su lucha por la independencia sería imposible sin la ayuda de Rusia y empiezan a cultivar el separatismo ruso. Su rebelión contra el “centro soviético”, lo cual es contraintuitivo porque la URSS y la Federación Rusa eran lo mismo, la misma capital, el mismo centro de poder. El Kremlin es la cuna histórica del Estado ruso.

Stalin era un paranoico respecto al nacionalismo ruso. Asesinó despiadadamente a los potenciales separatistas rusos, por ejemplo en el Leningrado de los años cuarenta. Gorbachov también veía esta amenaza, pero tenía una visión distinta del poder. Él creía que podría acomodar este nacionalismo en un sistema socialista democrático. Se equivocó, y su gemelo político, Borís Yeltsin, conquistó el poder de la Federación Rusa. Y fue un actor esencial en la independencia de Ucrania.

P: Cuenta que Yeltsin presionó a Gorbachov para que Rusia pudiera crear sus propias instituciones paralelas y nacionalizar buena parte de los activos soviéticos, haciendo de modelo para otras repúblicas, como Ucrania...

R: En noviembre de 1990 Yeltsin fue a Ucrania, cuyo Soviet Supremo era rotundamente comunista [el Partido Comunista controlaba 331 de los 442 escaños, elegidos en los comicios democráticos de mayo de ese año]. Yeltsin les ofreció un nuevo tratado que terminaría con 300 años de dominación rusa de Ucrania. Les dijo que, desde el siglo XVII, Ucrania había estado colonizada por Rusia, y que por tanto tenían que descolonizar su relación e iniciar una totalmente nueva. Los nacionalistas ucranianos, por supuesto, estaban extremadamente complacidos, pero seguían siendo una minoría. Para los comunistas, en cambio, Yeltsin era una criatura extraña y desconcertante. Pero firmaron este, digamos, no-tratado, porque, en realidad, en ese momento ni Rusia ni Ucrania eran estados soberanos. Eran parte de la Unión Soviética. Pero ese no-tratado, en cierta manera, fue el núcleo de su futura relación, ya que reconocía las fronteras soviéticas de Ucrania, incluyendo el Donbás.

La pregunta es: ¿era Yeltsin un descolonizador honesto y un demócrata de verdad? Sí y no. Él creía que, una vez Rusia se liberara del legado soviético y del legado zarista de colonizar otros pueblos, entonces el mundo celebraría esa Rusia. Eso era lo que él esperaba. También daba por hecho que la nueva Rusia, la Federación Rusia, continuaría siendo un gran poder económico. Y que otras repúblicas, como Ucrania y las bálticas, no se marcharían, sino que permanecerían en la enorme esfera de influencia de Rusia, en términos económicos y financieros.

Diría que ambas eran sus ilusiones. Las llamo ilusiones porque la imagen que se tiene de Rusia en Finlandia, en los bálticos o en el oeste de Ucrania está cargada de negatividad histórica. Es el peso del pasado. Estos países percibían la Rusia del futuro como un país grande, amenazador y potencialmente agresivo. Fue bueno que Yeltsin intentara deshacerse de esta imagen, pero resultó demasiado difícil.

Foto: Us president joe biden delivers remarks on russia's invasion of ukraine

P: Al final de la perestroika, varios intelectuales rusos predijeron el retorno del autoritarismo a Rusia. Un filósofo, Vladímir Ryzhkov, lo formuló claramente en 1990: “Yeltsin destruirá la URSS, Occidente aplaudirá y luego Rusia volverá al autoritarismo”. Siempre se vuelve a la misma casilla. Es como una maldición histórica.

R: Es una maldición histórica... No podemos sortear fácilmente la historia. Conocemos algunos casos icónicos en los que sí se ha podido, por ejemplo, el caso de Alemania: un país que tuvo que trabajar durísimo para cambiar su imagen, hasta el punto de que ahora los periodistas preguntan a Alemania por qué no se rearma o por qué está siendo pasiva [en su apoyo a Ucrania]. Los alemanes parecen reacios. Pero este cambio de identidad de un país conlleva décadas de mucho apoyo institucional y de mucha suerte. Rusia tiene una imagen malísima entre sus vecinos, lo cual es comprensible. Cuando los rusos se marcharon en 1989, lo primero que pensaron los polacos fue que tenían que unirse a la OTAN. Lo que es sorprendente es que Borís Yeltsin y los demócratas rusos no vieran esta lógica tan claramente como la veían los polacos. La idea de que la única forma de estar seguros era estarlo frente a Rusia y frente a Alemania, que, gracias a la hegemonía americana, estaba bajo control.

Pero lo primero que hizo Yeltsin nada más deshacerse de Gorbachov, fue mandar a sus emisarios a Bruselas a pedirle a la OTAN que empezarse a considerar incluir a Rusia. Por un lado, Rusia quería ser un miembro de la OTAN, pero, por otro, quería ser una gran potencia. Y esto, para la OTAN, era un puzzle irresoluble. Por eso, aceptar a Rusia en la OTAN estuvo decartado desde el principio. Pero los rusos tenían esa ilusión, y se puede entender viendo el clima de euforia de los años noventa, cuando declaraban en todos los foros internacionales que ellos habían destruido el poder totalitario. Se lo dijeron al presidente George H. W. Bush, al canciller Helmit Kohl: hemos destruido el totalitarismo y tenemos derecho a estar entre las naciones democráticas. Occidente, claro, no se lo podía creer.

Al final, Bill Clinton pasó rápidamente de la llamada Asocicación para la Paz a incluir en la OTAN a los países del Europa del este, lo cual encolerizó a Yeltsin y fue percibido por los demócratas rusos como una traición por parte de Occidente. Y sigue siendo percibido de esa forma, no sólo por Vladímir Putin. La idea de que Occidente no hizo lo suficiente para apoyar a los demócratas rusos y contener el resurgimiento de los nacionalistas, imperialistas, comunistas y otras fuerzas iliberales.

Foto: Fuegos artificiales iluminan el cielo nocturno sobre el edificio de la Universidad de Moscú. (EFE/Yuri Kochetkov)

P: ¿Y está de acuerdo con ese punto de vista? En una ocasión el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney, le echó en cara a George H. W. Bush que, con todo lo que había hecho Gorbachov por la paz y la democracia, bien podrían darle la financiación que este requería para reformar el sistema.

R: Bueno, como historiador, veo la complejidad de este asunto. Aquellos líderes occidentales que se opusieron a dar estos enormes paquetes de ayuda tenían sus razones. Había caos, incertidumbre y problemas financieros y económicos en Occidente. Y estaba el Consenso de Washington, el programa neoliberal que rechazaba un Plan Marshall y pregonaba la necesidad de encontrar financiación en los mercados. Uno puede entender las razones por las que no se otorgó esa ayuda.

Además, cuando el canadiense Mulroney le preguntó a Bush que por qué no le daba esa ayuda a Gorbachov, Bush no le respondió, pero, si lo hubiera hecho, le habría dicho que Gorbachov era el responsable de todo. Fueron sus políticas las que finalizaron la Guerra Fría y las que estaban destruyendo la Unión Soviética, por lo que EEUU ya no tenía enemigos. Así que, ¿por qué gastar recursos en reconstruir a un enemigo destruido? Hay excepciones, claro. El secretario de Estado, James Baker, pensaba que estaba en la cultura y en la psique estadounidense ayudar a los demócratas.

Creo que, al final, la política de EEUU se volvió cada vez más limitada. Empezaron ayudando a Yeltsin entre 1990 y 1993, ayudándole a permanecer en el poder como también habían ayudado a Gorbachov, pero fue una política notablemente limitada, sobre todo considerando las circunstancias, la increíble fortuna histórica de ver cómo se zanjaba, de manera pacífica, un conflicto entre dos potencias nucleares. En mi libro cuento cómo Gorbachov se acercó a Bush y le dijo, bueno, si has encontrado 100.000 millones de dólares para derrotar a Sadam Hussein [en la Guerra del Golfo], ¿por qué no puedes encontrar el mismo dinero para ayudarme a efectuar unas reformas históricas?

Pero es mucho más fácil recaudar dinero para una guerra justa contra un enemigo claramente definido, que para ayudar a un reformador inepto y fracasado. Sí, Gorbachov es un personaje histórico que entregó el final de la Guerra Fría en bandeja de plata, algo que ninguno habíamos soñado. Pero estaba fracasando, y se llegó a la conclusión de que no darle 100.000 millones no cambiaría nada.

Foto: Mijaíl Gorbachov, junto a Margaret Thatcher. (Getty)

P: A lo largo del libro muchas personas se muestran sorprendidas por la manera en que Gorbachov ejercía el poder: hablando mucho sin proponer medidas, mostrándose reacio a imponer castigar, o entregando potestades sin pedir nada a cambio. ¿Cómo se explica que alguien con tanto poder se dedicase, aparentemente, a dilapidarlo?

R: Su noción de poder era extraña para alguien que se había formado en la jerarquía comunista. Él empezó muy pronto: fue líder de las Juventudes Comunistas de la Universidad Estatal de Moscú y acabó en la cúspide del Partido. Pasó por todo el organigrama. Aún así, creo que no entendía cuál era la fuente de su poder. Es extraño. Él pensaba que su fuente de legitimidad era el leninismo, la Revolución rusa. Muchos de sus contemporáneos dirían que esto no tenía ningún sentido. Ellos también repetían los eslóganes ideológicos, pero sabían que la fuente de poder era la burocracia, a la que el pueblo se había acostumbrado.

Otra cosa bizarra es que daba por hecho que conservaría el poder, que el poder seguiría con él. Pensaba que se convertiría en un nuevo Lenin que lideraría al país en una gran reforma hacia el socialismo democrático y, a la vez, que el KGB seguiría protegiéndolo y asegurándose de que el país seguía siendo gobernable. Hasta en sus últimos meses al frente de la URSS, Gorbachov descartaba que el KGB, que era un aparato enormemente militarizado, se volviera contra él [como sucedió en agosto de 1991].

Al final, Gorbachov perdió el apoyo de la burocracia, a la que había traicionado y que había dejado de reconocerlo; del KGB, que había dejado de comprender qué estaba haciendo realmente Gorbachov, y de los líderes democráticos. Especialmente Borís Yeltsin, que, a diferencia de Gorbachov, sí logró explotar la tradicional reverencia rusa hacia el ‘zar del pueblo’: el gobernante que encarna los sueños y las esperanzas de la gente y que dirige el país de manera autoritaria. Gorbachov carecía de esa noción autoritaria del poder que el pueblo esperaba de él.

"Gorbachov era probablemente el único intelectual de los primeros secretarios del partido de la época"

P: En un momento dado, Borís Yeltsin le espeta a Gorbachov: “¡Has llegado al poder entreteniendo a los líderes!”, en referencia al padrino de este, Yuri Andrópov. ¿Cómo llegó un tipo afable como Gorbachov a regir esta inmensa dictadura?

R: El de Gorbachov fue un caso notable de padrinazgo. Sabemos que en los sistemas autoritarios, e incluso en los democráticos, uno llega tan lejos como le permitan sus padrinos. Uno puede ser talentoso y valerse por sí mismo, pero con la protección de un padrino hay muchas más opciones de avanzar. El de Gorbachov fue un caso claro. Una serie de personas importantes del Politburó, incluido Mijaíl Suslov, la gran Eminencia Gris de Leonid Brézhnev, procedían de la misma región que Gorbachov.

Y sí, entretuvo al poderoso Yuri Andrópov, que fue el jefe del KGB durante 15 años y que había sido preparado por Brézhnev para sucederle en el cargo, cuando este bajaba al Cáucaso Norte. Andrópov tenía problemas de riñón y acudía a menudo a tratarse con aguas minerales en la región de la que Gorbachov era Primer Secretario. Además, a Andrópov le gustaban los intelectuales, y Gorbachov era probablemente el único intelectual de los primeros secretarios del partido de la época. Él había estudiado derecho y su mujer, Raisa, filosofía. Y al jefe del KGB le gustaba conversar con ellos. Por eso decidió preparar a Gorbachov y presentárselo personalmente a Brezhnev, que para entonces ya era muy mayor, pero seguía siendo poderoso.

P: Durante el primer capítulo del libro, si bien no se deja llevar por la política ficción, sí que sugiere que la URSS podría haber discurrido por otros derroteros: podría haber sido reformada de otra manera e incluso seguir existiendo. Algo difícil de imaginar hoy en día. ¿Hay un debate sobre lo que pudo haber pasado?

R: Hubo un debate soterrado durante los años previos a la perestroika. La mayoría de la gente de principios de los ochenta, antes de que Gorbachov se convirtiera en el líder, pensaba que las reformas del sistema se harían desde arriba, no por canales democráticos. Pero luego, gracias en buena medida a las reformas de Gorbachov, la gente empezó a decir que la democracia sacaría a la URSS de su depresión totalitaria. Querían “Todo el poder para el pueblo” y que los intelectuales accedieran al poder.

Cuando la URSS se hundió, muchas de estas personas pensaron que las reformas desde arriba también habrían fracasado, lo que, en mi opinión, es extraño. Las de Andrópov, aunque duró un año y medio en el cargo, y las de Gorbachov, fracasaron. Pero en otros lugares, como en China, tuvieron un efecto distinto. Ya sé que son contextos y culturas diferentes, pero no descartaría que hubiera otro camino. Algunos críticos me ha acusado de nostálgico por ello, lo cual es ridículo. Cuando planteo la posibilidad de otro tipo de reforma, eso no me convierte en un fan de esas reformas. Soy un tipo liberal [en el sentido anglosajón] que vive en una sociedad democrática. Pero, como historiador, tengo que dejar márgenes de posibilidad.

Foto: Witold Szablowski. (Capitán Swing)

P: Hoy existen muchas ideas claras sobre cómo era la URSS, pero me pregunto si parte de estas ideas se han construido a posteriori. Por ejemplo, se dice que el complejo militar-industrial soviético era un mamotreto ineficiente y costoso, que contribuyó a hundir la economía. En cambio, en su libro dice que era un sector bastante moderno y eficiente, y que incluso Gorbachov lo usó como modelo para reformar otros sectores. ¿Hay mucho sesgo retrospectivo sobre la URSS?

R: A medida que la Unión Soviética se desvanece en el pasado, se convierte en una entidad cada vez más incomprensible para las nuevas generaciones. En realidad, en la Unión Soviética, dependía de adónde miraras. Podías ver la terribilísima ineficiencia del sector agrícola, por ejemplo. El campesinado fue aplastado por Stalin y jamás se recuperó. Hoy, en cambio, Ucrania y Rusia tienen la misma tierra negra que entonces, pero son súperpotencias agrícolas. Exportan cantidades inmensas de grano. La superficie cultivable es la misma, pero la organización es diferente.

La Unión Soviética no tenía una verdadera industria de servicios. Recuerdo que, cuando yo era un joven académico, distraer a los extranjeros que venían a Moscú siempre era un problema. Había muy pocos restaurantes decentes, porque los restaurantes requieren un sector privado y eso era ideológicamente incompatible con el sistema. Pero luego estaba la industria del petróleo, que transformó a la URSS, a veces, en el primer exportador de crudo del mundo. Con ayuda de empresas occidentales, la URSS construyó unos oleoductos inmensos que continúan dándole ingresos a Vladímir Putin.

Y luego está el complejo militar-industrial. Todos, o casi todos, los ingenieros, científicos y especialistas mejor formados trabajaron, de una manera o de otra, en este sector, que era mucho más eficiente y menos costoso que el estadounidense. Sí, los estadounidenses eran más innovadores y desarrollaban armas modernas, aunque no todas. Así que este sector, dentro de la URSS, llegó a ser una fuente increíble de poder científico. La URSS lo fue prácticamente todo: un despilfarro colosal, una completa impotencia a la hora de producir cosas sencillas, un agujero negro de consumo; pero, en cuestiones relacionadas con la seguridad, podía ser un prodigio.

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P: Volviendo al presente, ¿cómo explica las causas de la invasión rusa de Ucrania? Hay quien le achaca la culpa a Putin, y hay quien dice que Putin sólo es un reflejo de las dinámicas históricas de Rusia.

R: Sí, hay dos bandos. Unos dicen que la dictadura y la paranoia de Putin son la causa de la invasión. Creo que hay mucha verdad en esto. Y luego están quienes creen que Rusia es, y siempre será, una potencia imperialista, y que, mientras exista Rusia, existirá su postura revanchista respecto a Ucrania. Yo creo que sí, que ha habido muy mala relación entre ambos proyectos, el de Rusia y el de Ucrania, por ejemplo antes y después de la Revolución bolchevique; los ucranianos lucharon por su independencia en la Guerra Civil rusa y en la Segunda Guerra Mundial.

Conocemos estos episodios, pero también sabemos que Yeltsin fue a Kiev a ofrecerles a los ucranianos aquel acuerdo formidable. Él tenía la imagen mental de que estos eran dos pueblos hermanos, pero quería ofrecer a Ucrania una independencia completa. Así que no se trata de una historia lineal. No creo que la competición entre los proyectos de Rusia y Ucrania tuviera que desembocar, inevitablemente, en la calamidad. En esta guerra sangrienta. La historia está llena de momentos con mucho potencial, en los que pueden pasar distintas cosas. En los años 1992, 93 y 94 hubo potencial para una confrontación entre Ucrania y Rusia, pero este potencial fue desactivado. Fue desactivado porque los líderes de aquel momento, Borís Yeltsin y Leonid Kravchuk, actuaron para desactivarlo.

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Pero llega un momento en el que el líder ruso, Putin, pero también los líderes en Kiev, dejan de distender las relaciones. Es fácil de ver en el Kremlin. La historia de Putin es bien conocida. En 2014 ocupa Crimea después de que su peón en Ucrania, Víctor Yanukóvich, huyera de Kiev. Y desde entonces su actitud hacia Ucrania ha ido degradándose, lo cual nos lleva a febrero de 2022, a su idea de que ninguna solución pacífica funcionaría con Ucrania y que por tanto había que mandar tropas para forzar un “cambio de régimen”, como se diría en Occidente.

Pero en el lado ucraniano la historia no está bien comprendida. Tras la anexión de Crimea, el margen para los compromisos diplomáticos quedó irrevocablemente roto. Cuando Volodímir Zelenski fue elegido en 2019, se esperaban algún tipo de negociaciones de paz, pero la química entre Putin y Zelenski durante su primer encuentro, en Francia, fue terrible. Varios fuentes sugieren que en ese momento Putin llegó a la conclusión de que no había nada que hacer con Zelenski y que sólo quitarlo del medio aclararía el paisaje. Hay una perfecta combinación del factor subjetivo de la personalidad, sobre todo en el Kremlin, con la peor parte de la personalidad de Putin jugando un papel, y el patrón histórico. Pero sigo pensando que el conflicto no era inevitable. Creo, más bien, que es una trágica desviación de lo que bien podría haber sido una pacífica y mutuamente ventajosa coexistencia.

¿Cómo ve el futuro de la guerra? En su artículo de Foreign Affairs publicado en diciembre de 2022 establecía una comparación con la Primera Guerra Mundial y decía que una guerra larga en Ucrania no tendría vencedores.

Sigo pensando lo mismo. No creo que esta guerra pueda ser ganada por ninguno de los dos bandos. Creo que la victoria de Putin es improbable, porque volveríamos a la casilla de salida: una guerra de guerrillas en territorio ocupado, constantes ataques con drones desde el resto de Ucrania, etc. Es una pesadilla. Una guerra que no se puede ganar. La mayor pregunta es si un armisticio puede parar esta enorme carnicería. Esto implicaría a varias capitales, Kiev, Moscú, Washington, Varsovia, los bálticos. Es una combinación internacional enormemente complicada.

Cuando la gente dice, bueno, ¿y por qué no una solución al estilo de la Guerra de Corea? No nos acordamos de cómo fue aquello. Detener las hostilidades llevó casi 600 reuniones en dos años. Los estadounidenses llegaron a estar tan frustrados con las negociaciones que empezaron a pensar en usar armas nucleares para sacar al ejército chino de Corea. Así que el escenario coreano no es particularmente bueno, pues está lleno de potenciales peligros y problemas. Al final se dividió la península coreana por el Paralelo 38. En Ucrania ni siquiera hay un paralelo, sólo un frente de guerra, y no tenemos un reconocimiento previo de cómo se restauraría la integridad territorial de Ucrania. Estamos en un callejón sin salida aún peor que el de Corea.

Y sabemos lo que hacen los callejones sin salida en las guerras. En la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, hubo un callejón sin salida diplomático y bélico, de manera que se degradó la moral de ambos bandos, se envenenó la atmósfera internacional y se complicó la vida económica y financiera a gran escala. Son muchos peligros. Pero mucha gente sigue repitiendo que “no hay sustituto para la victoria”, un lema favorito de los estadounidenses, por cierto. Lo hizo famoso el general Douglas MacArthur cuando le despidió el presidente Truman en 1951. Hoy abres Foreign Affairs y tienes a varios artículos con títulos similares: “No hay un sustituto para la victoria”. Pero, de hecho, sí que lo hay, siempre lo hay. En una guerra que no se puede ganar tiene que haber un sustituto para la victoria, y se va a encontrar. Eso espero.

La primera frase de Collapse: The Fall of the Soviet Union (Yale University Press, 2021), una detallada crónica de la implosión a cámara lenta del imperio soviético, es el comentario que hace un hombre de a pie en agosto de 1991: “Por fin se han librado de él, de esa cotorra”. El hombre se refiere a Mijaíl Gorbachov, retenido por el KGB en su mansión de Crimea mientras los tanques ruedan por el centro de Moscú.

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