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Nigel Farage va a arrasar en las elecciones de UK. Conseguir suficientes escaños es otra cosa
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eLECCIONES ANTICIPADAS 4 JULIO

Nigel Farage va a arrasar en las elecciones de UK. Conseguir suficientes escaños es otra cosa

Nigel Farage puede convertirse en la segunda fuerza en intención de voto de Reino Unido (en los mejores escenarios para el partido) pero Reform UK no espera poder arrasar en escaños

Foto: El líder de Reform UK, Nigel Farage, en la presentación de su manifiesto (EFE)
El líder de Reform UK, Nigel Farage, en la presentación de su manifiesto (EFE)
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No es habitual que un candidato reconozca que no tiene ninguna posibilidad de ganar las elecciones. Tampoco que diga que la convocatoria le cogió por sorpresa y que le hubiera gustado que fuera unos meses más tarde para estar mejor preparado. Pero Nigel Farage nunca se ha regido por las normas del establishment. Y no se puede decir que le haya ido mal. Su popularidad al frente del UKIP le permitió jugar un importante papel en la salida de Reino Unido de la UE; su auge con el Partido Brexit forzó luego a dimitir a Theresa May y negociar con Bruselas un divorcio duro; y su apogeo como líder de Reforma UK —su tercer proyecto— lo que le ha convertido ahora en la estrella de la campaña en Reino Unido de cara a las elecciones anticipadas del 4 de julio.

Ante la falta total de carisma del premier Rishi Sunak y el laborista Keir Starmer, las semanas previas a la cita con las urnas se están convirtiendo en una agonía tremendamente aburrida. Con más de veinte puntos de ventaja para los laboristas, el resultado está ya contado. Todo el mundo da por hecho el fin de era para los tories tras catorce años en el poder. Pero el retorno del show-populista-Farage —si es que alguna vez se fue por completo— es ahora su posibilidad más real para conseguir su primer escaño en Westminster, un reto que hasta ahora se le ha resistido por un complejo sistema electoral donde el partido más votado no siempre es el que consigue más escaños.

“No pretendemos que vayamos a ganar estas elecciones generales. Somos un partido político muy, muy nuevo y hubiéramos preferido que los comicios se celebraran en octubre o noviembre para estar más preparados. Pero estamos corriendo muy rápido para alcanzarlos”, recalcó el líder euroescéptico este lunes, al presentar su programa electoral. Mientras todos hablan de manifiesto, él prefiere utilizar el término “contrato” con el electorado. Por aquello de marcar distancias con el establishment.

Sólo una encuesta —la de YouGov— le situó la semana pasada como segunda fuerza política, por delante de los conservadores. Pero eso le sirve ahora para presentarse como la “auténtica oposición”. De ahí que su “contrato con el electorado” lo presentara en Merthyr Tydfil, en Gales, donde el laborismo lleva gobernando 25 años, según su versión, “porque no hay alternativa creíble”.

Foto: El líder laborista, Keir Starmer, junto al primer ministro conservador, Rishi Sunak, en el Parlamento británico. (Reuters/Hannah McKay)

Su programa presenta un gran paquete de recortes de impuestos, incluido un ahorro de 30.000 millones de libras eliminando los objetivos medioambientales de cero neto y 15.000 millones de libras en ayudas sociales. Con todo, el control de la inmigración sigue siendo su gran prioridad y para ello plantea introducir un nuevo impuesto a los empleadores que contraten trabajadores extranjeros y abandonar la Convención Europea de Derechos Humanos. Este último es uno de los reclamos de la derecha radical, ya que fue el tribunal de Estrasburgo el que impidió que se llevara a cabo la primera versión del polémico Plan Ruanda del Gobierno para mandar al país africano a los solicitantes de asilo llegados por rutas irregulares.

Objetivo 2029

Para Farage, la cita con las urnas en 2024 es tan sólo “el primer paso” para hacerse con el poder en 2029.

Su programa es pura ciencia ficción. El euroescéptico puede ser excelente identificando problemas, pero proporcionar soluciones genuinas no es su fuerte. Pero poco importa si realmente sería capaz de gobernar con sensatez. La clave es que es el receptáculo perfecto para un gigantesco voto de protesta. Tanto para los votantes de derecha desencantados con los tories, como los izquierda a los que Starmer sigue sin cautivar y se vuelven a creer aquello de que los inmigrantes quitan los trabajos a los británicos y saturan los servicios públicos.

Aunque es principalmente a los conservadores a los que puede directamente aniquilar. La mayor parte del Gabinete –incluido el primer ministro– apenas se refieren a Farage por su nombre, llamando indirectamente a Reforma “el otro partido”. Aunque el ministro de Exteriores, David Cameron, sí fue es más directo en sus entrevistas. “Yo apuesto por una política sólida y un lenguaje mesurado. Creo que con estos populistas lo que se obtiene es un lenguaje incendiario y una política desesperada”, señaló.

La cuestión es que el centrismo conservador que en 2010 llevó a David Cameron a Downing Street —el mismo que ahora está siendo defendido por Sunak— ha dejado de ser atractivo para gran parte de las bases tories. Mientras que todos los llamados “padres centristas” han desertado y se han pasado bien al Partido Laborista o a los Liberal Demócratas, el voto conservador tradicional exige ahora respuestas mucho más contundentes a cuestiones como la inmigración o el pretendido ascenso del islam radical. Y es Farage quien representa su voz.

Foto: Nigel Farage, en un evento de campaña de Trump este octubre. (EFE)

El problema es que, en Reino Unido, un gran número de votos no se traduce en un gran número de escaños. En 2015, el UKIP de Farage consiguió convertirse en la tercera fuerza más votada, con el 12,6% del respaldo, desbancando a los Liberal Demócratas, que sacaron un 7,9%. Pero mientras que estos últimos se hicieron con ocho diputados, los de Farage tan sólo consiguieron uno.

El llamado First Past the Post (FPTP, traducido como “el primero que llega a la meta gana”) data de 1948. Desde su entrada en vigor, ha sido calificado como “injusto y desigual”. Pero se le perdonaba todo porque –según sus creadores- permitía “gobiernos fuertes, estables y decisivos”. Se trata de un sistema uninominal mayoritario que divide a Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte en 650 circunscripciones, con una media de 70.000 electores cada una. Cada circunscripción elige a un diputado, no directamente al primer ministro.

Para ganar, el candidato a diputado no necesita obtener una mayoría de votos (es decir, el 50% + 1). Sólo requiere tener un voto más que el resto. En otras palabras, el candidato que más votos recibe se lleva el escaño mientras que el resto de los sufragios caen en saco roto. De esta manera, se favorece la formación de grandes mayorías, pero se hace a costa de ser muy poco proporcional y hace realmente difícil la entrada de nuevos partidos a la Cámara de los Comunes.

En 2011 se celebró un referéndum para tener a otro más representativo a petición de los Liberal Demócratas —en ese momento en Gobierno de coalición—, pero los británicos se mostraron en contra de cambios.

Reforma electoral

En las elecciones de este año entra en vigor la nueva delimitación de las circunscripciones. Siguen siendo 650 asientos los que están en juego, pero cada aproximadamente dos décadas se redistribuyen los distritos para ajustarse a cambios de población. El número de escaños para Inglaterra aumenta ahora de 533 a 543; Escocia pasa de 59 a 57; Gales es el gran perdedor pasando de 40 a 32; mientras que Irlanda del Norte se mantiene sin cambios con 18 escaños.

Si es el sistema ya favorecía de por sí a los conservadores, ahora los laboristas lo tienen aún más complicado ya que necesitan un mayor swing —cambio de votos— para poder hacerse con la mayoría absoluta.

Los conservadores obtuvieron 365 escaños en las elecciones de 2019, lo que equivale a una mayoría con ventaja de 80 diputados en la Cámara de los Comunes. Con los nuevos distritos electorales, sin embargo, el apoyo en las urnas se habría traducido en 372 asientos, elevando su mayoría a 94, según el análisis realizado por Sky News.

Antes de los cambios, los conservadores tenían que perder 40 escaños para sacrificar su mayoría. Ahora, sin embargo, tienen un margen de 47. Mientras que el Partido Laborista necesita ganar cuatro escaños adicionales (81 en total) para convertirse en el partido más grande. Si los laboristas obtuvieran una ganancia neta de 125 escaños, la mayoría en la Cámara de los Comunes sería de solo dos.

Para dar perspectiva, la victoria de Margaret Thatcher en 1979 se basó en una oscilación de 5,3 puntos (la segunda mayor en la era de la posguerra) y una ganancia neta de 55 escaños. Por su parte, en 1997 Tony Blair logró un swing contra los conservadores de 10,2 puntos, estableciendo un récord de posguerra. Consiguió un total de 418 escaños.

Ahora, sin embargo, si las filas de Starmer consiguen una oscilación de 12,7 puntos, tan solo tendrían una mayoría simple. Por lo tanto, para conseguir en julio una victoria épica, necesitarían igualar el desempeño de Blair y confiar que a los conservadores de Sunak les vaya aún peor que a sus predecesores bajo John Major. Es un desafío complicado.

El otro perdedor, los escoceses

En este sentido, además del voto protesta de Farage —con todo el apoyo que eso puede robar a los tories— va a ser también clave la debacle que se espera para el Partido Nacional Escocés (SNP). La formación que ha dominado durante las últimas dos décadas la política de Edimburgo se enfrenta a una noche difícil el 4 de julio.

Los separatistas —cuya popularidad obligó incluso en 2014 al Gobierno central a celebrar un referéndum de secesión— han tenido 18 meses poco envidiables. Las renuncias repentinas, una investigación policial en curso sobre las finanzas del partido y ahora unas elecciones generales pocas semanas después de que el líder John Swinney —tercero en apenas dos años— asumiera el cargo podrían contribuir a una auténtica humillación.

El SNP ha sido el partido más grande en el Parlamento de Edimburgo desde 2007 y ha ganado la mayor cantidad de escaños en Escocia en todas las elecciones generales desde 2015, cuando todos los parlamentarios escoceses electos, excepto tres, provenían del partido.

Pero el próximo mes podrían perder el 64,6% del total de escaños conseguidos en 2019, una proporción incluso mayor que la terrible pérdida posible del 61,6% que enfrentan los conservadores.

Mientras tanto, los laboristas tiene la posibilidad de volver a convertirse en el partido más votado de Escocia, lo que supone una enorme mejora con respecto al escaño único que obtuvieron en esta región en las últimas elecciones generales.

No es habitual que un candidato reconozca que no tiene ninguna posibilidad de ganar las elecciones. Tampoco que diga que la convocatoria le cogió por sorpresa y que le hubiera gustado que fuera unos meses más tarde para estar mejor preparado. Pero Nigel Farage nunca se ha regido por las normas del establishment. Y no se puede decir que le haya ido mal. Su popularidad al frente del UKIP le permitió jugar un importante papel en la salida de Reino Unido de la UE; su auge con el Partido Brexit forzó luego a dimitir a Theresa May y negociar con Bruselas un divorcio duro; y su apogeo como líder de Reforma UK —su tercer proyecto— lo que le ha convertido ahora en la estrella de la campaña en Reino Unido de cara a las elecciones anticipadas del 4 de julio.

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