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Asediado, Joe Biden confunde a Zelenski con Putin y a Kamala con Trump, pero no se rinde: "Quiero acabar el trabajo"
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AumentaN las dudas sobre su salud

Asediado, Joe Biden confunde a Zelenski con Putin y a Kamala con Trump, pero no se rinde: "Quiero acabar el trabajo"

En sus declaraciones en la cumbre de la OTAN, la atención no estaba puesta en los planes o anuncios que pudiera hacer, sino en los posibles deslices verbales y capacidad de reacción

Foto: Joe Biden en una imagen de archivo. (Reuters/Leah Millis)
Joe Biden en una imagen de archivo. (Reuters/Leah Millis)

En otro tiempo y lugar quién sabe lo que le habrían hecho. ¿Encerrarlo en una mazmorra y decirle al pueblo que el rey se encuentra indispuesto? ¿Invitarle a punta de bayoneta a que acepte un exilio vigilado en la campiña? ¿Veneno, tal vez? Pero las reglas son las reglas y la democracia es la democracia, y está siendo fascinante ver cómo se desarrolla una rebelión interna en un sistema garantista: con los medios de comunicación libres persiguiendo por los pasillos a los representantes electos, que no pueden deshacerse del presidente porque las normas no lo permiten, y a un presidente, Joe Biden, visiblemente cómodo en su actitud desafiante.

“Creo que soy la persona mejor cualificada para hacer el trabajo”, insistió un atrincherado Biden ayer por la noche en su esperada rueda de prensa. Técnicamente la comparecencia del presidente trataba sobre la OTAN, que clausuró ayer en Washington la cumbre de su 75 aniversario. Pero, como era obvio, la inmensa mayoría de las preguntas formuladas por una decena de periodistas, durante los 55 minutos que duró el encuentro, trataron sobre su futuro político: sobre si tenía previsto ceder a las presiones de su propio partido para “pasar la antorcha” a una nueva generación de líderes, habida cuenta de las dudas sobre sus facultades físicas y mentales. Y de las malas, pésimas, abominables encuestas.

La atención de los periodistas, donantes y correligionarios no estaba puesta en los planes o anuncios que pudiera hacer Biden, sino en su manera de expresarse: en sus deslices verbales y capacidad de reacción. EEUU y parte del resto del mundo querían ver si Biden era capaz de expresarse de forma coherente y comprensible.

Y eso hizo, pese a que, antes de comparecer, presentó al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, como “presidente Putin”, para justo después disculparse con una broma. Biden se cercioró de extender la rueda de prensa hasta casi una hora, respondiendo a las preguntas y repreguntas de los periodistas e ignorando, hacia el final, la advertencia de una subalterna que gritó “última pregunta”. Biden hizo un repaso de temas diversos. Habló de la creación de empleo, la inflación, los sindicatos, los microchips, Rusia, China y sus relaciones con los israelíes en la guerra de Gaza. Una masa de referencias jalonada de alguna que otra metedura de pata, como cuando se refirió de su número dos en el Gobierno como “vicepresidente Trump”.

Entre las declaraciones destacadas que dejó Biden figurarían la siguientes: sí, claro que cree que Kamala Harris está preparada para ser presidenta, por eso la eligió a ella como compañera de ticket en 2020, pero sigue creyendo que él está más cualificado para ganar y gobernar. Y sí: hay muchos otros demócratas talentosos que podrían vencer a Trump, pero tendrían que “empezar desde abajo”. Biden ya tiene la presidencia, la campaña y las cosas hechas.

Cuando le preguntaron por qué en 2020 hablaba de una “presidencia puente”, sugiriendo que sólo tenía intención de gobernar un mandato, Biden reconoció que cambió de opinión cuando vio cómo había dejado las cosas Donald Trump. Y añadió que simplemente quería “acabar el trabajo” iniciado estos cuatro años, del que presumió retando a los presentes a que buscasen un presidente que hubiera hecho más cosas en tres años y medio. O que supervisara una economía mejor.

Lo que despertó sospechas, y más teniendo en cuenta las informaciones que dicen que Biden se mueve en un ambiente extremadamente controlado por sus asesores, que hasta pidieron a una radio que editase las respuestas de Biden, es que este parecía no conocer el estado real de la carrera presidencial. Las encuestas son terribles desde todos los puntos de vista, pero él dijo que otros presidentes lo habían tenido peor que él y habían sido reelegidos. ¿Quiénes? No concretó. Y se mostró confiado en poder remontar las cosas en los próximos tres meses y medio.

Lo cierto es que, en 2020, Biden lideraba con amplia ventaja todas las encuestas, y, aun así, sacando 7,1 millones de votos de diferencia, sólo se llevó los estados clave, los que cuentan, por un margen fino como una página de Biblia. Biden se embolsó Arizona, Georgia y Wisconsin con 42.918 papeletes de ventaja combinadas. Hoy, Biden está por detrás de Donald Trump en todos los estados clave. Hasta 10 puntos por debajo en Pensilvania. Cuando los sondeos preguntan a la gente si Biden puede gobernar otros cuatro años, hasta el 85% dice que no. Una cifra extraordinaria.

En 2020, Biden lideraba con amplia ventaja todas las encuestas, y, aun así, solo se llevó los estados clave. Hoy, está por detrás de Trump en todos

La rebelión demócrata que se ha ido fraguando estas últimas dos semanas, después de que el mal debate rompiera el tabú del partido sobre la clara desmejora de Biden estos años, se basa parcialmente en esto: Biden, además de estar mayor, no tendría el dedo colocado en el pulso del país. Viviría en una burbuja. Y caminaría a ciegas hacia lo que para los demócratas sería un Armagedón, un Trump 2.0.

Por eso la rebelión contra Biden tiene cuatro capas. Una es la capa de los donantes. El canal NBC News publicó el miércoles que las donaciones a la campaña de Joe Biden se estaban desplomando y que podrían haber caído a la mitad. Por otro lado, un grupo de donantes de Nueva York aportará dos millones de dólares a los congresistas que habían pedido públicamente la renuncia de Biden, un claro incentivo para tantos otros congresistas necesitados de fondos de campaña.

Estas fortunas progresistas siguen la estela de Abigail Disney, la heredera del imperio del entretenimiento, que dijo que no volverá a donar un centavo al Partido Demócrata hasta que Joe Biden deje de ser el candidato. “Esto es realismo, no una falta de respeto”, declaró Disney al canal CNBC. “Biden es un buen hombre y ha servido a su país admirablemente, pero las apuestas son demasiado altas”.

El actor George Clooney, importante donante demócrata, escribió una dura columna diciendo que Biden ya se veía muy estropeado en la gala de recaudación donde coincidieron en junio y que tiene que echarse a un lado. Como Clooney es amigo de Barack Obama, y tiene fama de ser un tipo cauteloso, las habladurías dicen que Obama tuvo que haberle dado luz verde para publicar esta dura carta. Es la parte de esta crisis más parecida a una telenovela de amor y traición.

Lo que nos lleva a la segunda capa de la rebelión: la prensa. Dado que Biden ha atendido a los reporteros la tercera parte de las veces que Donald Trump y otros antecesores, y periódicos como The New York Times o The Washington Post no tuvieron ni una sola oportunidad para entrevistarlo, poco a poco se fue generando una inquina mutua. Por eso esta crisis demócrata tendría también un ápice de venganza por parte de los medios que se han sentido ninguneados y que ahora atizan las llamas de la rebelión las 24 horas del día y desde todos los ángulos posibles.

placeholder Biden en la rueda de prensa. (DPA/PA Wire/Stefan Rousseau)
Biden en la rueda de prensa. (DPA/PA Wire/Stefan Rousseau)

Desde hace dos semanas avanzamos por un pantano de artículos escritos con fuentes anónimas y de editoriales que piden, directamente y con un lenguaje llano y claro, que Biden renuncie a la candidatura. The New York Times ha sido la punta de lanza de esta campaña: su portada está completamente dedicada al tema de Biden, con artículos explicativos sobre cómo se podría reemplazar al candidato y con un surtido sin fin de columnas de opinión, a cada cual más airada.

Quizás la cumbre del descaro la haya alcanzado Mark Leibovich en The Atlantic.Nunca subestimes el poder destructivo de un viejo y tozudo narcisista con algo que demostrar”, es la primera línea. Y continúa: “A lo mejor el abuelito se niega a entregar su carné de conducir, se empotra contra un roble, y sólo el coche es destrozado. Pero a veces hay bajas: quizás atropella a un peatón. El presidente Joe Biden, de 81 años, actúa como uno de los líderes más tercos y negligentes de la historia en un momento crucial, y, ahora mismo, todos somos peatones”.

Otra capa de la rebelión, más importante, es la de los líderes demócratas. Estos tienen mucho que perder: pedir la renuncia del líder del partido y del Gobierno puede costar caro, pero poco a poco, insinuación a insinuación, con esas respuestas esquivas que vemos estos días en grandes gerifaltes como Nancy Pelosi o Hakeem Jeffries, esas reuniones a puerta cerrada, los comunicados que van saliendo a cuentagotas, etcétera, está claro que se fragua una rebelión. Su resultado aún no lo conocemos, pero la rebelión está claro que existe y gana posiciones. Aunque de momento solo 15 congresistas, de 260, han pedido a Biden que tire la toalla.

Foto: Donald Trump y Joe Biden en el último debate televisivo en imagen de archivo. (Reuters/Brian Snyder)

Muchas de las respuestas que dan los próceres demócratas se parecen a esta del senador Tim Kaine: “Tengo plena confianza en que Joe Biden hará lo patriótico por su país. Y va a tomar esa decisión. Nunca me ha decepcionado”. Lo raro de esta declaración es que Joe Biden nos ha dicho, una y otra vez, en mítines, cartas, tuits y entrevistas, que ya ha tomado la decisión: que sigue, que se queda, que no va a renunciar. Según Kaine, Pelosi y compañía, ¿no es esa, entonces, la decisión correcta?

El principal estímulo para estos líderes son las encuestas: tanto las internas, que se filtran a los medios, como las que todos conocemos. Los demócratas temen perder la presidencia y temen perder, sobre todo, sus respectivos escaños. La derrota de Biden puede generar un efecto cascada. Los republicanos lo saben y por eso colocan la imagen del presidente en todos los anuncios contra candidatos locales y estatales: porque saben que, relacionándolos con Biden, dañarán su imagen política.

Pero la cuarta capa de la rebelión, una capa silenciosa, es la más grave. La capa mencionada de los votantes, los estadounidenses, la gente de a pie. Los sondeos llevan años recogiendo que la inmensa mayoría de norteamericanos, incluida la mitad de los demócratas, piensan que Biden está demasiado viejo. La proporción de personas que piensan que Biden está “lúcido de mente”, según Pew Research, ha ido cayendo desde 2020. Hace tres años, poco más de la mitad de los encuestados creían que Biden estaba cognitivamente en buenas condiciones. Ahora esa proporción se ha reducido a menos de la mitad que entonces: sólo un 24% lo piensa.

Foto: La actual vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris (Reuters/Edmund D.Fountain)

Se trata de unas cifras sin precedentes. Hace cuarenta años era habitual cuestionar a Ronald Reagan, que se presentó a la reelección con 73 años, por ser bastante mayor. Pero la proporción de votantes que piensa que Biden ya no es capaz de seguir donde está se aproxima a la unanimidad. Ninguna otra observación política en este país, respecto a la política, el clima, el aborto o lo que sea, roza semejante consenso.

Otra vía de especulación es si, además de mayor, tiene una enfermedad neurológica. Según el neurólogo Dr. Tom Pitts, especializado en la enfermedad de Parkinson, Biden padecería este mismo mal. “Tiene los clásicos rasgos de neurodegeneración”, explicó Pitts en MSNBC. “Dificultad en encontrar palabras (...), rigidez, falta de balanceo en los brazos, girarse en bloque (...), Bradykinesia: movimiento lento (...) e hipofonía: una voz monótona y lenta. Podría haberlo diagnosticado [de Parkinson] desde la otra punta de un centro comercial”, declaró Pitts, añadiendo que veía a pacientes como Biden unas 20 veces al día en su clínica.

El Dr. Pitts fue entrevistado a raíz de la información, publicada por The New York Times y The New York Post, de que un médico especializado en Parkinson, Dr. Kevin Cannard, había visitado a Biden ocho veces entre el verano pasado y esta primavera. Según el historial publicado por la Casa Blanca, Cannard hizo tres exámenes neurlógicos generales de Biden y no encontró señales de Parkinson. La portavoz de Biden negó que el presidente haya sido o esté siendo tratado por esta enfermedad.

Mientras tanto, ahí sigue Joe Biden, con la lanza en ristre, dispuesto a ganar unas nuevas elecciones, como lleva haciendo desde el año 1970

Mientras tanto, ahí sigue Joe Biden, con la lanza en ristre, dispuesto a ganar unas nuevas elecciones, como lleva haciendo desde el año 1970. Un tipo que se percibe a sí mismo como un americano más, Joe, un tipo de Scranton que siempre se ha enfrentado a la estirada élite que lo mira por encima del hombro. Un hombre que ha sobrevivido a numerosas tragedias personales y que ya no se deja amilanar.

Una bella defensa de Biden la hizo el periodista Chris Matthews. “Tenemos que mirar a todos los hechos y un hecho es Joe Biden. Él es un hecho. Se ha ganado esta posición: presidente de EEUU”, dijo, explicando cómo empezó su carrera ganando contra pronóstico y sin dinero a un pez gordo. Y cómo poco después, en 1972, sufrió su primera gran tragedia. “Perdió a su mujer y perdió a su hija [en un accidente de tráfico], y encontró a Jill. A quién va a escuchar, ¿a Jill o a George Clooney?”.

En otro tiempo y lugar quién sabe lo que le habrían hecho. ¿Encerrarlo en una mazmorra y decirle al pueblo que el rey se encuentra indispuesto? ¿Invitarle a punta de bayoneta a que acepte un exilio vigilado en la campiña? ¿Veneno, tal vez? Pero las reglas son las reglas y la democracia es la democracia, y está siendo fascinante ver cómo se desarrolla una rebelión interna en un sistema garantista: con los medios de comunicación libres persiguiendo por los pasillos a los representantes electos, que no pueden deshacerse del presidente porque las normas no lo permiten, y a un presidente, Joe Biden, visiblemente cómodo en su actitud desafiante.

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