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Donald Trump acepta la nominación y sueña con una presidencia imperial
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Donald Trump acepta la nominación y sueña con una presidencia imperial

Quizás su mayor fortuna es la de tener delante un candidato demócrata debilitado, que trata de sofocar una rebelión interna capitaneada, por el liderazgo demócrata del Congreso

Foto: Donal Trump durante el acto. (EFE/EPA/Justin Lane)
Donal Trump durante el acto. (EFE/EPA/Justin Lane)

Entre los vaivenes políticos y personales de Donald Trump, el único patrón consistente es el de entretener y ofrecer un espectáculo. Todo lo demás es accesorio. Si el Trump de 2016 era como unos de esos generales nómadas de la Antigüedad, un escita, un sármata, un Atila prendiendo fuego a las ciudades, el de 2024 es un emperador romano callado y misterioso. Un jefe divinizado que mira desde el palco cómo sus lugartenientes lo adoran y compiten por su favor. Este es el nuevo rol que un sucinto Trump adoptó en la Convención Republicana que concluyó en Milwaukee.

La discordia y la división en nuestra sociedad han de ser curadas. Debemos de curarlas pronto. Como americanos, estamos unidos por una fe y por un destino compartido. Nos levantamos juntos o nos derrumbamos”, declaró al principio de su discurso de aceptación de la nominación del partido, sobre un escenario luminoso con la forma de la Casa Blanca. “Me presento a presidente de toda América, no de la mitad de América, porque no hay victoria en ganar para la mitad de América”.

El magnate dedicó la primera parte de su largo discurso a relatar en detalle el intento de magnicidio que sufrió el sábado en un mitin. Trump tenía sobre el escenario el uniforme de Corey Comperatore, el exjefe de bomberos matado por una de las balas del francotirador. “Yo no debería de estar hoy aquí”, dijo Trump. “No debería. Estoy aquí con vosotros solo por la gracia de Dios todopoderoso”, añadió, generando un aplauso. El tono de Trump fue suave y lento, y dedicó varios minutos a homenajear a Comperatore, cuyo casco besó, y a los dos heridos en el atentado.

Trump había prometido en un comunicado dar un discurso unificador, y eso hizo, a su manera y alternando con los típicos ataques a los demócratas, que, según su relato lleno de exageraciones y datos descontextualizados, habrían arruinado Estados Unidos. “En una época donde la política nos suele dividir, debemos recordar que todos somos conciudadanos”, dijo, para después acusar a los demócratas de censura y de lanzar caza de brujas contra él, pero entraba y salía de los ataques. “Yo soy el que salva la democracia para la gente de nuestro país”.

Foto: La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron)

El de anoche fue el discurso amplio, a veces interminable, de un político establecido, en pleno control del Partido Republicano y convencido de que ganará por goleada en noviembre. Un político con la certidumbre suficiente para enterrar a Trump el Bárbaro y empezar a perfilar a Trump el Emperador.

Este nuevo disfraz de Trump tiene varios mimbres. El más reciente es el de ese balazo que por poco termina con su vida y que reforzó su barniz mesiánico. Un proceso de deificación que había empezado hacía tiempo en los círculos evangélicos y en los márgenes del partido, y que se podía percibir en la presencia de predicadores en sus mítines y en las comparaciones con Jesucristo de la propaganda de las bases republicanas. En torno a Trump hay un andamiaje teológico sofisticado cuyo resumen es este: muchas veces, Dios utiliza un “emisario imperfecto” para cumplir su voluntad en la Tierra. La misión de Trump sería salvar a Estados Unidos.

Trump, que siempre mantuvo una cierta distancia con este mesianismo, parece haberlo abrazado desde que una bala le perforó la oreja derecha. El magnate explicó su chiripa como un acto divino y dijo que le habían concedido una “segunda oportunidad”. Y también el resto de líderes republicanos, que, unos tras otro, han estado toda la semana diciendo que fue Dios el que evitó que Trump perdiese la vida.

“No tengo duda de que Dios colocó un escudo de protección sobre Donald Trump”, dijo Ben Carson, que fue rival de Trump en las primarias de 2016, secretario de Vivienda y orador de la segunda noche de la convención. “Mis pensamientos se volvieron inmediatamente hacia el libro de Isaías”, añadió, “que dice que ningún arma formada contra ti prosperará”.

Este mimbre entronca con la fascinante lealtad que Trump inspira en sus bases, más propia de un jefe tribal que de un representante electo. Los progresistas siempre han acusado a Trump de ser el líder de una secta. Una idea que el propio Trump reconoció implícitamente cuando dijo aquella frase famosa de que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perder un voto; o, ya puestos, que podría negarse a reconocer una derrota electoral, diseminar docenas de bulos y azuzar a una turba violenta para que asaltara el Capitolio... Y no solo no perder votos, sino presentarse por tercera vez a la presidencial, y hacerlo con los mejores números de su carrera.

El tercer mimbre es el de las meras circunstancias políticas. Hace tiempo que Donald Trump tiene sus seguidores y su marca populista. No le hace falta meterse en trincheras culturales ni guerrear con los periódicos, sino dirigir una campaña más tradicional: con una agenda, mítines, recaudación y oleadas de anuncios.

Las dos figuras clave de este esfuerzo han sido sus jefes de campaña, Susie Wiles y Chris LaCivita, que han insuflado disciplina a Trump y han montado una operación muy sencilla y visual que se basa en la siguiente idea: Joe Biden es la debilidad, la decrepitud y el fracaso. Trump es la visión, la energía y el éxito. Un concepto sencillo y bien ejecutado que ha colocado a Trump en la mejor posición de un candidato republicano desde que Ronald Reagan aplastó a Walter Mondale en 1984.

Hace tiempo que Trump tiene su marca populista. No le hace falta meterse en trincheras culturales, sino una campaña tradicional

La confianza de Trump también se refleja en la audacia de elegir como número dos a un político mucho más joven, hambriento e igual o más radical que él. Lo cual también contradice el convencionalismo de que Donald Trump se rodea de nulidades para que no le hagan sombra. En el nuevo esquema político, J.D. Vance sería el guerrero escita que cabalga saqueando los pueblos; Donald Trump, el emperador que le deja hacer y que le llama al orden con un imperceptible gesto de barbilla. “Estarás haciendo esto durante mucho tiempo”, le dijo. “Disfruta del viaje”.

Con Wiles y LaCivita al frente, la agenda de Trump es firme y sus apariciones públicas están más medidas que en las otras dos campañas. Pese a que tiene permiso para usar la red social X, antigua Twitter, no lo hace, y cuelga sus comunicados en Truth Social. Otro elemento clave de Trump el Emperador es el control político.

Según The New York Times, la Convención Nacional Republicana puede ser un anticipo de cómo gobernaría Trump en un segundo mandato. Acabadas las primarias, Trump forzó una purga del aparato burocrático del partido, el Comité Nacional Republicano, para poner en los puestos clave a aliados suyos. Su nuera, Lara Trump, co-preside la organización, que ha sido integrada en la campaña del magnate.

Foto: Donald Trump y Joe Biden en el último debate televisivo en imagen de archivo. (Reuters/Brian Snyder)

Nada más llegar a la Convención, los delegados, que esperaban redactar entre todos la agenda ideológica del partido, vieron cómo se les confiscaban sus teléfonos móviles y se les entregaba un documento que el propio Trump había enmendado a su gusto. No habría revisiones. “Esto es algo que, finalmente, aprobaréis”, les dijo Donald Trump por unos altavoces. “Lo aprobaréis rápidamente”.

Si Trump gana las elecciones podría hacer lo mismo en el Gobierno federal, como han apuntado varias investigaciones. El presidente no tendría que depender de los republicanos tradicionales que formaron su gabinete entre 2017 y 2021 y que presentaron una continua resistencia. Esta vez podría llevar directamente a sus fieles y hacer una purga en los departamentos de la administración, lo cual le permitiría gobernar cómodamente por decreto y usar la fiscalía general contra sus adversarios.

Ninguna convención del pasado reciente ha sido comparable a la escenificada en Milwaukee. Mientras a la Convención Demócrata de agosto seguramente asistirán los viejos espadas, los Obama, los Clinton, probablemente líderes parlamentarios y gobernadores y exgobernadores demócratas, por la republicana no ha aparecido ninguno de los próceres de los últimos 20 años. ¿Los Bush? Ausentes. ¿Mitt Romney, candidato de 2012? Ausente. ¿Paul Ryan, expresidente de la Cámara de Representantes, ex candidato vicepresidencial y, además, nativo de Wisconsin? Ausente. ¿Mike Pence? Ausente. El partido ha sido purgado, canibalizado y privatizado por Donald Trump y su extensa, alta y, por lo general, rubia familia.

El partido ha sido purgado, canibalizado y privatizado por Donald Trump y su extensa, alta y, por lo general, rubia familia

Porque Trump, al final, sigue siendo Trump, y recurrió a las nociones típicas de su agenda política: la “invasión” de inmigrantes indocumentados, cerrar la frontera “el primer día”, perforar gas y petróleo, reindustrializar el país, clausurar las terribles guerras iniciadas bajo la responsabilidad de Joe Biden, dar espléndidos trabajos para todos, etcétera. Trump honró a Viktor Orbán, el autoritario presidente de Hungría, y dijo que con él no habría habido invasión a gran escala de Ucrania. “Todo el mundo estaba en paz y ahora está volando por los aires en torno a nosotros”, dijo.

También hay un mimbre de pura buena suerte: Donald Trump no solo se zafó por la mínima de una muerte dramática. Esta semana ha visto cómo el caso del manejo de documentos clasificados era desestimado por una jueza de Florida nombrada por él. Otros dos de los procesos por lo penal de los que es objeto ya se verán después de las elecciones, y el de Nueva York, donde se le declaró culpable, aún está pendiente de sentencia y la puede recurrir. Así que no habrá carpetazo hasta el año que viene.

Pero quizás su mayor fortuna es la de tener delante un candidato demócrata debilitado, que trata de sofocar una rebelión interna capitaneada, según diferentes informaciones, por el liderazgo demócrata del Congreso. La amplia ventaja de Trump sobre Biden es la razón principal por la que muchos demócratas quieren un cambio en su ticket. Un cambio que obligue a Trump y a los suyos salir de este estado de serenidad relativa, golpear su barco y hacer que zozobre. Si no, Estados Unidos puede presenciar una victoria republicana. Y una presidencia imperial.

Entre los vaivenes políticos y personales de Donald Trump, el único patrón consistente es el de entretener y ofrecer un espectáculo. Todo lo demás es accesorio. Si el Trump de 2016 era como unos de esos generales nómadas de la Antigüedad, un escita, un sármata, un Atila prendiendo fuego a las ciudades, el de 2024 es un emperador romano callado y misterioso. Un jefe divinizado que mira desde el palco cómo sus lugartenientes lo adoran y compiten por su favor. Este es el nuevo rol que un sucinto Trump adoptó en la Convención Republicana que concluyó en Milwaukee.

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