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El día que se rompió el tabú sobre la edad de Joe Biden
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El día que se rompió el tabú sobre la edad de Joe Biden

Cada vez es mayor la presión para que Biden abandone la carrera presidencial a menos de un mes de las elecciones presidenciales, ¿cómo se ha llegado hasta esta situación?

Foto: Joe Biden en en Las Vegas, 16 de julio. (Reuters/Tom Brenner)
Joe Biden en en Las Vegas, 16 de julio. (Reuters/Tom Brenner)

Desde hace casi un mes el Partido Demócrata parece estar cometiendo un suicidio a cámara lenta. Un proceso agónico que presenciamos día a día y que está rompiendo amistades, alianzas y capitales políticos dentro del progresismo. Biden continúa al frente de la candidatura, pero también continúan las presiones para que renuncie. A menos de un mes de que Biden acepte su nominación en la Convención Demócrata, es hora de hacer un minutado. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El concepto más importante de todo este embrollo es el de "tabú". Eso fue lo que se rompió en el debate entre Donald Trump y Joe Biden el pasado 27 de junio: un tabú. Antes de ese día todo el país, incluidos los votantes y las élites demócratas, ya sabía que Biden estaba muy avejentado, que caminaba con rigidez, que arrastraba las palabras y que parecía quedarse en blanco a mitad de las frases. No era ningún secreto. Lo veíamos en los vídeos, lo reflejaban las encuestas. Pero nadie con poder, dentro del Partido Demócrata, se atrevía a hacer nada. Hasta que llegó el debate.

Tenemos que empezar este minutado en 2019, el año en que 29 personas se presentaron a las primarias del Partido Demócrata. De esas 29, sólo 11 llegaron a la primera cita, los Caucus de Iowa. Uno de ellos era Joe Biden. Y ya en aquella primera fase de la competición, a finales de enero de 2020, la cuestión de la edad del exvicepresidente empezó a dominar los titulares, y con ellos, el debate político.

A los eventos de Joe Biden en Iowa, como pudo comprobar El Confidencial, iba muy poca gente. Y esa gente no parecía particularmente entusiasmada con el candidato. "Es Joe", se limitó a decir un votante cuando le pregunté por qué tenía pensado votar a Biden. Era como si hablase de un vecino amable; nada que destacar, la verdad, pero bueno, un señor al que se le podía pedir ayuda en una emergencia.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters/Yves Herman)

Además del escaso aforo, a Biden ya se le veía bastante apergaminado. Era de lo que hablaba la gente. Un periodista de NBC News escuchó a John Kerry, fallido candidato demócrata de 2004, despotricando por teléfono en el vestíbulo de un hotel de Iowa, barajando las posibilidades de que se presentara él mismo a las primarias, dada el mal desempeño que estaba teniendo su amigo, Joe Biden, y las posibilidades de que el socialista Bernie Sanders se hiciera con la nominación del partido.

Los resultados de Biden en los Caucus fueron pésimos: quedó cuarto. Por detrás de Sanders, de la también senadora Elizabeth Warren y del alcalde de una localidad de Indiana, Pete Buttigieg, de 38 años. Biden puso sus esperanzas en la cita siguiente, las primarias de New Hampshire, pero quedó todavía peor: quinto puesto.

"Joe Biden salió cojeando de New Hampshire con un devastador quinto puesto, cero delegados y la viabilidad de su campaña en cuestión", se leía en Politico. "Hay sangre en el agua", decía el director de un PAC demócrata. Los votantes negros "ven que le ha ido fatal con los votantes blancos y ya no parece el candidato con posibildades de ser elegido". Un consejero de Biden añadió: "Esto es horrible. Todos tenemos miedo". Lo hizo, por supuesto, de forma anónima.

Un consejero de Biden añadió: "Esto es horrible. Todos tenemos miedo". Lo hizo, por supuesto, de forma anónima

"Joe Biden está contra las cuerdas", decía esos días The New York Times. "Si ganar es contagioso, perder puede ser una enfermedad de campaña todavía más infecciosa. Erosiona el apoyo, el dinero y la confianza en una súbita fiebre de pánico de donantes y votantes". La campaña de Biden, decía otro artículo, había sido puesta "todavía más en peligro e incertidumbre, arriesgando sus esfuerzos de recaudación y potencialmente desmoronando su camino hacia la nominación".

Pero Biden no llevaba 50 años en política para nada. La siguiente parada era el "muro de fuego" demócrata: sus aliados de Carolina del Sur y de otros estados de la región. Biden levantó el teléfono, las redes demócratas se movilizaron y su campaña, que estaba “contra las cuerdas”, contraatacó y pronto dominó la carrera. Cuando el covid-19 se asomaba ya con claridad en EEUU y otros rivales de Biden iban perdiendo posibilidades, Barack Obama hizo una serie de llamadas telefónicas y Sanders, Warren y Buttigieg fueron reconociendo sus respectivas derrotas.

La campaña presidencial de Biden fue bastante particular. En lugar de salir a patear los estados clave, el candidato, aprovechando el contexto del covid, se encerró en su casa de Wilmington, en Delaware, en su famoso sótano. Los republicanos ya decían que estaba muy viejo y que no tenía la energía para salir a hacer campaña. Lo pintaron de cobarde y lo pintaron de débil, y financiaron multitud de anuncios que mostraban los efectos de la edad en Biden: su rigidez, sus meteduras de pata.

En lugar de salir a patear los estados clave, el candidato, aprovechando el contexto del covid, se encerró en su casa

Biden, sin embargo, jugaba una astuta partida de ajedrez. Sabía dos cosas: primero, que, habiendo sido vicepresidente durante ocho años, ya era de sobra conocido. No tenía que andar por ahí presentándose y convenciendo a la gente de que era un demócrata moderado. Todo el mundo lo sabía. Y segundo: su rival, Donald Trump, era un presidente bocazas e indisciplinado que se había enredado en multitud de crisis simultáneas, la del covid, la de la recesión económica resultante y la de la mayor ola de protestas raciales en 50 años. Biden se limitó a observar el espectáculo de cómo Trump iba de tropiezo en tropiezo con el país en llamas.

La campaña de Biden fue también particular en otro aspecto: el candidato mencionó más de una vez las palabras "transición" y "puente". La suya sería una "presidencia puente": de un mandato. Dada su avanzada edad, Biden dio a entender que se encargaría de enderezar al país tras el covid y los cuatro años caóticos de Donald Trump, que restañaría las heridas y bajaría la temperatura, y que en 2025 pasaría el testigo a una nueva generación. Probablemente, a su número dos, Kamala Harris.

Cuando llegó la hora de votar, la mayoría de los estados veleta, los seis que definen la victoria, se tiñeron lentamente de azul. Si bien es cierto que Biden sacó más de siete millones de votos de ventaja a Trump, en estos estados del interior sus márgenes fueron finísimos, lo cual, como en 2016, volvió a resaltar el hecho de que las elecciones son fundamentalmente sensibles y difíciles de predecir.

Foto: ¿Cuándo se celebran las elecciones presidenciales de Estados Unidos? (EFE/EPA/JIM LO SCALZO)

Así fue como Biden, después de haberlo buscado desde hacía literalmente generaciones, era investido presidente de Estados Unidos. Y su gobierno se ha caracterizado por una actividad legislativa productiva. El exjefe de Biden, Barack Obama, se lamentaba porque sus bellísimos discursos no parecían conmover a los republicanos. Biden no era de dar discursos, sino de sentarse, escuchar y cerrar tratos. Con una mayoría estrechísima en el Congreso, sacó adelante leyes sociales, de infraestructuras y de cambio climático, y despachó para Ucrania la mayor cantidad de ayuda militar desde el lend-lease de la Segunda Guerra Mundial.

Pero la cuestión de la edad de Biden no sólo continuaba: se volvía más patente. En 2022 una encuesta de The New York Times y Siena College recogía que el 64% de los votantes demócratas no querían que Joe Biden se presentara a un segundo mandato. Una proporción casi idéntica a la de ahora. Es decir: el debate del pasado 27 de junio no cambió las percepciones. Estas ya existían. Biden estaba muy viejo, y eso es algo que los votantes iban a tener en mente de cara a las elecciones. El líder demócrata, sin embargo, no cumplió con lo que había sugerido y, en abril de 2023 dijo que se presentaba a la reelección. Probablemente, Biden estaba animado por los malos resultados de los candidatos trumpistas en las midterms del noviembre anterior, por las leyes que había logrado aprobar, por la movilización que inspiraba la cuestión del aborto y por el hecho que Donald Trump, acosado por varios juicios penales, había anunciado campaña. Ya lo había vencido antes, ¿por qué no lo iba a vencer de nuevo, teniendo ahora la inercia del púlpito presidencial?

No se sabe si Joe Biden era consciente de la percepción sobre su edad y capacidades cognitivas que existía entre los votantes. Los periodistas que los siguen hace mucho tiempo que escriben sobre esta cuestión: sobre sus crecientes meteduras de pata y su visible deterioro. Sobre todo, según New York Magazine y otras cabeceras, desde el pasado mes de enero. Esta visión negativa de Biden se da a todos los niveles: entre los votantes, entre quienes tratan con él a menudo en Washington y también entre los dignatarios europeos, que tienen que tener en cuenta, por ejemplo, que Biden está muy cansado por las tardes y se mete pronto en cama.

No se sabe si Joe Biden era consciente de la percepción sobre su edad y capacidades cognitivas que existía entre los votantes

En lugar de emplear una estrategia de persuasión con su jefe, de decirle la verdad, de comunicarle que, en estas condiciones, podía perder las elecciones, el aparato lo protegió: cambió las reglas de las primarias para disuadir a posibles adversarios y negó por tierra, mar y aire que Biden estuviera física y mentalmente degradado.

Luego llegó el debate del 27 de junio. Y esa cortina de fingida ignorancia, ese tabú, saltó por los aires. Parlamentarios demócratas, donantes, comentaristas y demás notaron que podían decir en alto lo que llevaban meses murmurando, y así fue cómo, de manera casi instantánea, porque todo el mundo llevaba tiempo meditándolo, estalló la rebelión interna.

En lugar de usar una estrategia de persuasión, de decirle la verdad, el aparato lo protegió

Quienes defienden a Joe Biden, como los parlamentarios socialistas Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, dicen que ya es demasiado tarde en el proceso electoral: que no hay tiempo para jugar a hacer otras primarias, que no hay consenso sobre qué hacer si Biden se va, que Kamala Harris no tiene apoyos internos, que los republicanos pueden poner trabas judiciales si hay cambio de ticket y que Biden tiene una agenda social fuerte que aún puede cambiar el destino de las elecciones.

Otros añaden que Biden ha hecho exactamente esto toda su carrera política: desafiar las bajas posibilidades, enfrentarse a las élites de su propio partido, que le miran por encima del hombro por no tener pedigrí, y ganarles contra pronóstico. En el momento de escribir estas líneas Biden permanece, pero la rebelión continúa.

Desde hace casi un mes el Partido Demócrata parece estar cometiendo un suicidio a cámara lenta. Un proceso agónico que presenciamos día a día y que está rompiendo amistades, alianzas y capitales políticos dentro del progresismo. Biden continúa al frente de la candidatura, pero también continúan las presiones para que renuncie. A menos de un mes de que Biden acepte su nominación en la Convención Demócrata, es hora de hacer un minutado. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

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