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Todo lo que el partido demócrata ha roto al obligar a Biden a marcharse
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ANÁLISIS

Todo lo que el partido demócrata ha roto al obligar a Biden a marcharse

La renuncia del actual presidente, que parece dejar el camino abierto a Kamala Harris, muestra también algunas debilidades de un partido demasiado pendiente de las maniobras internas

Foto: Hillary Clinton con Biden. (Charles Mostoller/Reuters)
Hillary Clinton con Biden. (Charles Mostoller/Reuters)

Una de las señales más evidentes de que Biden iba a renunciar a la candidatura demócrata es que Alexandria Ocasio-Cortez y Sanders manifestaron en los últimos días su apoyo al presidente. El ala izquierda del partido había adoptado un perfil bajo desde 2020, pero tenía claro a quién debían defender. A pesar de las obvias dificultades de salud de Biden, eran conscientes de que cualquier cambio en la candidatura iba a ir en una dirección opuesta a la que ellos defendían. El aparato del partido estaba más cómodo no solo con un candidato más joven, por razones evidentes, sino que aspiraba a que fuese alguien con una mirada política distinta.

El aparato del partido tiene, desde hace 50 años, una muy asentada convicción: las elecciones se ganan desde la moderación. El propósito no es ocupar el centro de la política, sino hacer equilibrios con la ideología republicana y encontrar un término medio en las ideas que pueda atraer a los votantes centristas. El GOP decidió hacer justo lo contrario. Desde que Nixon logró la presidencia, y más aún desde que Reagan cambió el paso de EEUU, los demócratas no han hecho más que ajustarse a lo existente mientras los conservadores daban pasos adelante cada vez más atrevidos. La línea es nítida: Reagan, Bush Sr., Bush Jr., Trump; cada vez iban más lejos. El partido demócrata respondía a ese arrojo con candidatos (y presidentes) que mitigaban los efectos de las políticas impuestas por los neoliberales y les daban algo de colorido, pero poco más. Clinton fue el hijo progresista de Reagan y Obama no fue más que una promesa fallida, un presidente idóneo para las clases formadas y mucho menos para el americano medio y para la clase trabajadora.

La ruptura de Biden

El mandato de Biden ha sido muy diferente. Es cierto que sus medidas son hijas de una época nueva, en la que los cambios en el orden internacional han forzado a adoptar perspectivas muy distintas por necesidades nacionales (Trump inició el giro proteccionista y Biden lo ha llevado varios pasos más lejos), pero su atrevimiento ha sido notable. Al margen de los elevados niveles de empleo que ha alcanzado el país, esta legislatura deja políticas impensables para anteriores presidentes demócratas: ha impulsado la relocalización industrial y ha apostado por la creación y reparación de infraestructuras; se ha significado insistentemente a favor de los sindicatos; ha peleado contra las farmacéuticas para reducir el coste de los medicamentos recetados en Medicare e incluso ha limitado el exagerado coste de alguno de ellos, como la insulina; aprobó un paquete histórico de ayudas a los ciudadanos en la pandemia; peleó contra los recargos injustificados y abusivos que las grandes empresas imponían aprovechando su posición de dominio; impulsó una política antitrust, quizá limitada, pero que no se había visto en décadas; y canceló la deuda estudiantil de varios millones de estadounidenses, entre otras acciones.

La sensación entre los progresistas es que han avanzado mucho más con Biden que con cualquier otro presidente en los últimos 40 años

La bidenómica ha tenido como punto débil la inflación, cuyo daño a las clases trabajadoras y a las medias oscureció buena parte de sus acciones, pero debe reconocerse que su visión económica ha tenido ecos significativos de la socialdemocracia de otras épocas. Era un presidente en el que los suyos podían reconocerse, a pesar de todo. La sensación predominante entre los progresistas económicos es que han dado muchos más pasos adelante con Biden que con cualquier otro presidente en los últimos 40 años.

Un momento existencial

Sin embargo, no se trata de logros que el partido demócrata parezca tener en gran consideración, porque entienden que este es un momento existencial y que las elecciones no van a ganarse exhibiendo los resultados conseguidos. Su marco consiste en unir a los estadounidenses contra Donald Trump, es decir, contra un republicano que pretende acabar con la democracia. Dado que han fiado toda su campaña a la alerta antiautoritaria, esto no puede ir de políticas, sino de señalar el gran riesgo que corre el sistema. En ese escenario, hace falta un tipo de líder que no polarice y que ofrezca moderación. Kamala Harris parece ser la elegida, y los candidatos que se barajan para vicepresidentes (o para presidente, si las cosas se torcieran en el partido), encajan bastante bien en ese perfil.

Hay más impulsos populistas que institucionales en la sociedad estadounidense; hay más gente que prefiere el cambio que la continuidad

De ese modo, se atraería a los conservadores descontentos con el populismo de Trump al tiempo que se conserva a los más progresistas: dado que la otra opción es autoritaria, las izquierdas votarán al candidato demócrata. Quizá tengan razón, pero es una táctica que depende mucho del momento en el que se aplique, y este es bastante dudoso: hay muchos más impulsos populistas que institucionales en la sociedad estadounidense actual; hay más gente que prefiere un cambio que la continuidad.

Esta mala lectura del momento está en el fondo de la derrota de Hillary Clinton con Trump en 2016, y puede que esté ocurriendo de nuevo. Trump vuelve con fuerza y está bien situado en los Estados bisagra por el descontento con la inflación, por la apuesta proteccionista, por su insistencia en la reindustrialización de EEUU y por el rechazo de la inmigración. En ese escenario, un candidato moderado que no sea capaz de atraer a todas las vertientes del partido y que desilusione a los votantes de izquierda con un programa menos atractivo que el de Biden les puede restar ese porcentaje de voto esencial para ganar.

El problema del aparato

Y más aún cuando el marco trumpista insiste en un elemento principal, la lucha del pueblo con las élites formadas que dominan Washington. El pecado original de los demócratas en la elección de 2024 no hace más que ratificar ese encuadre. El partido negó insistentemente el deterioro de Biden, pero cuando quiso sacarle de la carrera, sus miembros fueron los primeros en contar toda clase de detalles acerca de cómo le estaba afectando. Los mismos que le apoyaron como candidato, en el momento en que las cosas se han torcido, han utilizado aquello que decían que no era cierto para forzarle a renunciar. Son hechos que no pasan desapercibidos para el votante.

El partido demócrata ha generado la impresión de que sus votantes son mucho menos tenidos en cuenta que sus donantes

En segundo lugar, la retirada de Biden ha ocurrido tras una pugna en el interior del partido en que ha trasladado malas sensaciones, ya que ha generado la impresión de que los votantes son mucho menos tenidos en cuenta que los donantes. Es decir, justo el tipo de élites contra las que los trumpistas se siente cómodas peleando son las que han impuesto su posición. Ese es un marco muy favorable para un político como J.D. Vance y para los conservadores que pretenden “drenar el pantano”

Hay un tercer aspecto negativo, la política exterior de este mandato. Si en el plano interno las acciones de Biden han dado resultados (sean o no reconocidos), en política internacional las cosas no han marchado del todo bien. Las dos principales decisiones de Biden llevan a los demócratas a pagar un precio electoral: el apoyo a Ucrania, que no genera consenso entre los estadounidenses, le ha puesto las cosas más fáciles a Trump (“Zelenski es un gran comercial, cada vez que viene a EEUU se lleva muchos miles de millones”, afirmó), y la guerra de Gaza ha causado un problema en el flanco izquierdo, especialmente entre los jóvenes y entre las poblaciones de origen árabe, parte de las cuales residen en Estados clave. Es muy difícil pensar que Kamala Harris o cualquier otro candidato vaya a adoptar posiciones distintas en este terreno, ya que se trata de la postura estándar de los demócratas estadounidenses. Además, hay una derrota añadida para Biden, que había afirmado su apoyo incondicional a Israel, pero cuyo plan era forzar elecciones para que Netanyahu tuviera que marcharse. Al final, quien no será reelegido es Biden.

En ese escenario, el partido demócrata parece querer regresar a un momento anterior a Biden. El historial de Kamala Harris, que puede servir como pista para su campaña, recoge muchas de las ofertas que los demócratas pondrán en juego: impuestos más elevados, rechazo del proteccionismo, especial atención a los precios de la vivienda, lucha contra la protección del aborto, respaldo decidido de las medidas para combatir el cambio climático y una posición ambigua, pero más amistosa que la de Trump, con la inmigración. Muchas de estas cosas las respaldaría Biden; sin embargo, da la sensación de que el partido demócrata quiere volver a tiempos anteriores a los del actual presidente en el aspecto económico, y buena parte de la batalla electoral va a estar directamente relacionada con ese asunto. No solo porque sea muy relevante en los Estados bisagra, sino porque es el terreno que más convence a sus votantes, aunque genere menos entusiasmo entre sus donantes.

Una de las señales más evidentes de que Biden iba a renunciar a la candidatura demócrata es que Alexandria Ocasio-Cortez y Sanders manifestaron en los últimos días su apoyo al presidente. El ala izquierda del partido había adoptado un perfil bajo desde 2020, pero tenía claro a quién debían defender. A pesar de las obvias dificultades de salud de Biden, eran conscientes de que cualquier cambio en la candidatura iba a ir en una dirección opuesta a la que ellos defendían. El aparato del partido estaba más cómodo no solo con un candidato más joven, por razones evidentes, sino que aspiraba a que fuese alguien con una mirada política distinta.

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