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Por qué Trump alaba a Xi Jinping justo cuando aparece en escena Kamala Harris
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Por qué Trump alaba a Xi Jinping justo cuando aparece en escena Kamala Harris

Las afirmaciones del candidato republicano en Michigan, donde elogió al líder chino y al ruso, responden a un propósito: ratifican el marco principal en el que quiere que estas elecciones se desenvuelvan

Foto: El expresidente de EEUU Donald Trump, en Grand Rapids (Michigan). (Reuters/Tom Brenner)
El expresidente de EEUU Donald Trump, en Grand Rapids (Michigan). (Reuters/Tom Brenner)
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Buena parte de la brecha política ha sido creada, y más tarde reforzada, por la instauración de esferas comunicativas cerradas, sin apenas conexión no ya con los del otro lado, sino con esos aspectos de la realidad que no encajan bien en las lecturas partidistas. La campaña electoral estadounidense es un buen ejemplo de cómo esas burbujas de los medios tradicionales y de los nuevos, de viejas y emergentes redes sociales, construyen marcos definidos a partir de los cuales se definen a sí mismos y a los rivales. Las elecciones son interesantes precisamente porque demuestran que los convencidos, los que están atados a esos espacios de conexión, son muy relevantes a la hora de ganar; pero también porque señalan que hay una parte de la población que no se deja convencer por unos u otros, o que interpreta sus mensajes de forma distinta de la esperada. Este porcentaje de votantes acaba siendo decisivo en elecciones reñidas, y estas lo son.

Esta segunda brecha, entre los que creen a sus entornos informativos y los que se distancian de ellas, será importante en unas elecciones con unos marcos tan definidos. Desde el lado demócrata, el principal mensaje, el centro de su campaña, es el cortafuegos a Trump: hay una pulsión autoritaria evidente en el candidato republicano que provocará que EEUU gire hacia el iliberalismo si llegase a la Casa Blanca. Trump es un peligro para la democracia, y quien desee que el país conserve las libertades constitucionales tendrá que acudir a las urnas para frenarlo.

La oferta electoral demócrata, utilizada desde George W. Bush, ha elevado su nivel de peligro: Trump viene ahora a por todas

Tras la salida de Biden, es probable que Harris regrese a la ortodoxia demócrata pre-2020, la de una tecnocracia que mitiga el orden neoliberal y que la acompaña de progresismo cultural. La agenda ligada al cambio climático, al aborto, a los derechos de la mujer, a las minorías y a la inmigración vuelve a estar sobre la mesa, también como justificación del punto de partida: Trump y los suyos acabarían con esos derechos a través de acciones autoritarias si llegaran a la Casa Blanca. Harris está muy bien situada para representar ese ideario, también por sus características personales, lo que puede ayudar a movilizar a sectores sociales (mujeres, población afroamericana, latinos, jóvenes) asustados o enfadados por las tendencias que perciben. En esta ocasión, esa oferta electoral demócrata, utilizada desde George W. Bush, ha elevado su intensidad, porque ahora perciben un peligro evidente: Trump viene a por todas.

El 'momento Kamala'

En el escaso tiempo transcurrido desde que Biden renunció a continuar la campaña, las adhesiones a Harris han aumentado significativamente, y apenas se percibe otra opción que pueda liderar a los demócratas. Harris puede ofrecer una buena conexión con Wall Street y con las grandes tecnológicas, con un perfil menos incómodo que el de cualquiera que quisiera continuar con la bidenómica, lo que genera cierto consenso en el partido y en las clases formadas de las grandes ciudades. Será el momento de comenzar la comunicación del entusiasmo, del “es posible ganar a Trump”, de las políticas de la efervescencia, de crear un momento Kamala.

En lugar de señalarlos como líderes autoritarios, Trump reconoció que Xi y Putin eran dirigentes duros que buscaban lo mejor para su país

Pero, al mismo tiempo, y conforme se vaya acercando la fecha de las elecciones, el peligro que supone Trump para EEUU será puesto de manifiesto más a menudo. Los demócratas no suelen dejar pasar la ocasión cuando Trump da pie, que suele será a menudo. La última polémica la han causado sus afirmaciones durante un mitin en Grand Rapids, Michigan, uno de los Estados en disputa. El candidato republicano aseguró que Xi Jinping era brillante: se trata de alguien que maneja con mano de hierro a una población de mil cuatrocientos millones de personas. En lugar de señalarlos como líderes autoritarios, reconoció que Xi y Putin eran dirigentes duros (fierce, aseguró), que buscaban lo mejor para su país. Era fácil entender, para los demócratas, que entre las alabanzas de Trump se escondía una suerte de aspiración.

Sin embargo, lo que Trump resaltaba era algo diferente y que encaja bien en el marco que está intentando trasladar a sus votantes. Los enemigos de EEUU tienen líderes inteligentes y fieros que persiguen los intereses de su país. Hace falta que enfrente encuentren a alguien que les plante cara, que sepa enfrentarse a ellos, y los demócratas carecen de ellos. Parecen niños a su lado, afirmó. EEUU debe encarar poderosas amenazas exteriores y necesita un líder a la altura de los desafíos, que sea enérgico y firme con los rivales y enemigos. La elección de los temas centrales de la campaña, la inmigración y el freno a China con el Made in America y el proteccionismo, tiene mucho que ver con el marco principal: EEUU está en una situación complicada, con riesgos acechando desde fuera, sea en forma de países que se aprovechan de ellos, como Europa, otros que se hacen grandes a costa de los trabajos estadounidenses, otros que envían emigrantes y otros que pretenden acabar con la hegemonía de EEUU. Defenderse de todo eso implica un liderazgo recio que esté a la altura. El razonamiento solo puede terminar en una conclusión: los demócratas, las élites de las grandes ciudades, carecen de esa clase de perfiles. No son duros ni inteligentes y están inmersos en ideologías extravagantes: si dirigen el país, los enemigos acabarán minándolo.

Una pregunta clave en estas elecciones

Esas son las dos grandes ideas, los dos grandes marcos, que cada partido ha puesto en juego en estas elecciones. Y las dos nos hablan de peligros y riesgos y del liderazgo necesario para afrontarlos, con el énfasis de cada parte colocado en asuntos diferentes. Pero ese es el elemento esencial: se trata de definir qué peligros se afrontan y qué clase de líder se necesita. En ese contexto, el impulso dictatorial de Trump es subrayado por los demócratas, mientras que los republicanos atacan a las élites formadas, J.D. Vance mediante, como causantes de la decadencia estadounidense.

Cada una de estas lecturas de la realidad será aceptada por los suyos, gracias a la vinculación continua con sus circuitos comunicativos, y en función también del lugar de residencia. Pero allí donde las fuerzas están igualadas, como ocurre en los Estados bisagra, no bastará con reforzar esos mensajes, habrá que hacer un esfuerzo para ganarse a los indecisos, a los abstencionistas y a los molestos con su partido. Una de las razones del éxito de Trump en 2016 fue su capacidad para ganar en Estados clave, igual que le ocurrió a Biden en 2020, cuando supo ganarse a los votantes de clase trabajadora. Estados como Wisconsin, Pensilvania y Michigan, donde pronunció el discurso alabando a Xi, continúan siendo muy importantes para ganar las elecciones. Una pregunta importante es si, en esos lugares, los votantes perciben que el mayor peligro es el autoritarismo de Trump o las amenazas exteriores que se llevan sus puestos de trabajo, inmigración incluida. En la respuesta que se encuentre reside una de las claves de estas elecciones.

Buena parte de la brecha política ha sido creada, y más tarde reforzada, por la instauración de esferas comunicativas cerradas, sin apenas conexión no ya con los del otro lado, sino con esos aspectos de la realidad que no encajan bien en las lecturas partidistas. La campaña electoral estadounidense es un buen ejemplo de cómo esas burbujas de los medios tradicionales y de los nuevos, de viejas y emergentes redes sociales, construyen marcos definidos a partir de los cuales se definen a sí mismos y a los rivales. Las elecciones son interesantes precisamente porque demuestran que los convencidos, los que están atados a esos espacios de conexión, son muy relevantes a la hora de ganar; pero también porque señalan que hay una parte de la población que no se deja convencer por unos u otros, o que interpreta sus mensajes de forma distinta de la esperada. Este porcentaje de votantes acaba siendo decisivo en elecciones reñidas, y estas lo son.

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