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Una semana con el cazador de pedófilos
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Niños en venta, cuerpos de cicatrices

Una semana con el cazador de pedófilos

Un investigador sigue la pista del depredador. Se adentra en su cueva, mientras el animal sigue dejando pistas a través de los relatos de sus víctimas por abuso infantil

Foto: Un niño monta en bicicleta en Nom Pen, Camboya. (EFE/Mak Remissa)
Un niño monta en bicicleta en Nom Pen, Camboya. (EFE/Mak Remissa)

"Sentémonos aquí que la tengo a tiro", dice D, un detective que lleva 15 años "cazando" pedófilos en Camboya. Nos apoyamos en una jardinera. Saca su cámara con disimulo. El objetivo está a unos 50 metros. Está peinando el pelo de una niña de unos doce años. Se acerca en ese momento lazy eye (ojo vago, en inglés). Es otra niña de la calle. Todas son vagabundas que viven en los márgenes del río Tonle Sap, en Nom Pen. "La conocemos como lazy eye porque así la llamaba Wilbert Willis, un norteamericano de 85 años, exmarine de Vietnam con antecedentes de pederastia en Tailandia, que sacaba de aquí a sus víctimas. Cuando se requisó su teléfono, vimos que se refería a esta cría así. Abusaba de ella", me explica D.

Aquel paseo fluvial esconde un cruel ecosistema. D sabe los códigos para descifrarlo. La gran mayoría de las personas no. Por allí pasean familias, turistas, gentes que van y vienen del trabajo, entre una manada de críos a los que ven jugar con mayores. Algunos lo hacen, otros no.

El objetivo de D es "cazar" a una vendedora ambulante. El detective lleva semanas vigilándola. Esperando que dé un traspié que la haga caer. Por Wilbert sabe que ella vende a esas niñas a las que parece que ayuda, a las que "cuida". Hay varias que tienen en esa acera su hogar. Niñas pequeñas acostumbradas a sobrevivir. "En esta zona del río son increíblemente comunes las violaciones, algunas muy violentas. Para una niña de diez años que haya mantenido relaciones sexuales con un extranjero, que es un viejo que encima le dio dinero, no es lo más traumático que le ha pasado en su vida", me explica D.

Nos cambiamos varias veces de lugar. Aparece alguna niña nueva y otra mujer joven, más arreglada, que es muy amigable con las menores. "Ella también las vende", me contesta el investigador. "Mira, esas de allí que tienen ya más de catorce años se prostituyen. En estos años he visto a muchas. Algunas crías, las que tienen suerte, me las he encontrado ya mayores trabajando en restaurantes. Otras no", continúa.

Foto: Un hombre ondea una bandera camboyana junto al MS Westerdam. (Reuters/Soe Zeya Tun)

Muchas de estas niñas acaban siendo prostitutas y adictas a la metanfetamina. Son ellas mismas las que empujan a que otras niñas de diez y doce años hagan lo mismo. Mueren casi todas muy jóvenes. "¿Cuándo son niños es distinto?", le pregunto al detective. "No, es igual. Algunos tenían diez años cuando yo llegué aquí y ahora los veo deambular por el río, zombis, y parece que tienen 50", me responde D.

Vemos críos que juegan alegres con sus padres, abuelos o amigos. Niños cuidados. A su lado, niños que sobreviven, niños en venta. Son ya adultos en cicatrices, pero aún menores en sus cuerpos. Esa es su condena. Eso es lo que le gusta a sus depredadores. Hacemos algunas fotos más. D es metódico. De cada una de sus pesquisas tiene álbumes completos. Tras dos horas nos vamos al puerto, hay que seguir otra pista. Nos subimos en su moto.

Muchas de estas niñas acaban siendo prostitutas y adictas a la metanfetamina

"Una niña le dijo a su profesora de escuela que el nuevo novio de su madre la hacía ir en ropa interior siempre por la casa y le hacía fotos. La profesora le dio la voz de alarma a la tía, la hermana de la madre, que cuidaba algo de los niños. La madre es una alcohólica. Llamó a su hermana para advertirle y al día siguiente desaparecieron todos de la casa sin dejar rastro. La tía nos ha llamado desesperada para que lo investiguemos. Sabe que su hermana se ha fugado para no perder el sustento de él", me va comentando D mientras sorteamos vehículos.

El problema es que no tiene apenas pruebas. Por ahora, investiga a un fantasma. El nombre de él es desconocido. Localizar a la madre es imposible. D tiene sólo un video. Lo hizo la madre semanas antes y se lo mandó a su hermana. De ahí emerge un pequeño hilo del que tirar. En las imágenes se ve a la niña y su hermano subidos a una moto en un ferry. El crío tiene siete años, ella diez. En un momento, tres segundos, aparece en la imagen el novio. Es un occidental de más de 60 años, sin pelo. Besa a la niña en la cara. "Por el acento parece alemán u holandés. Me fijé bien en la imagen y al final se ve una isla del río que reconocí. Ahí tengo un viejo contacto por el que pudimos detener a un suizo, el mayor depredador que hemos cazado", me explica.

placeholder Wilbert Willis en el rigo sujetando la mano de Lazy Eye. (Cedida)
Wilbert Willis en el rigo sujetando la mano de Lazy Eye. (Cedida)

El suizo del que habla es Stephan Werner, un pederasta cruel al que le dedicaron meses de seguimiento hasta que consiguieron arrestarlo. Había estado ya en la cárcel por abuso de menores y zoofilia en su país. Alguien de su entorno le delató en Camboya. Violaba a niños y niñas muy pequeños, hasta de cinco años. Lo hacía en una especie set de grabación que había creado. Cuando cayó llevaba un niño pequeño en la moto. Es un hombre grande, corpulento. "En la nevera encontramos que tenía Fanta de naranja con alcohol que le daba a los menores. También tenía viagra que les suministraba. Encontramos diversas cámaras de grabación, decenas de teléfonos, muchos discos duros. Vendía las imágenes internacionalmente".

"Los malos son siempre extranjeros"

—¿Está en la cárcel?

—Sí, pero aún debe ocurrir el juicio y el miedo es que pueda negociar con el juez, o con las familias, y que le dejen libre,— me dice el detective mientras nos acercamos al muelle.

Paramos la moto junto a la garita de entrada. D habla con la taquillera. La conoce. Le enseña el vídeo. Ella es de las que ayuda en estos casos. No es común. Se intercambian de nuevo el contacto de Telegram. Le dice que si los ve le avisará.

—¿Cómo sabes que ella es fiable?

—Tanteas. Con los años aprendes. El que te pide dinero por ayudar sabes que no es fiable. Los que no, los que lo hacen por ética, son contactos buenos. Muchas veces nos pasa que vamos a un hotel, hablamos con el recepcionista y le decimos que vigile que hay un tipo abusando allí de menores y media hora después sube a su cuarto, le avisa a cambio de cincuenta dólares de que está vigilado, y el tipo desaparece.

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Stephan Werner. (Cedida)

Para las autoridades los malos son siempre extranjeros. El Gobierno no quiere detener a camboyanos por imagen, es mejor decir que son de fuera, y también por dinero. Si detienen a los padres deben encarcelar a personas pobres a las que deben mantener en prisión y encima hacerse cargo de quizá seis niños.

—¿Y las múltiples ONG qué dicen?

Muchas aceptan ese relato. Saben que la gente da más dinero contra la pederastia si los culpables son extranjeros.

—¿Cuál es el perfil de pederasta que viene a Camboya?

— Un hombre de entre 60 y 80 años que ya ha cometido abusos en sus países de origen y viene aquí porque sabe que tiene más impunidad. En la unidad les llamamos calcetines blancos porque lo que empezó como una broma se ha convertido en un patrón. La gran mayoría lleva calcetines blancos largos,— se ríe D.

—¿Has tenido el caso de alguna mujer que abusara de menores?

—No, nunca. Lo que sí es frecuente es que la madre venda a las niñas o niños. La progenitora es muchas veces una alcohólica y permite los abusos.

—¿Hay pedófilos camboyanos?

—Muchos. Uno de los problemas es que para la sociedad camboyana tener relaciones sexuales con menores no está tan mal visto como en Occidente. Que un amigo tuyo sea pedófilo te puede incomodar, pero se acaba aceptando. Incluso en una fiesta se puede presumir de tener relaciones sexuales con adolescentes y no le mirarán mal.

Para las autoridades, los malos son siempre extranjeros. No quieren detener a camboyanos por imagen, es mejor decir que son de fuera

Cae la noche. Mi hotel está en plena zona de la prostitución de Nom Pen. Decenas de garitos donde muchas chicas se exponen en la calle, en las puertas, como ganado en una feria. Algunas son menores. La complicidad de las autoridades ante estos delitos es una constante aquí, como en Filipinas, Tailandia… "En la ciudad de Sihanoukville sabemos al menos de un prostíbulo regentado por la mafia china donde prostituyen exclusivamente a niñas entre seis y doce años. Las niñas viven en el club", me explica D.

Amanece en Nom Pen. Hoy tenemos otra jornada de trabajo. D tiene hoy una nueva pesquisa que le llegó por la noche. Un profesor internacional, director de una escuela, que parece que abusó de niños en Zambia. "Es bastante común entre los pedófilos que trabajen en ONG, como profesores. Ahí tienen a los niños muy cerca y si hay una denuncia la ONG tampoco querrá que se publicite porque eso tiraría abajo su proyecto", me dice camino de nuevo de la moto.

Foto: Los miembros elegidos del Parlamento del gobernante Partido Popular Camboyano del Primer Ministro Hun Sen. (EFE / Mak Remissa)

—¿Son fiables todas las denuncias?

—No, claro que no. Por eso primero tanteamos. Hay personas que ven pedófilos por todas partes. Ven a alguien jugar con un niño y ya creen que es un pederasta. Otros, denuncian a alguien porque le quieren meter en problemas. Mi primera labor es dilucidar si es un caso creíble o no. A veces, te haces pasar por una o un menor en redes para saber si merece la pena investigar. Tengo un caso de un profesor también en otra zona del país al que vamos a ir a buscar. Lo contactamos por Facebook y nos hicimos pasar por una niña de 12 años. Al rato ya nos mando una foto de sus genitales. Eso es bastante común en redes con críos.

Entre las redes, Telegram tiene más actividad entre los pedófilos. Allí tienen grupos en los que comparten información. Messenger, por ejemplo, tiene mecanismos para detectar el envío de fotos de desnudos. Manda la información a una unidad especializada si ven algo extraño. Telegram no tienen esos filtros.

"Tenemos una foto"

Llegamos a la escuela a las afueras de Nom Pen. D simula que quiere inscribir ahí a uno de sus hijos. Recorremos las instalaciones con una recepcionista. Tenemos una foto y el nombre del sospechoso. Es un británico. Nadie sabe nada más. "¿El director de la escuela es un extranjero?", pregunta al final del recorrido a la cicerone. Ella se lía, da información confusa… "Mira, tengo una foto de él. ¿Es este señor?", le enseña en el teléfono. "No, no es este señor. Esta cara no la he visto nunca".

Le han dado información mala, quizá desfasada. La escuela tiene cuatro años. La recepcionista lleva allí sólo cuatro meses. “Volveremos a hablar con la fuente para tener más detalles”, me explica mientras volvemos a ajustarnos los cascos. El tipo está en Camboya, eso sí lo saben. Así de lentas son estas investigaciones.

placeholder Detención de Stephan Werner. (Cedida)
Detención de Stephan Werner. (Cedida)

Tiempo después, paseamos con la moto por una gran avenida. Es otro nuevo indicio que le ha dado esta vez una ONG. En Camboya son estas organizaciones las que amparan y defienden a estos niños. Le han dado un nombre y una dirección concreta. Ahí vive un pedófilo estadounidense que ha entrado al país y, parece, que convive con una mujer local y sus hijos. El Gobierno de Estados Unidos pone un mensaje en el pasaporte de sus connacionales con antecedentes que dice See Page 27 (mirar página 27, en inglés). Ahí alertan en las fronteras de la entrada de individuos que han cometido este tipo de delitos.

Recorremos una y otra vez la calle. El problema es que en Camboya los números de las casas no son correlativos ni guardan ningún orden. Pasamos el tiempo buscando un nombre concreto, preguntando a vecinos. Nadie sabe nada. "Tenemos el nombre de la pareja también y su lugar concreto de trabajo. Mañana mando a alguien que vigile para que de vuelta a casa y nos lleve a él. No siempre funciona. Con la pandemia alguna vez me ha pasado que he seguido por la mascarilla a una persona equivocada. Otras veces, no regresaba a casa y resulta que iba al campo a ver a sus familias y lo descubrí tras ya muchos kilómetros", dice riéndose.

"Una prostituta nos confirmó que había visto subir al viejo al cuarto con niñas"

Hay métodos más fiables. En ocasiones, D les coloca en sus vehículos un dispositivo GPS que él mismo ha modificado: "Son como botones. Los compró y yo mismo les añado un potente imán". En estos momentos tiene cinco activos. Vemos sus rastros en su ordenador.

Uno de esos dispositivos fue clave para detener a Wilbert, el anciano de 85 años. "Trabajaba junto al conductor de un tuk tuk que en muchas ocasiones le negociaba y traía a los críos. Sabíamos que estaba con una niña en ese momento en la habitación por el vehículo. Una prostituta además que trabajaba en el local de enfrente nos confirmó que le había visto varias veces subir al viejo al cuarto con niñas. Montamos el caso y finalmente la Policía aceptó detenerlo".

Pero fue detenido y expulsado no por pedofilia sino por tener caducada el visado. Al mandarlo a EE.UU. fueron los agentes americanos los que le arrestaron por pedofilia. Hoy cumple condena en su país de origen. Esa noche me enseña D decenas de fotos del anciano en la zona del río rodeado de esas niñas que hace dos días contemplaba yo también. Él está entre rejas, ellas también.

—¿Por qué haces esto?

—Por cuestiones éticas. Yo soy un investigador privado que le quito tiempo y recursos a mi trabajo para seguir estos casos. Muchas veces me cuesta dinero.

—En estos 15 años has visto cosas terribles. Abusos brutales, asesinatos, palizas… ¿Te has endurecido y ya casi no te sobresalta nada?

—Supongo que sí. Yo soy un tipo tranquilo, pero tengo dos hijas y dos hijos y no querría que eso les pase a ellos. No soy un paranoico, pero en la escuela de mi hija mayor justo acaba de entrar un nuevo profesor que es extranjero y mañana mismo voy allí a investigar quién es y a ver sus antecedentes.

placeholder Wilbert Willis, en uno de sus seguimientos mientras habla con una niña. (Cedida)
Wilbert Willis, en uno de sus seguimientos mientras habla con una niña. (Cedida)

El dinero es clave en todo este cruel ecosistema. Niños pobres, familias pobres, recursos limitados… La violación de un niño de la calle no le importa a nadie. No importan sus vidas, ¿qué más da si abusan de ellos, o mueren ahogados, o desaparecen? Muchos de esos menores son violados por extranjeros, pero también, antes y ahora, lo son o fueron por padres, tíos, compañeros o vecinos. No les ocurre nada nuevo, nada reseñable salvo para D y algunos como D.

El dinero es también la posibilidad de poder abrir o no una simple pesquisa. Muchas causas acaban en un cajón. No hay medios, no hay tiempo. El agresor se sube al avión antes de poder cerrar el caso, de tener pruebas. "En la ley camboyana, la denuncia del menor debe ir acompañada de la de sus padres. En muchos casos son ellos los que les venden y no hay denuncia posible", aclara el investigador.

Foto: Niños camboyanos esperan que llegue ayuda humanitaria a la School for Vulnerable Child Garbage Workers, en las afueras de Phnom Penh. (Reuters)

A veces, el problema es que el pederasta está muy lejos y no hay recursos para poner allí una vigilancia. "Sabemos seguro de un tipo que está en la zona norte, en la jungla, pero ahí no tenemos medios para poder hacer un seguimiento", me reconoce D. El niño de la calle de un río de la capital está algo más protegido que el niño que vive en una población rural. Allí no hay agentes. Cuesta mucho una vigilancia que puede durar semanas. Siempre hay alguien peor, alguien aún más indefenso.

La mejor receta para detener a los depredadores es la paciencia. "Muchas veces el pedófilo va bajando las defensas porque ve que actúa y no le pasa nada. Eso le va haciendo cometer errores que nos permiten a nosotros atraparle".

Depredadores sexuales que vuelven al acecho

No es ese el caso de Candyman. Así llaman los agentes a este centroeuropeo que lleva 18 años actuando. La policía de su propio país lleva ese tiempo detrás de él. Estuvieron cerca de "cazarle" hace unos años en Vietnam, donde abusaba de un niño, pero en el último momento él se percató de que estaba siendo vigilado y salió del país. Ahora ha estado en Camboya. Hay imágenes que duele sólo contemplarlas. Estas duelen.

El tipo se llevó a la madre, con su hijo de 10 años y su hermana de 12 a un hotel al campo, a un sitio donde se sabía impune. Lo era. Alquiló dos cuartos: uno para la madre y su hija, y otra para él y el niño. Los investigadores consiguieron localizarle después y pudieron revisar las cámaras de seguridad del albergue. En alguna, se ve a la madre borracha, tirada en el pasillo, mientras el tipo se lleva al crío al cuarto. En otras, la hermana está escuchando tras la puerta, vigilando lo que le ocurre a su hermanito. Tiempo después, llama a la puerta y se ve que llora y le pide al hombre que dejé en paz a su hermano. Él la echa y ella se queda en el pasillo desesperada. Duele. Les dije que dolía. La realidad a veces duele.

A veces, el problema es que el pederasta está lejos y no hay recursos para poner una vigilancia

El crío llegó a escaparse del cuarto. Se fugó, pero el hombre pagó a un tuk tuk para que le recogiera y se lo trajo de vuelta. Los cuatro se fueron del hotel antes de que nadie pudiera intervenir. El centroeuropeo ha regresado a su país.

Todos llegan tarde para ese niño al que la vida le pasa por encima como un tractor. El pedófilo ha conseguido escapar de nuevo, pero por algunos testimonios saben que va a regresar a Camboya. D le estará esperando. Con sus GPS magnéticos, sus cámaras, sus horas de aburrida espera, sus preguntas a vecinos, y sus tardes en deuda con su propia familia… D espera poder cazar esta vez a Candyman. Lo estará vigilando si regresa.

Un día más en la "oficina" de D.

"Sentémonos aquí que la tengo a tiro", dice D, un detective que lleva 15 años "cazando" pedófilos en Camboya. Nos apoyamos en una jardinera. Saca su cámara con disimulo. El objetivo está a unos 50 metros. Está peinando el pelo de una niña de unos doce años. Se acerca en ese momento lazy eye (ojo vago, en inglés). Es otra niña de la calle. Todas son vagabundas que viven en los márgenes del río Tonle Sap, en Nom Pen. "La conocemos como lazy eye porque así la llamaba Wilbert Willis, un norteamericano de 85 años, exmarine de Vietnam con antecedentes de pederastia en Tailandia, que sacaba de aquí a sus víctimas. Cuando se requisó su teléfono, vimos que se refería a esta cría así. Abusaba de ella", me explica D.

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