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Adiós Biden, 'bye' Europa: los nuevos políticos de EEUU ya no miran al Viejo Continente
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El fin de una era

Adiós Biden, 'bye' Europa: los nuevos políticos de EEUU ya no miran al Viejo Continente

Con el adiós de Biden, en Bruselas se asume como algo natural, aunque incómodo, el final de una estirpe de políticos de EEUU que miraban hacia Europa

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Sarah Silbiger)
El presidente de EEUU, Joe Biden, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Sarah Silbiger)

Cuando Joe Biden llegó a la Casa Blanca, en el Berlaymont, la sede de la Comisión Europea en Bruselas, pocos dudaban que se trataba de un paréntesis. El último líder estadounidense con raíces en el siglo XX que mantenía unos lazos, una visión y una prioridad por el teatro euroatlántico. Ahora, con el anuncio a escasos meses de las elecciones de que no buscará un segundo mandato, se asume como algo natural, aunque incómodo, el final de una estirpe de políticos de EEUU que miraban hacia Europa.

Hace ya décadas años que el Viejo Continente dejó de ser relevante para la mayoría de los estadounidenses. No es nada nuevo ni demasiado sorprendente. Después de 1989 y tras las guerras de los Balcanes, Europa se ha ido convirtiendo poco a poco en un asunto secundario para Estados Unidos, especialmente con el auge de China y la gran rivalidad entre las dos grandes superpotencias.

Biden ha sido la excepción a esta tendencia, demostrando un férreo compromiso euroatlántico frente a la agresión rusa a Ucrania. Probablemente, con otro presidente que no tuviera el recorrido histórico de Biden, su vinculación emocional y casi profesional con Europa, la historia habría sido diferente. En 1993, el entonces senador Biden estuvo en la Sarajevo sitiada por los serbobosnios. Volvió a Washington y dos años después hizo un discurso apasionado para evitar que unos Estados Unidos que empezaban a perder el interés por Europa terminaran de abandonarla. “Europa no puede mantenerse unida sin los EEUU”, exclamaba desde el Senado, advirtiendo a sus compañeros de que la “guerra” se extendería por Europa en base a criterios étnicos si la potencia norteamericana no se mostraba comprometida con la seguridad europea. “Hay 25 millones de rusos viviendo fuera de las fronteras de Rusia. En Ucrania, en Kazajistán. Hay guerra en Armenia, Georgia. ¿Qué mensaje enviamos al mundo si nos mantenemos al margen?”, planteaba entonces.

Que la OTAN haya mantenido y reforzado su apoyo a Kiev y los Veintisiete haya estado respaldando de manera permanente a Ucrania ante el ataque de Moscú ha sido, en buena medida, obra de Biden y su círculo cercano. El presidente estadounidense sabía, por experiencia propia, que cuando se trata de garantizar la seguridad de Europa, los europeos tienden a “no tener centro”. No saben ubicarse, no saben reaccionar. Al menos no todavía. Y la Casa Blanca ha comprobado que ese sigue siendo el caso, con una Alemania que ha arrastrado los pies durante todo el proceso, incapaz de liderar claramente una posición proucraniana dentro de la Unión Europea.

Larga historia de incomprensión

Tendremos que enseñarle lo que es y cómo funciona Europa”. Así se refería Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea entre 2014 y 2019, cuando se supo de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en 2016. Lo cierto es que aunque antes de Trump y de Barack Obama hubiera un mayor interés por Europa, eso no siempre se traducía en una mejor comprensión del continente, o al menos en una visión estratégica del mismo. En la época de George Bush eran muchas las voces que se quejaban de su ignorancia sobre cómo funciona Europa. Bill Clinton se implicó, aunque a regañadientes, en los Balcanes y en Irlanda del Norte, pero tampoco llegó a entender del todo bien la lógica de la Unión Europea.

Foto: Foto de archivo de la visita de Joe Biden a Kiev en febrero de 2023. (Reuters/Presidencia de Ucrania)

Se tiende a dar por hecho que ha existido un tradicional compromiso de Estados Unidos con Europa y con la idea de integración europea, pero lo cierto es que tras la Segunda Guerra Mundial en Washington existía una enorme desconfianza hacia el Viejo Continente. Se apostó por “una combinación de restauración y control de Europa”, con Alemania siempre en el punto de mira. “Estados Unidos quería conservar cierto control básico sobre Europa y su política se caracterizaba por una cierta vacilación o ambivalencia cuando se trataba de la cuestión de la ‘finalidad’, como se ha denominado recientemente: una Europa unificada y emancipada”, explicaba en 2001 la historiadora Michaela Hönicke. La integración europea, que hacía difícil la aparición de una superpotencia en el ámbito euroasiático, y la integración de todo el espacio de seguridad euroatlántica a través de la OTAN, creada en 1949 y desarrollada durante las décadas siguientes, suavizó la desconfianza americana.

Pero la actitud de Washington hacia la integración europea ha sido muy cautelosa, incluso aunque tenía sentido en términos de seguridad y también comerciales, creando todo un mercado interior al que exportar productos estadounidenses. El proceso fue respaldado siempre y cuando no pusiera en riesgo la supremacía americana. El último presidente que se refería a una relación de igualdad entre Europa y EEUU hasta casi finales de siglo fue John F. Kennedy en los años 60. El ex secretario de Estado Henry Kissinger cuenta con la famosísima frase apócrifa de que no existe un número único al que llamar cuando se quiere hablar con Europa. Era un reflejo de su propia visión del mundo: lo ideal era mantener a Europa dividida para maximizar el poder de los Estados Unidos.

Foto: Henry Kissinger en 2005. (Getty/AFP/DDP/Thomas Lohnes)

La diferencia es que hasta finales del siglo pasado Europa no era irrelevante. Era el teatro de operaciones de la frontera que daba sentido y dirección a la política estadounidense: la Guerra Fría. Los integrantes de la Casa Blanca podrían desconfiar de ella, entenderla mejor o peor, buscar mantenerla dividida o favorecer la Unión, pero no era prescindible, como empezó a serlo a partir de la caída del muro de Berlín. La descomposición del imperio soviético rompió la brújula de la política exterior de EEUU.

A partir de la reunificación de Alemania y con una Comunidad europea con un objetivo muy definido, el de la ampliación y profundización de la Unión, las administraciones de Estados Unidos entendieron que para proteger sus intereses debían tratar directamente con la Unión Europea. Esto ayudó a legitimar al club ante la Casa Blanca, que hasta ese momento consideraba que los cordones umbilicales entre EEUU y Europa eran únicamente la OTAN y las relaciones bilaterales con algunos Estados. Pero el trasfondo se vio dominado, fundamentalmente, por las crecientes disputas comerciales entre ambas potencias.

En 1994 se produjo un cambio en el que se pueden encontrar las raíces de la actitud de muchos de los políticos republicanos de hoy. Los estadounidenses escogieron a un Congreso republicano con muchos miembros pertenecientes a una corriente de nuevos políticos conservadores aislacionistas. Richard Amey, líder de la mayoría, señaló que no necesitaba viajar a Europa porque ya había estado una vez.

De la ambivalencia a la oposición

Durante estas décadas los políticos estadounidenses han ido pasando de la ambivalencia, apoyando una Europa más o menos fuerte y autónoma pero nunca tanto como para ‘independizarse’ de Estados Unidos, a una doctrina en la que el Viejo Continente ha abandonado el centro del tablero. Tras la etapa de Bush, marcada por una división profunda del bloque europeo por la guerra de Irak, Obama consagró lo que se ha conocido como el “pivot” (giro) de la política exterior estadounidense. Washington ahora mira hacia Asia, hacia su gran rival tecnológico y comercial, que es China.

Pero eso no era producto de la hostilidad, sino un signo de los tiempos. Cuando en 2014 Rusia se anexionó ilegalmente Crimea, la Casa Blanca reafirmó el compromiso estadounidense con la seguridad de Europa, especialmente del flanco Este. Sí, ese compromiso está marcado por una tensión creciente por la necesidad de un mejor reparto de la responsabilidad y de la carga económica de la OTAN, reflejado en el conocido como “compromiso de Gales” por el que los aliados se comprometen a dedicar al menos un 2% de su PIB en defensa, pero nadie dudaba de la implicación de Washington con la seguridad del espacio euroatlántico.

Foto: Joe Biden. (Reuters)
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Con Donald Trump se dio el siguiente paso, hacia una actitud hostil. El expresidente estadounidense y ahora favorito a ser elegido llegó a calificar a la Unión Europea como un “enemigo”. De nuevo, se produce una separación entre la UE y los países que la componen. Trump es abiertamente hostil hacia la Unión, reflejándolo en su política comercial, pero no necesariamente con sus Estados miembros. Y en el caso de la OTAN lleva al extremo la tensión por la falta de un reparto de responsabilidades y de carga financiera dentro de la Alianza.

Los que conocen bien la OTAN por dentro creen que una cosa es la retórica pública del líder republicano y otra sus acciones. Durante su primer mandato cambió la estructura de la presencia estadounidense en suelo europeo, pero Estados Unidos no se desentendió de su compromiso con la seguridad del espacio euroatlántico. Sin embargo, fuentes europeas y aliadas admiten que no saben a qué Trump se enfrentarían en un segundo mandato. Sus declaraciones durante la campaña, cuando llegó a sugerir que Estados Unidos no ayudaría a socios europeos que no cumplieran con sus compromisos financieros con la OTAN en caso de ser atacados, poniendo así en tela de juicio el artículo 5 del Tratado de Washington, generaron mucha inquietud en Bruselas e incluso provocaron que Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, respondiera públicamente.

Foto: El expresidente de EEUU Donald Trump, en un mitin. (Reuters/Elizabeth Frantz)

Un vistazo a J. D. Vance, el senador de Ohio recién elegido por Trump como su candidato a la vicepresidencia, puede ayudar a prever por dónde irán los aires. Cuando en febrero de 2022 Rusia se encontraba a punto de lanzar su invasión a gran escala de Ucrania, Vance ofrecía una entrevista en el podcast War Room, de Steve Bannon, en la que dejaba clara su indiferencia al respecto: “Creo que es ridículo que nos centremos en esta frontera de Ucrania. Debo ser honesto contigo: realmente no me importa lo que le pase a Ucrania. De una manera u otra”.

Por insólito que pueda parecer, detrás de este desinterés se encuentra una visión ya prácticamente mayoritaria entre los republicanos. Una que considera que las prioridades de Estados Unidos se encuentran lejos de Europa. En su primera entrevista tras recibir la nominación republicana, el senador afirmó a Fox News que, de ganar las elecciones, la administración de Trump buscará un rápido final de la guerra en Ucrania “para que Estados Unidos pueda centrarse en el problema real, que es China”.

Evidentemente, Kamala Harris, la ahora clara favorita para ser candidata demócrata, genera menos dudas entre los europeos. En la capital comunitaria se le considera una garantía de continuidad respecto a la actual administración, pero sin olvidar que Biden y la guerra de Ucrania han sido un paréntesis en la política exterior estadounidense. El objetivo de Washington está en Asia, en el Indo-Pacífico y en su oposición a China. Lo ha seguido estando incluso durante la administración Biden, aunque la Casa Blanca se haya volcado en el apoyo a Kiev.

Cuando Joe Biden llegó a la Casa Blanca, en el Berlaymont, la sede de la Comisión Europea en Bruselas, pocos dudaban que se trataba de un paréntesis. El último líder estadounidense con raíces en el siglo XX que mantenía unos lazos, una visión y una prioridad por el teatro euroatlántico. Ahora, con el anuncio a escasos meses de las elecciones de que no buscará un segundo mandato, se asume como algo natural, aunque incómodo, el final de una estirpe de políticos de EEUU que miraban hacia Europa.

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