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“Tenía hambre, me sentía desesperado y un compañero me dejó su cartón para dormir un rato”
  1. Sociedad

“Tenía hambre, me sentía desesperado y un compañero me dejó su cartón para dormir un rato”

“Tenía muchísima hambre, me sentía impotente y desesperado porque no sabía cuándo iba a volver a comer, ni cuándo iba a descansar”. Miguel R., 34 años,

“Tenía muchísima hambre, me sentía impotente y desesperado porque no sabía cuándo iba a volver a comer, ni cuándo iba a descansar”. Miguel R., 34 años, uno de los 70 policías enviados a Mauritania para auxiliar a los 369 ocupantes de un barco, el Marine I, rescatado por España en aguas internacionales, estaba sucio y cansado, harto de orinar en la pared exterior de la antigua fábrica de pescado. Su labor era vigilar a los emigrantes alojados temporalmente allí, dos horas de custodia y otras dos de descanso apoyado en esas mismas paredes, una y otra vez. Gendarmes mauritanos le rodeaban armados con fusiles kalashnikov.

Era la madrugada del día 13 de febrero, más de veinticuatro horas de servicio, sin comida suficiente, sin ducha, sin baño. Miguel R. –nombre falso, teme represalias- dormitaba apoyado en esa pared. Olor a suciedad humana –la de ellos, porque los emigrantes se habían duchado- y a pescado podrido. “Otros policías descubrieron una vieja cámara frigorífica vacía, consiguieron unos cartones y se metieron allí para dormir. Yo no encontré ninguno, pero un compañero me dejó tumbarme junto a él en su cartón para dormir un rato”. De repente, se fue la luz “y algunos policías aprovecharon para sustraer las mantas para los emigrantes que a la Cruz Roja le había sobrado”.

Las mantas –“más de cien”- formaban una montaña, pero los policías españoles no tenían permiso para cogerlas. Miguel R. se sentía un privilegiado; al fin y al cabo estaba tumbado sobre cartones, cuando la mayoría de sus compañeros dormitaba en el exterior, con la espalda apoyada en las paredes de la antigua fábrica de pescado de la flota española que faena en el banco canario-saharaui.

No había tomado nada desde la una de la madrugada del día anterior y no había comido el bocadillo de carne que le entregaron para comer, bocadillos que habían llegado en sacos de papel que fueron descargados junto a las paredes con orines y estaban deshechos.

Horas antes, Miguel y otros policías habían pedido unas naranjas de la Cruz Roja destinadas a los emigrantes y recibieron una negativa: “Nos dijeron que estaban contadas”. Cuando llegó su turno de descanso, se sentó otra vez junto a la pared. Alzó la vista y un gendarme mauritano, kalashnikov al hombro, le miraba mientras se comía una naranja. Le ofreció un gajo.

Tumbado, oyó cómo los compañeros bromeaban: “Ahora son los emigrantes los que tendrán que ponerse máscaras porque estamos asquerosos”. ¿Qué hacía ahí?, se preguntó. “Había policías mauritanos suficientes para custodiar a los emigrantes. Nadie pensaba en nosotros: no éramos importantes. Me sentí manipulado. No podíamos movernos, porque las autoridades mauritanas nos habían quitado los pasaportes nada más llegar, no podía conseguir comida ni alojamiento, era desesperante”.

Los emigrantes habían desembarcado en el puerto de Nuadibú (Mauritania) y dormían en la fábrica de pescado tras haber sido clasificados en función de sus nacionalidades y diagnosticados por los médicos de la Cruz Roja. Los 130 policías, que en total fueron allí por relevos, no pudieron ducharse ni dormir en los días que duró la crisis, entre el 9 y el 14 de febrero. “No es cierto que los emigrantes estaban enfermos. Lo máximo que tenían algunos era sarna. Y el barco estaba en mejores condiciones que los cayucos que llegan a Canarias”, revela Miguel.

Cuarenta y ocho horas sin dormir

“Tenía muchísima hambre, me sentía impotente y desesperado porque no sabía cuándo iba a volver a comer, ni cuándo iba a descansar”. Miguel R., 34 años, uno de los 70 policías enviados a Mauritania para auxiliar a los 369 ocupantes de un barco, el Marine I, rescatado por España en aguas internacionales, estaba sucio y cansado, harto de orinar en la pared exterior de la antigua fábrica de pescado. Su labor era vigilar a los emigrantes alojados temporalmente allí, dos horas de custodia y otras dos de descanso apoyado en esas mismas paredes, una y otra vez. Gendarmes mauritanos le rodeaban armados con fusiles kalashnikov.