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Las compañías energéticas hacen su agosto con el deshielo del Ártico
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Las compañías energéticas hacen su agosto con el deshielo del Ártico

El hielo del Ártico podría desaparecer en el verano de 2030. Así de tajantes se muestran los científicos estadounidenses que esta semana alertaron de que la

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Las compañías energéticas hacen su agosto con el deshielo del Ártico

El hielo del Ártico podría desaparecer en el verano de 2030. Así de tajantes se muestran los científicos estadounidenses que esta semana alertaron de que la masa polar ha vuelto a reducirse hasta su segundo nivel más bajo de su historia llegando a superar las predicciones que situaban su desaparición en el año 2050. Un desastre ecológico que, sin embargo, tiene una contrapartida económica y geoestratégica. Los tesoros energéticos que alberga el hielo ártico y la posibilidad de hacerse con ellos han abierto una lucha encarnizada entre las poblaciones de la zona por el control del Polo Norte. EEUU, Canadá, Islandia, Suecia, Noruega, Dinamarca y Rusia, los países con intereses en juego, se frotan las manos mientras contemplan la muerte del Ártico y luchan por conseguir el trozo más grande del pastel. El deshielo, según los expertos, es irreversible.

El pasado año el hielo ártico se redujo hasta una mínima capa de 4,1 millones de kilómetros cuadrados, una caída record que podría verse superada en las próximas semanas porque, según el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo (National Snow and Ice Data Center), con sede en Colorado, la tendencia en descenso del hielo de verano continúa. “Sin importar la fase de la temporada de derretimiento, se está reforzando la noción de que el hielo ártico está en su espiral de muerte”, afirman desde el NSIDC. Las zonas más afectadas por el deshielo vuelven a ser el Mar de Chukchi, una de las mayores poblaciones de osos polares del mundo, y los mares siberianos del Este, frente a la costa oriental rusa.

Pero el calentamiento global y sus consecuencias también pueden ser un negocio, de hecho ya lo está siendo. El deshielo del Ártico ofrece una oportunidad económica enorme en cuanto a recursos energéticos y turismo se refiere. El retroceso de la capa helada del océano dejará al descubierto sus grandes riquezas: una cuarta parte de las reservas de petróleo, grandes bolsas de gas natural e importantes yacimientos mineros. La desaparición del hielo, además de facilitar la extracción de sus recursos, abrirá nuevas rutas pesqueras y permitirá el total acceso a la anhelada vía marítima alternativa al Canal de Panamá que conecte el Pacífico con el Atlántico, más conocida como Pasaje del Noroeste (actualmente navegable solo durante unos meses) y en cuyo estudio ya se han invertido miles de dólares.

Todas ellas son razones suficientemente jugosas para que los países árticos luchen por el control del Polo Norte, un entorno aún más vulnerable si se tiene en cuenta que a diferencia de la Antártida, protegida por el Tratado Antártico de 1959, el Ártico no cuenta con una legislación que la custodie y la auxilie frente a cualquier agresión. Tan solo el Consejo del Ártico, integrado precisamente por los países interesados en su explotación, asume la responsabilidad de velar por la protección de su ecosistema. Un organismo que no ha impedido, sin embargo, el levantamiento de la gigantesca plataforma de extracción de gas Snohvit, de la cual la española Iberdrola recibe suministro, y la puesta en marcha de otros ambiciosos proyectos como las minas de Diavik y Ekati, a escasos 200 km del Círculo polar Ártico y veneradas por la cantidad y calidad de sus diamantes.

Disputas fronterizas

Los diferentes países con intereses estratégicos reclaman sus derechos soberanos sobre la zona por lo que se han planteado diferentes modelos de división de fronteras. Las naciones costeras tienen derechos sobre los recursos hasta 200 millas náuticas desde sus costas pero deben declarar sus derechos territoriales según lo establecido por la ONU, el único organismo que ha establecido un mínimo marco legislativo. De lo contrario quedarían bajo tutela internacional. Por otra parte, si un país demuestra que su plataforma continental, el lecho marino anexo al continente, se extiende más allá de las 200 millas, puede reclamar su soberanía. Es el caso de Dinamarca, empeñada en demostrar que se encuentra ligada geológicamente a Groenlandia a través de la cordillera Lomonosov, una cadena montañosa submarina de 1.600 km.

Expertos y mandatarios de los diferentes países –excepto de Islandia, Finlandia y Suecia- se reunieron el pasado mes de mayo en la ciudad groenlandesa de Ilulissat para plantear las nuevas reglas del juego que requiere la presión que sufren las regiones polares. Un encuentro cargado de buenos propósitos y mejores deseos para la futura gestión del Ártico que concluyó con la intención de efectuar el reparto del territorio de forma consensuada respetando las directrices de la ONU.

Aunque lo cierto es que hasta hoy la legalidad a la hora de ‘conquistar’ el casquete polar brilla por su ausencia. Además de las expediciones furtivas de Canadá, también fue muy sonado el episodio en el que Rusia clavó su bandera en el fondo marino como señal de reclamo de un millón de kilómetros cuadrados que, al igual que Dinamarca, asegura, son la extensión submarina de su territorio. Ninguno quiere dejar pasar el tren del petróleo y la extracción de minerales. Hacerse con parte de la hegemonía de las reservas de crudo las convertiría en una nación más potentes y lo más importante, independientes de la OPEP, con quien la relación no es un camino de rosas.

El hielo del Ártico podría desaparecer en el verano de 2030. Así de tajantes se muestran los científicos estadounidenses que esta semana alertaron de que la masa polar ha vuelto a reducirse hasta su segundo nivel más bajo de su historia llegando a superar las predicciones que situaban su desaparición en el año 2050. Un desastre ecológico que, sin embargo, tiene una contrapartida económica y geoestratégica. Los tesoros energéticos que alberga el hielo ártico y la posibilidad de hacerse con ellos han abierto una lucha encarnizada entre las poblaciones de la zona por el control del Polo Norte. EEUU, Canadá, Islandia, Suecia, Noruega, Dinamarca y Rusia, los países con intereses en juego, se frotan las manos mientras contemplan la muerte del Ártico y luchan por conseguir el trozo más grande del pastel. El deshielo, según los expertos, es irreversible.