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Los padres de Marta del Castillo pierden la esperanza y claman por un careo
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TRAS DECLARAR LOS IMPUTADOS EN LAS TRES PRIMERAS SESIONES

Los padres de Marta del Castillo pierden la esperanza y claman por un careo

El primer tramo del juicio sobre la muerte de la joven Marta del Castillo termina como la caída de una losa sobre las aspiraciones de los

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Los padres de Marta del Castillo pierden la esperanza y claman por un careo

El primer tramo del juicio sobre la muerte de la joven Marta del Castillo termina como la caída de una losa sobre las aspiraciones de los padres, que trataban de mantener un hilo de esperanza sobre una luz que permitiera dar con el cadáver de su hija. El padre, Antonio del Castillo, teme ya que “las cosas queden así” y jamás se llegue a saber dónde están los restos de su hija, y clama al juez por un careo entre los imputados que ponga de relieve todas las contradicciones de sus testimonios.

La clave de esta frustración está en las declaraciones de Miguel Carcaño y su presunto cómplice, Samuel Benítez. Carcaño se ha negado a admitir que Marta hubiera sido violada antes de morir y, con la intención de dejar el caso en un homicidio, se apoyó en la versión que apunta a que la joven murió de un golpe en la cabeza con un cenicero. A partir de aquí, sólo quedaba la posibilidad de que su compinche, Samuel Benítez, se viniera abajo y reconociera que él fue quien, junto al Cuco, trasladó el cuerpo de la joven, a un lugar que pudo ser el río Guadalquivir, para desprenderse del cadáver.

Carcaño había dejado en la sala de vistas la idea de que “cada cual tiene que asumir sus responsabilidades”. Este mensaje hizo creer a los padres, Antonio y Eva, que Samuel se vería acorralado, acusado por Carcaño como responsable de la desaparición del cadáver, y declararía contra el principal acusado, abriendo así la espita de enfrentamientos entre ellos, de los que pudieran salir pistas sobre el destino de la joven sevillana.

La labor de los abogados

Sin embargo, si algo hay de común en los acusados que han pasado ante el tribunal, es la aparente preparación a la que han sido sometidos por parte de sus abogados. Benítez se liberó de la acusación de Carcaño, negó haber estado en el piso en el que se produjo el crimen, no sabía nada del cadáver y ofreció una secuencia horaria que le hacía ajeno al momento de los hechos.

Con la declaración de estos dos principales protagonistas se cerraba definitivamente cualquier posibilidad de que el juicio sirviera para conocer el paradero del cadáver. Las declaraciones posteriores de Francisco Javier Delgado, hermanastro de Carcaño, y de su compañera María García sólo fueron dos clavos más en un féretro que sólo existe en el silencio aparentemente cómplice de los acusados.

El vuelo del Cuco

La figura del Cuco, el menor que supuestamente colaboró en la desaparición del cadáver, planea sobre el caso como un fantasma. Este menor ya ha sido juzgado y condenado por encubrimiento. Sin embargo, él puede tener la clave de una desaparición que durante casi tres años ha traído de cabeza a las fuerzas policiales y autoridades. Sólo hay que recordar que Rubalcaba, cuando era ministro de Interior, meses después de los hechos, llegó a anunciar en Sevilla que “pronto habría novedades”. Evidentemente, aquella promesa no se cumplió.

Los padres de Marta, Antonio y Eva se encuentran hoy más sumidos en la desesperación y la angustia que nunca. Antonio del Castillo ha pedido un careo entre los acusados, pero no es previsible que nadie atienda su demanda, y asegura que "contradicciones y mentiras han sobrado en este caso". Su única confianza está en que el juez "las valore y vea que están mintiendo todos" para que en la sentencia haya una condena "que sea ejemplar". Y el abuelo, Antonio Casanueva, a quien ha sorprendido la “frialdad” con que se han conducido los acusados en sus declaraciones, dice sentir "una impotencia total de ver que no dicen la verdad" y que están "demasiado protegidos".

El primer tramo del juicio sobre la muerte de la joven Marta del Castillo termina como la caída de una losa sobre las aspiraciones de los padres, que trataban de mantener un hilo de esperanza sobre una luz que permitiera dar con el cadáver de su hija. El padre, Antonio del Castillo, teme ya que “las cosas queden así” y jamás se llegue a saber dónde están los restos de su hija, y clama al juez por un careo entre los imputados que ponga de relieve todas las contradicciones de sus testimonios.