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La esperanza contra la piratería en España sigue llamándose Paco Pastor
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La esperanza contra la piratería en España sigue llamándose Paco Pastor

Hace unos días, en los rigores del puente del mayo, España recibió una grata noticia desde Estados Unidos: finalmente nuestro país no será incluido en la

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La esperanza contra la piratería en España sigue llamándose Paco Pastor

Hace unos días, en los rigores del puente del mayo, España recibió una grata noticia desde Estados Unidos: finalmente nuestro país no será incluido en la lista negra de países piratas para este año. Los informes de diversas asociaciones de gestión de derechos internacionales pedían la reintroducción de España en la funesta 301 meses después de su salida. Incluso el presidente de la patronal del cine en EEUU se dejó ver por Madrid en febrero para advertir a Rajoy de esta posibilidad. Sin embargo, los avances de peso en el desarrollo e implementación de la ley Sinde han calmado las aguas que llegan del otro lado del Atlántico y han concedido al país una tregua que el Gobierno empleará para seguir las directrices importadas sin que se le revuelva de más el personal.

En realidad no son buenas noticias, sino otra patada hacia adelante del problema. La Oficina de Comercio estadounidense, autora del informe, nos tendrá en "observación especial" durante el presente ejercicio, dado que existe la consigna de recuperar los jugosos mercados de España y Brasil a toda costa. Y cuando decimos "observación especial" más bien tendríamos que hablar de "presión especial" sobre el Ejecutivo para que el texto Sinde se aplique en toda su crudeza. Para que las 30 actuaciones llevadas a cabo sobre webs se "dupliquen o tripliquen" en un año, me comentaba hace unos días un representante de la industria musical. 

Pero perseguir, cerrar, incautar y condenar, las demandas norteamericanas, nunca han servido para frenar la piratería en España. Es más, en nuestro país de raigambre filibustera, solo ha habido un momento en el que los originales primaron sobre las copias. Sucedió a finales de los años 80 en el sector del videojuego.

En 1987, España era una de las primeras potencias en juegos para microordenadores -Spectrum, Amstrad CPC, MSX- en toda Europa. Fue gracias al impulso de startups como Dinamic, Opera o Made in Spain que nuestro país obtuvo el reconocimiento internacional como productor de software de calidad. Todos querían vender allí lo que aquí producíamos, pero pocos querían vender aquí lo que allí producían. Porque, como es preceptivo en la 'Marca España', dos realidades enfrentadas cohabitaban en un mismo espacio: éramos unos gigantes en la producción y unos pigmeos en el negocio. 

A falta de internet, el trapicheo con las copias ilegales se concentraba en los rastros de los núcleos urbanos, a donde miles de jóvenes acudían cada domingo en busca de juegos por un tercio de su precio original. Tan serio era el asunto que hasta los establecimientos vendían copias ilegales junto a las que llegaban de la fábrica, en lo que podemos considerar un conato de la llegada de la marca blanca. Pese a que no se disponen de cifras oficiales, la tasa de piratería se estimaba en torno al 90% de todos los juegos que circulaban por España, muy similar a la actual, que se encuentra cerca del 80%. La tesitura era mucho más delicada que ahora pues el sector, que se encontraba ante sus primeras fases de maduración, necesitaba de un ajuste monumental para garantizar su subsistencia.

El actor más perjudicado era Erbe, una empresa que dominaba el 80% de la distribución de videojuegos a nivel nacional. Su volumen de ingresos se había ido debilitando a medida que se popularizaban los casettes de doble pletina en el entorno doméstico. Para 1987 entraba tanta agua en el barco que su director, Paco Pastor, se vio obligado a apretar el botón rojo: desplomar el precio de los juegos desde las 2.100 pesetas hasta las 875. El episodio, que desencadenó un terremoto inmenso en el sector, se relata con profusión de detalles en el libro de Jaume Esteve "Ocho Quilates: la Edad de Oro del Software Español".

La maniobra envolvente de Pastor es digna de estudiarse en la Escuela de Oficiales aunque él, que siempre se supo brillante, le resta mérito: "Solo corté el problema que teníamos. ¿Que estaban vendiendo en el Rastro y la Policía no podía hacer nada? Pues se llega a un acuerdo con los piratas. ¿Que por qué no vendemos? Ahí están los estudios de mercado, porque los juegos están muy caros. Pues habrá que rebajarlos", me contaba en una entrevista acontecida en diciembre de 2008. 

También me confesó que no había otra salida, que había grandes lanzamientos publicitados a bombo y platillo que vendían menos de 500 unidades. En un parque instalado de 100.000 Spectrums, 500 copias. "No es que se vendiese poco, es que no se vendía", explicaba. Básicamente lo que hizo Pastor, que además se desempeña como vocalista en el grupo Fórmula V, fue dejar en el hueso todos los eslabones que van desde la programación hasta la venta de un videojuego. La hipótesis, claro está, pasaba por vender mucho más a un precio mucho más barato. Y así fue. Según datos recogidos en 'Ocho Quilates', de un mes para otro se vendieron 150.000 juegos donde antes solo se colocaban mil. Fue la exitosa concepción de un puñado de teorías sobre marketing que Pastor había ido pergeñando en sus años como ejecutivo en un sello discográfico.

A los que manejaban el cotarro de las copias piratas los sentó en la sala de juntas de Erbe y les ofreció juegos del fondo del catálogo por el mismo precio final que cobraban por las réplicas, en torno a las 500 pesetas. Un negocio redondo en el que unos 'legalizaban' su situación vendiendo barato productos oficiales, y los otros encontraron "un margen adicional a productos que ya habían llegado al final de su vida comercial a través de los canales y precios habituales", señala Pastor en 'Ocho Quilates'. 

Todos contentos y boom salvaje de la industria del videojuego patrio, que superó en negocio a economías más potentes como Alemania e Italia y posicionó a España en la cabeza de un sector que hoy genera más ingresos que la música y el cine juntos. Algunos, como el creador de Commandos Gonzalo Suárez, acusan a Pastor de ejercer su posición privilegiada para expulsar a la competencia del sector, si bien es innegable que las cifras de venta señalaban a una industria a punto de colapsar. En efecto los estudios pequeños, que funcionaban con economía de guerra, se vieron abocados a tirar los márgenes por imperativo del gigante de la distribución y a sufrir un ajuste severo en pos de la salvación del sector. Posteriormente España perdería toda su pujanza en el software en el salto tecnológico de los 8 a los 16 bits, aunque la base de usuarios no haya dejado de crecer desde entonces.

Hoy la medida de Pastor sería infinitamente más complicada de llevar a la práctica, ya que el control del precio de lo que se vende en España se ejerce a miles de kilómetros de Madrid. E igual que es justo señalar que los juegos de ahora implican un grupo humano mucho mayor que antaño, también lo es que con la venta digital se han suprimido los costes de edición y distribución, que a la postre eran los que más engordaban el PVP. Dinamic entendió y apoyó desde el primer momento la medida de Pastor y hoy, aunque bajo las siglas de FX Interactive, sigue fomentando una política basada en la calidad a precio bajo. Casi treinta años después, se trata de uno de los escasos sellos nacionales que tienen presencia real en el mercado. Paco Pastor, por su parte, dio el salto al incipiente sector de las consolas con Sega España. En la entrevista me contó que años después trataría de convencer al CEO de Sega de la necesidad de una inminente rebaja del precio del software para Mega CD. Se volvió con un 'no' de Japón y el primer sistema de juegos en CD terminó en trastazo comercial. 

La clave sigue ahí, en el precio. En que compense a una gran mayoría comprar el original. La solución de consenso es el único camino y nunca ha habido otro. Poner trabas al libre tráfico de información en un mundo hiperconectado es pan para hoy y hambre para mañana. Si los intercambios no se hacen en la red volverán a la calle, pero se harán. Al final de todo, ¿quién tiene que cambiar sus hábitos, la industria cultural o el resto del planeta? La respuesta es lógica; la legislación no tanto.

Es patente que las fórmulas recurrentes para la defensa de la propiedad intelectual -perseguir, condenar- nunca han funcionado en España. Por aquí, la única esperanza sigue llamándose Paco Pastor.

Hace unos días, en los rigores del puente del mayo, España recibió una grata noticia desde Estados Unidos: finalmente nuestro país no será incluido en la lista negra de países piratas para este año. Los informes de diversas asociaciones de gestión de derechos internacionales pedían la reintroducción de España en la funesta 301 meses después de su salida. Incluso el presidente de la patronal del cine en EEUU se dejó ver por Madrid en febrero para advertir a Rajoy de esta posibilidad. Sin embargo, los avances de peso en el desarrollo e implementación de la ley Sinde han calmado las aguas que llegan del otro lado del Atlántico y han concedido al país una tregua que el Gobierno empleará para seguir las directrices importadas sin que se le revuelva de más el personal.