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Ucrania apunta al cielo: el factor que puede desequilibrar una guerra estancada
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Ucrania apunta al cielo: el factor que puede desequilibrar una guerra estancada

Esta guerra de desgaste, estancada desde hace meses, solo puede cambiar introduciendo un nuevo factor en la ecuación. Uno que puede llegar volando

Foto: F-16 C Blok 50 turco armado con bombas de guiado por láser. (TAF)
F-16 C Blok 50 turco armado con bombas de guiado por láser. (TAF)
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El que resiste gana. O eso dicen. Y puede que, en el caso de la invasión de Ucrania, tengan razón. Es probable que, a estas alturas, esperar y resistir sea la principal estrategia de los rusos, cuyos planes para una guerra relámpago han resultado un completo fracaso. Pero ahora, el tiempo juga a su favor. Han ocupado un buen trozo de tierra ucraniana (20% del país) y echarles no va a ser tan fácil. Esta guerra de desgaste, estancada desde hace meses, solo puede cambiar introduciendo un nuevo factor en la ecuación. No es otro que la aviación.

Esta guerra se ha convertido en una guerra terrestre. Parece un contrasentido que, en una época en la que nadie discute el papel preponderante de la aviación, convertida desde la Segunda Guerra Mundial en el elemento decisivo del combate, estemos hablando en estos términos. Pero el conflicto de Ucrania, insistimos, está siendo diferente en muchos aspectos.

La inferioridad ucraniana en materia de aviación frente a Rusia era manifiesta. El invasor disponía de más modelos, más modernos y con mejores armas, por lo que la Fuerza Aérea ucraniana debía haber desaparecido en los primeros días de guerra. Con la aviación enemiga fuera de juego, la VVS (Voyenno-vozdushnye sily Rossii) o Fuerza Aérea rusa, debería haber tomado el control del espacio aéreo. Todo lo que volase sobre territorio ucraniano debía haber sido o ruso o un objetivo a punto de ser destruido.

Nada de esto sucedió. El fracaso de la aviación rusa, que para muchos sigue siendo un cierto misterio, pasa por su incapacidad para realizar misiones SEAD (supresión de defensas antiaéreas enemigas), escasez de armamento guiado, escasez de elementos de designación de objetivos y descoordinación con el resto de fuerzas, debido a carencias en comunicaciones y sistemas de mando y control. Por su parte, la aviación ucraniana hace salidas de combate todos los días. Se trata de vuelos cortando margaritas, como se denominan coloquialmente a los que se realizan a ras de suelo y siguiendo carreteras y autopistas, buscando evitar ser detectados. Pero vuelan.

Foto: Aviones MiG-29 de la fuerza aérea búlgara. (Chavdar Garchev)

Así las cosas, los ucranianos han jugado —no les quedaba otro remedio— a impedir que Rusia desplegara su aviación a base de sistemas antiaéreos. Los rusos se han visto incapaces de superar esa barrera y la batalla se convirtió en algo terrestre con el permiso de drones y misiles. El problema para las tropas de Kiev es que, incluso con los esperados carros de combate occidentales, va a ser muy difícil superar a un enemigo bien atrincherado.

placeholder Cazas Sukhoi Su-35 rusos en configuración aire-aire. (Mil-Ru)
Cazas Sukhoi Su-35 rusos en configuración aire-aire. (Mil-Ru)

Defender a los que atacan

Si este conflicto tiene que cambiar, ha de ser necesariamente porque las fuerzas ucranianas recuperen su territorio. De otra manera, Rusia ganaría la guerra, por más que pierda muchas batallas. Esto, que dicho así parece fácil, tiene algunos problemas políticos y muchos militares. Los carros de combate, ya lo venimos diciendo, son necesarios para la ruptura del frente y vitales para conseguir el objetivo último de devolver a los rusos a sus fronteras. Son el paso necesario, pero quizás no suficiente.

Esas unidades acorazadas realizando la ruptura deben ser apoyadas y protegidas por la aviación propia. Y esto pasa porque esas unidades aéreas puedan actuar en cierta profundidad en el territorio ocupado, atacando los puntos fuertes del enemigo, ablandando sus defensas y bombardeando los posibles refuerzos que intenten llevar al frente. Pero, sobre todo, lo que deben hacer es impedir que, a su vez, la aviación rusa —que ni está muerta ni es inoperativa— realice ataques sobre esas fuerzas en movimiento. Sin esa cobertura, el desastre estaría asegurado.

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Jugárselo todo a un combate exclusivamente terrestre es muy arriesgado. Hasta ahora, les ha salido bien; como en la contraofensiva de Járkov o en Jersón. Pero, a medida que esta hipotética ofensiva se acercara a las fronteras rusas, los de Moscú tendrían cada vez más ventaja; la fuerza de ataque se vería más expuesta a la aviación y artillería enemigas. Un panorama difícil, sin duda. Sin embargo, el problema para Ucrania es complejo y tiene dos vertientes, ambas complejas de solucionar. La primera es de qué modelos dotarse; y la otra, qué hacer con ellos.

No es solo cuestión de aviones

La respuesta a la primera cuestión podría ser cualquiera, pero no es así. Una solución es aumentar el número de los tipos de cazas que ya operan, para los que se han mandado armas y recambios. Pero lo más eficaz es el envío de los MiG-29 que ya se han comprometido a transferir Polonia y Eslovaquia. Son aviones con distinto grado de modernizaciones, algunos ya fuera de vuelo —pero de manera reciente— y que cuentan con la importantísima ventaja de que su empleo por las fuerzas ucranianas podría ser casi inmediato. En todo caso, serían un gran apoyo pero no una solución.

placeholder F-16 desplegados en Europa. (USAF)
F-16 desplegados en Europa. (USAF)

Por otro lado, está el famoso tema de los F-16. Ha sido el mantra desde que se dio por hecho el envío de blindados. El Falcon sería el tipo ideal por muchos motivos, entre los que hay uno fundamental: muchos países tienen este modelo —sobre todo Estados Unidos— y en varias fuerzas armadas está en fase de reemplazo. Pero hay otros.

El jefe de la Fuerza Aérea ucraniana, general Serhii Holubtsoven, en una entrevista concedida al diario The Times, era muy claro al respecto. Necesitan el F-16, dice, porque “es un avión diseñado para combatir a los aviones rusos”. El argumento es cristalino y se explica por sí solo. Ahora mismo, lo único que Ucrania tiene en número suficiente son sus MiG-29, bastante inferiores a los Sukhoi Su-35 rusos. Además, están más orientados al combate aéreo que al ataque a tierra, por lo que les sería más útil tener un aparato algo más polivalente.

Los Sukhoi utilizan misiles aire-aire R-77 de largo alcance, capaces de atacar un enemigo hasta unos 110 km. Los ucranianos solo disponen de los misiles R-27 en sus primeras versiones, un modelo más antiguo de origen soviético, con un alcance que en ningún caso supera los 90 km y equivalente a los ya obsoletos AIM-7 Sparrow occidentales. Es de guiado por radar semiactivo y obliga al lanzador a mantener al enemigo iluminado con su propio radar, lo que le impide evadirse del combate.

placeholder Su-35 armado con bombas guiadas por láser y misiles aire-aire.
Su-35 armado con bombas guiadas por láser y misiles aire-aire.

Los R-77, por el contrario, son de guiado por radar activo, lo que les permite funcionar independientes del avión lanzador y les define como del tipo dispara y olvida, un verdadero equivalente al AIM-120 AMRAAM norteamericano. Más modernos y difíciles de evitar que los R-27. En el combate aéreo, como en tantos otros, sale con una gran ventaja quien tiene el palo más largo.

Sensores y logística

En el aspecto de sensores ocurre algo parecido. En la medida en que los pilotos rusos detectan antes y mejor a los ucranianos, estos quedan en franca desventaja. El del Su-35 es el Irbis-E (Snow Leopard en código OTAN), un radar de apertura sintética, es decir, de barrido electrónico y antena plana, que se desarrolló específicamente para esta unidad a partir de 2004.

Foto: F16 Block 30 de la USAF. (USAF)

Enfrente tenemos el N019, analógico y basado en el que se empleaba en los MiG-23, desarrollado a mediados de los setenta y con bastantes limitaciones que le impedían, por ejemplo, ser eficaz en el entorno del alcance máximo de los Misiles R-27. Por el contrario, el Irbis-E se estima que puede localizar objetivos aéreos a más de 300 km, aunque sus capacidades son más limitadas en modo de ataque a tierra. Así no se puede competir.

Otro aspecto trascendental es que, al igual que ocurre con los carros de combate, la llegada a Ucrania de varios tipos de aviones supondría un problema logístico y de adiestramiento mayúsculo. Por ello, el F-16 vuelve a aparecer como el modelo ideal, alcanzable en un número suficiente, con misiles AMRAAM (alcance superior a los 120 km) y con un radar moderno que les permita enfrentarse en la distancia con los Sukhoi rusos.

placeholder Mig-29 ucraniano. (USAF)
Mig-29 ucraniano. (USAF)

Lo mismo que sucedió con la artillería. Mientras las piezas rusas se encontraban fuera del alcance de las ucranianas, todo iba bien. Pero en cuanto Kiev obtuvo su ansiada artillería de largo alcance, todas las líneas rusas, de fuego artillero y logística, se tuvieron que retrasar, prestando un menor apoyo a sus tropas. Con el F-16 podría suceder algo parecido. Al poder enfrentarse a la VVS a mayor distancia, les obligaría a retrasar su zona de operación, lo que permitiría avanzar a las tropas terrestres ucranianas con garantías.

Adiestramiento, doctrina e infraestructura

Sin embargo, el avión no lo es todo. También está el adiestramiento y la doctrina, algo que es harina de otro costal. Según desvelaba el general ucraniano en su entrevista, al menos tres de sus pilotos ya han sido evaluados en los Estados Unidos para pilotar F-16. El resultado de la estimación norteamericana es que se necesitarían, al menos, seis meses para que un piloto ucraniano con habilidades medias pudiera combatir con el F-16 y utilizar sus armas.

Queda el tema de la doctrina. Nuevos aviones y nuevas armas requieren nuevas tácticas y esto puede no ser tan sencillo. De poco —o nada— serviría que los ucranianos sigan utilizando sus viejas tácticas heredadas de la época soviética o lo que ahora hacen, obligados al estar en franca desventaja. Esto también es otro tipo de adiestramiento que va más allá de pilotos y aviones.

Foto: EC Diseño
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Un último factor lo constituirían las infraestructuras. Ucrania mantiene bastantes aeródromos desde los que, en teoría, podrían operar los nuevos F-16, pero el caza americano plantea un problema adicional. Es su sensibilidad al FOD (Foreign Object Debris/Damage), es decir, a que la toma de aire ventral del avión absorba objetos del suelo que dañen su turbina. Por su disposición, la toma de aire está bastante cerca del suelo y el F-16 se comporta como una verdadera aspiradora, tomando gravilla y suciedad de la pista, algo que para otros modelos no es tan grave. Pero para el F-16 es fundamental y no todas las pistas ucranianas serían utilizables por los Falcon.

En definitiva, la guerra se alarga y da la impresión de que a Rusia le vale. Ucrania debe mover ficha y para ello necesita carros de combate y aviones occidentales. Unos parece que están en camino. Los otros, no está tan claro. Una más de las muchas contradicciones de esta guerra: apoyar y ayudar a Ucrania, pero poco a poco.

El que resiste gana. O eso dicen. Y puede que, en el caso de la invasión de Ucrania, tengan razón. Es probable que, a estas alturas, esperar y resistir sea la principal estrategia de los rusos, cuyos planes para una guerra relámpago han resultado un completo fracaso. Pero ahora, el tiempo juga a su favor. Han ocupado un buen trozo de tierra ucraniana (20% del país) y echarles no va a ser tan fácil. Esta guerra de desgaste, estancada desde hace meses, solo puede cambiar introduciendo un nuevo factor en la ecuación. No es otro que la aviación.

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