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Los experimentos que demuestran que los niños no son racistas pero tu cerebro sí
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Los experimentos que demuestran que los niños no son racistas pero tu cerebro sí

¿Qué pasa en el cerebro de quienes gritan "mono" a otra persona? En realidad la ciencia lleva décadas estudiando a fondo el motivo de estos comportamientos concretos, ancestrales, pero no innatos al ser humano

Foto: El futbolistas Vinicíus, en el homenaje en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El futbolistas Vinicíus, en el homenaje en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El partido entre el Valencia y el Real Madrid, con los insultos a Vinícius, ha desatado un debate sobre el racismo inédito en España. Nunca habíamos discutido tanto sobre si somos un país racista, si el fútbol lo es o qué debemos hacer para resolver el problema. En estos últimos días, la polémica se ha centrado en la búsqueda de culpables y ha girado en torno cuestiones sociales y políticas nacionales, pero lo cierto es que ningún país está libre de xenofobia en mayor o menor medida. Así que, llevando la reflexión un poco más lejos, cabe preguntarse por las raíces profundas de estos comportamientos.

¿Qué nos hace señalar como diferente a otro individuo de nuestra misma especie? ¿Por qué somos capaces de atacar de manera visceral e irracional a otros, solo porque tengan un color de piel o rasgos distintos, en determinados contextos? ¿Qué pasa por el cerebro de quienes gritan "mono" a otra persona? Como siempre, la ciencia tiene algo que decir. El conocimiento no sirve para juzgar ni justificar, pero sí explicar el mundo. Es probable que tampoco sea útil para cambiar la sociedad, pero sí para entenderla. Para empezar, podríamos preguntarnos si el racismo tiene algo de innato o de intrínseco al ser humano.

Foto: Vinícius Jr, en el homenaje en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)

En los niños encontramos la respuesta, sobre todo en los de EEUU, porque nadie ha estudiado más las cuestiones raciales que los científicos de ese país. Un estudio publicado en la revista Child Development en 2018 demostró que los menores de cinco años carecen de prejuicios racistas. Frente a una sociedad acostumbrada a identificar el color de la piel con determinados rasgos de personalidad, esta investigación de la Universidad de Nueva York probaba que no existe ningún tipo de rechazo innato frente a otras etnias.

Sin embargo, los psicólogos que realizaron esta investigación también identificaron en los niños, de cinco y seis años, los primeros indicios de cómo se iba configurando su mentalidad, moldeada por el contexto social que comenzaban a vivir. Básicamente, el estudio encuentra dos influencias fundamentales: la diversidad de su entorno y las actitudes de los padres. Los menores que crecían en barrios con mayor variedad étnica no atribuyen diferencias por el color de piel, mientras que aquellos que viven en lugares donde predomina una raza ya comienzan a identificar esa característica con determinados comportamientos y rasgos de la personalidad. Del mismo modo, su percepción viene marcada por el lenguaje utilizado por sus progenitores para referirse a otros grupos.

placeholder Protesta contra el racismo. (EFE)
Protesta contra el racismo. (EFE)

De forma secundaria, los científicos también apuntan a otros factores algo menos determinantes en esa configuración de los prejuicios, como los grupos de amigos con los que interactúan y la educación recibida en la escuela. Estos resultados nos ayudan a entender cómo y cuándo se desarrollan los estereotipos raciales. Además, la edad que identifica este estudio como clave en el proceso coincide con la que señalan otras investigaciones similares, por ejemplo, con respecto a los estereotipos de género (por los que atribuimos determinados rasgos a hombres y mujeres), así que el proceso podría ser similar.

La neuroimagen del racismo

Por eso, llegamos a adultos con ciertas ideas muy arraigadas, consciente o inconscientemente. Diferentes estudios han localizado en el cerebro adulto el proceso por el que juzgamos a otras personas por motivos étnicos, identificándolas como diferentes. En 2012, la revista Nature Neuroscience recopiló 18 investigaciones que, a través de técnicas de neuroimagen, permitían examinar cómo procesamos, evaluamos e incorporamos las categorías sociales de raza y etnia en la toma de decisiones. Los investigadores de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Harvard (EEUU) se centraron en los conceptos de raza blanca y raza negra (es decir, en la representación mental que tenían los ciudadanos de su país acerca de las etnias caucásica y afroamericana) y, a través de resonancias magnéticas funcionales, descubrieron que existe una red de circuitos neuronales que se activan cuando identificamos individuos pertenecientes estas categorías, y que son los mismos que utilizamos para procesar emociones y para tomar decisiones.

placeholder Estudios de resonancia magnética del cerebro. (EFE)
Estudios de resonancia magnética del cerebro. (EFE)

La amígdala tiene un papel muy importante en esa expresión del prejuicio racial. Esta estructura del sistema límbico, una de las más primitivas de los vertebrados complejos, tiene que ver con reacciones como el miedo y la ira, que desde el punto de vista evolutivo han tenido una gran importancia para nuestra supervivencia como especie. Al analizar los resultados de este trabajo, en un artículo que llamaron La neurociencia de la raza, la investigadora Jennifer Kubota, primera autora del trabajo, y sus colegas destacaron esa superposición entre los circuitos neuronales de las emociones y la toma de decisiones y la "expresión implícita e involuntaria de actitudes raciales y su control". En su opinión, este hallazgo es clave para entender cómo reconocemos la raza y la influencia que tiene en actitudes y decisiones. De esta manera se explica la existencia de "prejuicios raciales no deseados", pero creen que es posible incentivar cambios hacia "comportamientos libres de sesgos".

La amígdala tiene mucho que ver con la empatía y, en ese sentido, algunos estudios muestran que tendemos a reconocer mejor o más rápido las emociones que expresan los rostros de personas que forman parte de nuestro mismo grupo étnico. De hecho, las investigaciones indican que reconocemos con mayor facilidad las caras de las personas de nuestra raza. No obstante, este tipo de trabajos y las interpretaciones que se hacen de ellos suelen ser motivo de controversia, porque ¿hasta qué punto esto es algo innato o es también un aprendizaje cultural que tiene que ver con el ambiente al que estamos expuestos?

placeholder Un hombre se manifiesta en EEUU. (EFE)
Un hombre se manifiesta en EEUU. (EFE)

Nuestra visión binaria del mundo

En cualquier caso, reconocer estas diferencias es el primer paso para tener actitudes contrapuestas con quienes reconocemos como parte de nuestro grupo y con los que identificamos como distintos o extranjeros. Según una investigación de la Virginia Commonwealth University publicada en 2022, hacer daño a los que consideramos rivales provoca la activación de la corteza prefrontal y del núcleo accumbens, áreas del cerebro relacionadas con el placer y la recompensa. De hecho, son claves en el estudio de los circuitos neuronales que tienen que ver con las adicciones.

Es más, los estudios de la evolución del comportamiento humano indican que tenemos una cierta predisposición a pensar en términos binarios: o conmigo o contra mí. Técnicamente, los antropólogos hablan de "altruismo parroquial" para referirse a ese comportamiento que, en definitiva, nos hace apoyar a los miembros de nuestra comunidad y oponernos (y denigrar) a las personas que no forman parte de ella. Una investigación publicada en Science en 2007 afirma que probablemente la raíz de estas actitudes se puede rastrear hasta el Pleistoceno tardío y el Holoceno temprano, hace más de 10.000 años. En esas sociedades prehistóricas "ni el parroquialismo ni el altruismo habrían sido viables por separado", pero "podrían haber evolucionado juntos" porque las circunstancias promovían el conflicto grupal.

Foto: Rueda de prensa tras reunión del Consejo de Gobierno.

¿Tienen remedio ese bagaje como especie y esa tendencia a clasificar al resto de las personas? Lo cierto es que hay otras partes del cerebro, localizadas sobre todo en la corteza prefrontal, capaces de controlar la conducta, planificar y racionalizar nuestros actos. Y si se trata de ser racionales, quizá lo primero sea revisar el concepto más básico de todo este problema: en realidad, no existen las razas humanas. La ciencia lo tiene claro desde hace décadas y los estudios de ADN lo confirman: a veces, hay más diferencias genéticas entre dos tribus ancestrales que consideramos hoy en día como miembros de la misma raza que entre un africano y un nórdico. El color de nuestra piel tiene que ver con su concentración de melatonia y no es más que una adaptación a los distintos niveles de radiación solar del planeta a medida que nuestra especie se fue dispersando por el mundo.

El partido entre el Valencia y el Real Madrid, con los insultos a Vinícius, ha desatado un debate sobre el racismo inédito en España. Nunca habíamos discutido tanto sobre si somos un país racista, si el fútbol lo es o qué debemos hacer para resolver el problema. En estos últimos días, la polémica se ha centrado en la búsqueda de culpables y ha girado en torno cuestiones sociales y políticas nacionales, pero lo cierto es que ningún país está libre de xenofobia en mayor o menor medida. Así que, llevando la reflexión un poco más lejos, cabe preguntarse por las raíces profundas de estos comportamientos.

Racismo Vinicius Junior
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