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Shakespeare entra en la prisión
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Shakespeare entra en la prisión

Tiene gracia que los hermanos Taviani (Paolo y Vittorio), dos directores octogenarios deudores a estas alturas únicamente de sí mismos, con una Palma de Oro decorando

Tiene gracia que los hermanos Taviani (Paolo y Vittorio), dos directores octogenarios deudores a estas alturas únicamente de sí mismos, con una Palma de Oro decorando su comedor, hayan resurgido de sus cenizas desempolvando a Shakespeare. Dos tipos que llevan radiografiando cuarenta años la sociedad italiana, con aliento historiográfico, pero sobre todo crítico, porque la buena historia siempre va bañada en sátira, se pueden atrever con todo. Incluso con la Camorra.

Y eso han hecho. Han metido el hocico durante seis meses en una de la prisiones de alta seguridad de Italia, la de Rebibbia, y han leído junto a algunos de los narcotraficantes más peligrosos del país, homicidas, miembros de la Mafia condenados a cadena perpetua, los diálogos de Julio César, con la intención de demostrar que los clásicos resuenan, con más fuerza si cabe, cuando un recluso que interpreta a Bruto pronuncia las peroratas propias de la Roma del siglo primero antes de Cristo en una celda de dos metros cuadrados.

Y ese es el triunfo de esta modesta cinta, Oso de Oro en Berlín y Premio David de Donatello a la mejor película italiana del año pasado. Los presos reales que protagonizan el film encuentran en la literatura una vía de escape. No solo entienden a Shakespeare, sino que consiguen conectar con los temas intemporales de su obra, pues reconocen la traición, la ambición, la duda en sus vidas.

Su trabajo como intérpretes que en realidad no lo son es hipnótico. Su naturalidad confiere verdad a la obra de los Taviani, la verdad que tiene toda expresión artística. Ya lo dijo Hegel. Y esa verdad a los presos les hace libres. “Hasta que no descubrí el arte no me di cuenta de que esta celda es una auténtica prisión”, dice uno de los confinados. Es una frase de una obviedad brutal, que afea el conjunto de los Taviani, por redundante, por innecesaria, porque la película se bastaba por sí misma para contar eso al espectador, pero no por ello deja de ser lapidaria y clarificadora.

Los presos atraviesan rejas y cavan túneles al exterior cuando leen a Shakespeare. Parece una metáfora simple, pero no lo es tanto. De hecho, la película funciona en todo momento. No es un simple ejercicio de onanismo intelectual y no cae jamás en la cargante teatralidad a la que probablemente estaba condenada. La muerte del César a manos de Bruto, o el manipulador discurso de Marco Antonio ante la plebe tras la conjura, ganan fuerza al ser bramados en el patio de la cárcel por señores que saben bien lo que significan esas palabras.

El juego de espejos de los Taviani es a la verdad de los textos de Shakespeare lo que Shakespeare in love (John Madden, 1998) era a su función meramente ornamental.  

Tiene gracia que los hermanos Taviani (Paolo y Vittorio), dos directores octogenarios deudores a estas alturas únicamente de sí mismos, con una Palma de Oro decorando su comedor, hayan resurgido de sus cenizas desempolvando a Shakespeare. Dos tipos que llevan radiografiando cuarenta años la sociedad italiana, con aliento historiográfico, pero sobre todo crítico, porque la buena historia siempre va bañada en sátira, se pueden atrever con todo. Incluso con la Camorra.