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Las Pitiusas de la pandemia: Ibiza sin fiestón (con festín) y Formentera fuera de temporada
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Las Pitiusas de la pandemia: Ibiza sin fiestón (con festín) y Formentera fuera de temporada

Antes de visitar las islas el aviso era común: Ibiza es prohibitiva. Lo cierto es que no lo es si te alejas de lo que tradicionalmente se ha relacionado con el turismo en las Pitiusas

Foto: Cala Tarida en Ibiza (Imagen: iStock)
Cala Tarida en Ibiza (Imagen: iStock)

Hace años que 'la temporada' en Ibiza se alargó hasta cubrir la mitad del año, desde mayo hasta finales de octubre, y no es de extrañar si se tiene en cuenta que la temperatura en este pequeño archipiélago balear es más que agradable más allá del verano. Eso sí, la pandemia hizo muchos estragos en un destino que en 2019 recibió en torno a tres millones de turistas al año, el 88% de ellos en temporada alta (de junio a septiembre). La masificación de Ibiza ha estado históricamente relacionada a su ocio nocturno, aunque muchas de las grandes discotecas ya vieron cómo perdían público antes de la llegada del covid, principalmente debido a la cada vez mayor oferta de ocio, pero también a los elevadísimos precios de los clubes: la entrada venía rondando los 60 euros, una botella de agua o una cerveza costaban (y siguen costando) entre ocho y quince euros, y las copas se acercan a los 20 euros. "Ibiza es un destino carísimo". Con esta máxima hemos visitado las Islas Pitiusas la segunda quincena de septiembre, fuera de la tradicional temporada de discotecas un año y medio después del parón epidémico.

¿Qué ver en Ibiza?

Esta es una de las principales dudas cuando uno viaja a las Pitiusas sin haberlas pisado antes. ¿Hay vida más allá de la fiesta? La hay, y no todo el turista que viaja allí lo hace por las caras botellas de Moët Chandon de Amnesia, Pachá, Usuhaia o Café del Mar. El principal atractivo del archipiélago son sus playas: múltiples calas conforman las costas de las islas de Ibiza y Formentera (y sus islotes), para todos los gustos y para todo tipo de viajeros. Lo primero que uno debe hacer antes de viajar es saber qué busca y dónde quiere encontrarlo, porque no es lo mismo alojarse en Sant Antoni, donde se encuentran la mayor parte de las discotecas, que hacerlo en Santa Eulària des Riu, un área caracterizada por un turismo diferente, con muchos matrimonios y grupos de amigos de edad más avanzada y, principalmente, de origen alemán. Eso sí, en cualquier zona de la isla hay calas, muchas calas, en las que poder darse un chapuzón a una temperatura menos 'agresiva' que la que ofrecen las playas cantábricas o atlánticas, pero también menos caldeada que las del Levante peninsular. Este fue nuestro itinerario:

  • Cala Tarida
  • Cala d'Hort
  • Cala Escondida
  • Platges del Comte
  • Cala Bassa
  • Cala Xarraca
  • Pou des Lleó

¿Cuál elegir? Nuestra incursión arrancó en Cala Tarida, donde contra todo pronóstico (por ignorancia) nos encontramos una playa bastante abarrotada... al principio. Ubicada en Sant Josep de Sa Talaia, esta cala ubicada en la parte oeste de la isla de Ibiza nos ofreció, en primer lugar, aparcamiento relativamente sencillo en el carrer del Massot, aunque no parece que eso en temporada sea fácil. ¿Lo bueno? Que la gente no madruga mucho —al menos en septiembre— para ir a la playa, y a primera hora todo es mucho más sencillo. Tras el primer acceso (por Torremar) hay un pequeño arenal, y al ser el primero que uno se encuentra estaba atiborrado de gente; sin embargo, si sigues caminando hacia la derecha encuentras otros arenales mucho más despejados y, con ganas y un buen calzado (nada de chanclas) se puede acceder a otras caletas más solitarias.

El primer día, no obstante, nos topamos con un pequeño inconveniente: sin banderas mediante pero sí con picaduras, nos percatamos de la presencia de medusas, nada que impidiera el baño pero sí que lo puede fastidiar cuando uno no se lo espera. A raíz de esto descubrimos una 'app', desarrollada por dos residentes en Ibiza, Ismael Madrigal y Roel van Eersel, que muestra la probabilidad de presencia de medusas en todas las playas de las Pitiusas en función de la meteorología. 'Medusas Ibiza', un nombre fácil e intuitivo para encontrar la aplicación en la tienda de 'apps' de cualquier móvil, tiene además una funcionalidad al estilo de Waze, con la que los bañistas pueden avisar de la presencia (o ausencia) de estos celentéreos; eso sí, en su mayor parte, al menos en Ibiza, son inofensivos y no molestan más que un rato.

placeholder Casas varadero en la Cala d'Hort, en Sant Josep de Sa Talaia, Ibiza (EFE)
Casas varadero en la Cala d'Hort, en Sant Josep de Sa Talaia, Ibiza (EFE)

Durante estos días el principal drama estuvo en Cala Bassa, donde se veían miles flotando en la orilla y otras tantas postradas en la arena donde, ojo, siguen siendo bastante molestas. Tal era su presencia que junto a la bandera verde en el puesto del socorrista ondeaba otra blanca, con una medusa coloreada en azul, que advertía de la gran cantidad de estos animales en la playa; un fastidio, teniendo en cuenta que para aparcar junto a la playa hay que pagar parking —cinco euros, con derecho a una consumición en el 'beach club', que no chiringuito—. Eso sí, en condiciones óptimas es una cala que ofrece agua cristalina y arena blanca, aunque con una buena cantidad de hamacas de pago y poco espacio entre el arenal y el club, donde a veces la música se pasa de tono.

En esta misma zona se encuentra la que posiblemente sea una de las 'joyas de la corona' ibicenca, la Cala d'Hort, con unas vistas increíbles a Es Vedrá, un hermoso islote cargado de vegetación (hasta con una planta no solo endémica, sino exclusiva de esta pequeña isla) al que, bajo ningún concepto, se puede acceder por ocio. Esta es una playa de piedras, no de arena, y relativamente pequeña, amén del espacio cogido por las hamacas privadas, pero con uno de los embarcaderos más bonitos de la isla y con vistas a una gran hilera de casas varadero a la derecha. Llegamos a las 10:00 de la mañana y estábamos casi solos, pero en media hora apenas quedaban tumbonas y mucho menos hueco para las toallas; eso sí, al no ser muy grande la gente no trata de buscar su espacio entre los pies de unos y las nucas de otros.

En según qué temporada del año hay que estar pendiente de la dirección del viento

El área de las playas del Comte es otra de visita obligada. Muy cerca de la principal, Cala Conta, se encuentra Cala Escondida, una pequeña porción de arena a la que se accede por una escalera de piedra espectacular, con chiringuito propio, muy cerca del aparcamiento (gratuito), aunque muy concurrida en temporada alta. Cala Conta tiene mucho más espacio, aunque en según qué temporada es recomendable revisar la dirección del viento: precisamente en estos días el aire soplaba muy fuerte y no es especialmente cómodo para descansar.

Pero no solo la mitad sur de la isla ibicenca tiene playas a las que acudir: en el norte, amén de la seguro que recomendada Cala Benirrás —esa en la que los hippies hacen sonar sus tambores en la puesta de sol, nosotros prescindimos de ella— se encuentra Cala Xarraca, un espectacular espacio para practicar esnórquel, con espacio para tomar el sol frente a las casas varadero y un espacio un poco más reservado donde practicar nudismo. Eso sí, en esta zona —a la izquierda del acceso principal— no llegan los servicios de limpieza, así que el manto de posidonia que se posa sobre la orilla puede ser un problema para quien solo busca la foto del paraíso. Nuestra última visita fue a la pequeña cala de Pou des Lleó, un día en el que las inclemencias del tiempo no nos dejaron disfrutar del baño pero sí al menos de una de las playas más salvajes que encontramos en la isla.

La fiesta del arroz y el pescado

Quien diga que la gastronomía en Ibiza no es resultona no ha probado un buen 'bullit de peix'. Entre muchas otras cosas. Los ibicencos no tienen nada que envidiar a los valencianos en lo que a arroces se refiere, pero además tienen en este guiso de pescado su plato estrella, casi siempre de la mano de un arroz a banda. Nosotros elegimos el del restaurante S'Espartar, en Sant Josep de Sa Talaia, para estrenarnos en este manjar, cuya cantidad hace que te replantees la vida si te quedas con hambre. Y lo hicimos con unas preciosas vistas a la montaña que parecían 'vetadas' solo para locales. El restaurante estaba lleno de ibicencos, con saludos entre mesas, y no hay nada como escoger un establecimiento de comida local lleno de locales para poder disfrutar de un plato típico, sin engaños para guiris.

placeholder 'Bullit de peix' en el restaurante S'Espartar, en Sant Josep de Sa Talaia, Ibiza (T.F.)
'Bullit de peix' en el restaurante S'Espartar, en Sant Josep de Sa Talaia, Ibiza (T.F.)

Acertamos. No repetimos el 'bullit de peix' en otros sitios —nos quedamos con ganas de probar el de El Bigotes, pero fue imposible reservar—, pero sí probamos las otras delicias de Ibiza: los arroces y fideos. En el restaurante Ses Roques, ubicado en Cala Conta —efectivamente, nuestro 'planning' de playas estaba elaborado en función de los lugares en los que queríamos comer— probamos el mejor pan con alioli de toda la isla, paso previo a una deliciosa fideuá a 22 euros por cabeza. ¿Quién dijo que Ibiza era caro? Lo cierto es que sube la cuenta con las bebidas —más de tres euros la cerveza, cuatro la copa de vino y seis la botella de agua de litro—, pero el festín ibicenco no tiene nada de exagerado en el precio.

Otro imprescindible es Ses Boques —cuidado con los nombres, un par de turistas se equivocaron y se presentaron en Ses Boques habiendo hecho reserva en Ses Roques... eso sí, les hicieron hueco—, en la playa que lleva el mismo nombre, un restaurante familiar a la sombra de los pinos y con una pequeña cala de piedras en la que desembarcan grupos de amigos en mocasines y camisas de lino de sus barcos privados (o alquilados) para comer. Que no te engañe el espectáculo: el mantel, de papel de toda la vida, y la carta, tanto de lo mismo: precios muy razonables en la comida, algo más elevados en la bebida, y excepcionales vistas al mar.

Ahora bien, que Ibiza no solo es arroz y pescado. Eivissa tiene una de las mejores pizzerías de la isla, con 50 años recién cumplidos (es la primera, de hecho), en el centro de la ciudad. Pinocho tiene un local pequeño, pero con mucho espacio de terraza, copado por mesas de madera con los tradicionales manteles de cuadros blancos y rojos italianos, y una buena varidad de camareros increíblemente amables. En Ibiza, incluso fuera de temporada, se recomienda siempre reservar, pero con el trajín de este italiano uno se puede permitir esperar escasos minutos a que se levante una mesa y te coloquen para disfrutar de unas pizzas individuales que no pasan de los doce o trece euros. Un gustazo. Tanto que repetimos otra noche. Y si nos hubiéramos quedado más, más que habríamos repetido.

placeholder Can n'Anneta o Anita Bar, en Sant Carles, Ibiza (T.F.)
Can n'Anneta o Anita Bar, en Sant Carles, Ibiza (T.F.)

Otra sorpresa nos llevamos en otro, por lo visto, clásico. Can Pep Benet, ahora conocido como Can n'Anetta o Anita Bar, está en Sant Carles de Peralta, en la otra punta de la isla. Muy cerca de Santa Eulàlia des Riu, se trata de un establecimiento que abrió a finales del siglo XIX como tienda de ultramarinos y bar, y que tras la llegada de los hippies a la isla hacía también de oficina de correos, a donde llegaban los giros postales de aquella gente que no tenía buzón propio. Con toda esta aura de local de toda la vida se mantiene y mantiene en su carta sus tradicionales montaditos, unas pequeñas tostas de jamón, tortilla y bacon que alegran el corazón a quien los ingiera.

Turismo, más allá de las calas

Si decides viajar a las Pitiusas en septiembre puede que te caiga una gota fría. Además de lo de "Ibiza es carísimo" es otra de las frases que te van a decir si prefieres volar a estas islas después de la temporada fuerte. Y si bien las gotas frías de la zona provocan descargas fuertes de agua, pero cortas en tiempo, a nosotros nos tocó una DANA que afectó mucho a las Baleares. Aunque pueda parecer un destino de fiesta y playa, también hay opciones para cuando caen algunas gotas y el tiempo no acompaña para tostarse al sol. Una de las opciones es visitar el Festival Club, una inmensa discoteca abandonada ubicada en plena montaña en la zona de Can Puvillet que solo sobrevivió un par de años y que ocupa el lugar que ahora quiere recuperar la naturaleza.

placeholder Las ruinas del Festival Club, una discoteca abandonada en Ibiza (T.F.)
Las ruinas del Festival Club, una discoteca abandonada en Ibiza (T.F.)

Construida con mucho esfuerzo —hubo que levantar una gran infraestructura con todo lo necesario en medio de la montaña, entre Sant Josep y Sant Agustí—, solo estuvo abierta de 1972 a 1974, como sala de fiestas para turistas (y quien quisiera acudir). Tal y como recuerda el 'Diario de Ibiza', hasta esta zona llegaban autobuses cargados de turistas que, desde los bancales construidos en la ladera, podían ver un pequeño escenario o el espectáculo en una plaza de toros, ahora desaparecida. El escenario, al que se subió en su momento álgido el mismísimo Bob Marley, permanece hecho pedazos bajo la atenta mirada de la vegetación, mientras el local, totalmente despojado de instalaciones —aunque aún quedan los cimientos de lo que fue, de sus baños, de sus taquillas, de su sala de baile con vistas...—, sirve como lienzo de decenas de grafiteros que dejan sus coloridas firmas sobre los muros de lo que pudo y no llegó a ser.

No es un cliché: el atardecer en Ibiza es un 'must' de cualquier visita a la isla

Un clásico de toda visita a Ibiza es el atardecer. Mientras muchos desean disfrutarlo desde el mítico Café del Mar o los varios (y carísimos) bares que copan el passeig de Ponent, otros prefieren alejarse del griterío (y del aplauso guiri) para ver la puesta de sol que, aunque parezca un cliché, es especial en Ibiza. La opción que escogimos nosotros fue la de la ladera que baja desde el hostal Sa Torre, en Sant Antoni, con su terraza llena de turistas que preferían gastarse varios cientos de euros en ver tal evento ante una (o varias) botella de Moët Chandon. Bajando en paralelo por la terraza del hostal, en lo que parece que en su momento fueron construcciones para colocar más sillas, mesas y sombrillas en un lugar que probablemente incumplió alguna ley, uno puede tomarse una cerveza mientras ve cómo el gigante sol cae sobre el horizonte sin grandes algarabías.

Formentera, la auténtica joya pitiusa

Probablemente en verano sea otra historia, pero ir en septiembre a Formentera tiene sus pros... y sus contras. Si llegas a la pequeña isla con gota fría corres el riesgo de tener que pasar la jornada —si vas y vuelves el mismo día— metido en un bar, no especialmente barato, o tirarte en la cama del hotel o del apartamento esperando a que se vaya el mal tiempo. A nosotros la DANA nos canceló el primer intento, pero siguiendo a diario las previsiones meteorológicas logramos echar un día en Formentera... y de haberlo sabido el viaje habría sido diferente. Sin la orografía de Ibiza, pero con su propia naturaleza salvaje, la isla de Formentera es otro cantar. Esto sí que es un paraíso: agua turquesa, cristalina, arena blanca y fina, y largas, largas playas... y también pequeñas calas.

placeholder Playa de Ses Illetes, en Formentera (Flickr/Roberto Faccenda)
Playa de Ses Illetes, en Formentera (Flickr/Roberto Faccenda)

Sin tiempo a recorrer todo lo que nos habría gustado —visitar los faros, pasear por Es Caló...—, escogimos dos lugares: no podía faltar la archiconocida playa de Ses Illetes, en numerosas ocasiones entre las mejores playas del mundo según TripAdvisor, en la península de Es Trucadors, donde se choca con otras playas. Las opciones aquí no son solo extender la toalla, tomar el sol y mojarte en lo que parece ser una inmensa piscina natural con apenas corriente, perfecta temperatura y profundidad apta para cualquier ser humano de casi cualquier edad, sino que caminando puedes alcanzar otras zonas del parque natural de Ses Salines, con fondos marinos tapizados por praderas de posidonia.

La otra opción fue la playa del Migjorn, la más larga de la isla, con cuatro kilómetros en los que se entremezclan playas de arena blanca con pequeñas calas rocosas. Fue la elegida precisamente por el tiempo: dada la previsión meteorológica y la velocidad del viento, la de Migjorn era una de las playas más protegidas del aire. Es, precisamente, la zona más protegida de toda la isla cuando el viento sobra en dirección este, que es lo más habitual, pero además es una de las playas más naturales y salvajes de todo Formentera. Precisamente por eso suele estar llena de locales. ¿Una recomendación? Pasar más de un solo día en Formentera, merece mucho más.

Imprescindibles de un viaje a Ibiza

→ Para visitar las islas hace falta transporte, y eso es inapelable. Alquilar coche en Ibiza es fácil y, al menos en septiembre, no demasiado caro: lo recomendable es escoger un vehículo pequeño (no siempre hay sitio para aparcar) y con potencia, para poder acceder a zonas menos concurridas. 

→ Si en el viaje entra el paso por Formentera, hay varias opciones: alquilar allí o llevárselo desde la isla principal. Si el viaje es de ida y vuelta, lo mejor es llevar el coche desde Ibiza —sube un poco el precio del ferry, pero no tanto, y te ahorras el papeleo de recogerlo y dejarlo después—, o alquilar en Formentera una moto. Eso sí, hay pistas de acceso a las playas algo complicadas para una moto. 

→ Además de revisar la presencia de medusas, es interesante comprobar la velocidad y dirección del viento, para poder elegir las playas que estén menos afectadas por las corrientes de aire que, fuera de temporada, pueden estropear un día de playa. 

Hace años que 'la temporada' en Ibiza se alargó hasta cubrir la mitad del año, desde mayo hasta finales de octubre, y no es de extrañar si se tiene en cuenta que la temperatura en este pequeño archipiélago balear es más que agradable más allá del verano. Eso sí, la pandemia hizo muchos estragos en un destino que en 2019 recibió en torno a tres millones de turistas al año, el 88% de ellos en temporada alta (de junio a septiembre). La masificación de Ibiza ha estado históricamente relacionada a su ocio nocturno, aunque muchas de las grandes discotecas ya vieron cómo perdían público antes de la llegada del covid, principalmente debido a la cada vez mayor oferta de ocio, pero también a los elevadísimos precios de los clubes: la entrada venía rondando los 60 euros, una botella de agua o una cerveza costaban (y siguen costando) entre ocho y quince euros, y las copas se acercan a los 20 euros. "Ibiza es un destino carísimo". Con esta máxima hemos visitado las Islas Pitiusas la segunda quincena de septiembre, fuera de la tradicional temporada de discotecas un año y medio después del parón epidémico.

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